La Iglesia Invisible
Lamentablemente, lo que suele ocurrir cuando dos iglesias o denominaciones se funden es que algunas personas no están de acuerdo con la fusión, y abandonan la recién formada organización para crear una nueva organización que concuerde con sus valores. En consecuencia, en su esfuerzo por tener menos iglesias mediante la unificación, estos movimientos simplemente crean más iglesias
Las personas se esfuerzan por mantener la iglesia visiblemente unida a toda costa. Sin embargo, siempre hay un precio que pagar, e históricamente el precio ha sido la pureza confesional de las iglesias.
En el Nuevo Testamento, la excomunión no se prescribe para cada pecado que la persona cometa. En lugar de ello, el amor, la paciencia, la tolerancia, y la perseverancia deben caracterizar a los cristianos. Debemos soportarnos mutuamente nuestras debilidades con paciencia y amor. No deberíamos tratar de crear un caso disciplinario de cada diferencia de opinión.
Toda la sociedad está llamada a participar en el cuerpo de Cristo. En la comunidad del Nuevo Testamento, no había una iglesia bautista de Éfeso, una iglesia presbiteriana de Éfeso, y una iglesia luterana de Éfeso. Era la iglesia de Éfeso.
La más fuerte crítica contra el liberalismo decimonónico fue la que presentó el teólogo suizo Emil Brunner en su clásica obra Das Midler (El mediador). En esta obra, él habló de la cristología desarrollada en la teología del siglo XIX que concluyó en la negación de la deidad de Cristo y su expiación sustitutiva. Él dijo que podía definir la esencia del liberalismo decimonónico en una sola palabra, unglaube, o incredulidad. Brunner dijo que el liberalismo del siglo XIX era un monumento a la incredulidad.
La controversia más acalorada en la historia de la teología fue la Reforma protestante del siglo XVI. Esta controversia se centraba en dos preguntas principales: ¿qué es el evangelio?, y ¿qué debo hacer para ser salvo? Martín Lutero soportó grandes dificultades y la hostilidad de multitudes de personas a medida que arreciaba el furor de la controversia. Hacia el final de su vida, Lutero observó que en sus días se había encendido la luz del evangelio y había iluminado las tinieblas. Recordemos el lema de la Reforma: Post tenebras lux, es decir, “luz después de las tinieblas”. Lutero dijo que era inevitable que, dentro de poco tiempo, la luz del evangelio sería escondida una vez más en la oscuridad. La razón que dio fue que allí donde se predica el evangelio, este divide y provoca controversia. La gente no quiere constante controversia. Lo que queremos es paz.
El mensaje de los falsos profetas de Israel era un mensaje de paz. Pero su paz era ilusoria. Ellos predicaban paz cuando no había paz, o lo que Lutero llamaba una paz carnal. Lutero dijo que cuando el evangelio se predica con pasión y precisión, no trae paz. De hecho, nuestro propio Señor dijo: “No piensen que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada” (Mateo 10:34). Eso no significa que estemos llamados a usar armas de combate militar para fomentar la expansión del reino. Debemos ser pacificadores. Debemos ser tolerantes, amables y pacientes. Pero si miramos el registro histórico, los verdaderos profetas de Israel lucharon por la verdad, y cada vez que lo hicieron, se desató controversia.
Probablemente ningún ser humano haya generado tanta controversia como Jesucristo. La gente se veía impulsada a posicionarse a favor de él o bien en su contra. El registro de la iglesia apostólica en el libro de Hechos es el registro de una controversia constante e intensa. La controversia se enfocaba en la predicación del evangelio. La predicación era tan controversial que la autoridad religiosa de la comunidad judía prohibió tajantemente a los apóstoles predicar el evangelio, porque este era controversial y dividía al pueblo.
En nuestra generación, se nos ha dicho que la virtud suprema es la paz. Hemos vivido en la era de la bomba atómica. Hemos visto guerra por doquier. Estamos cansados de las disputas, cansados de que la gente se pelee y se maten unos a otros. Es por la gracia de Dios que las iglesias no están quemando personas en la hoguera ni poniéndolas en potros de tortura como se hacía en siglos pasados. Hemos aprendido a coexistir con personas con las que discrepamos. Valoramos esa paz. Pero me temo que el peligro es que la valoramos tanto que estamos dispuestos a oscurecer el evangelio mismo. Debemos tener cuidado de hablar de unidad cuando en realidad no la tenemos. A veces me parece que creemos que tenemos más unidad de la que realmente tenemos.