PARABOLA DEL SIERVO MALVADO

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Mateo 18:23-35
Reina-Valera 1960
Los dos deudores
23 Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.
24 Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
25 A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda.
26 Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
27 El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.
28 Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.
29 Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
30 Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.
31 Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.32 Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste.
33 ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?
34 Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.
35 Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.
Muchas personas han leído la primera parte de Mateo 18. Allí se resume un procedimiento para tratar a un creyente que nos ha ofendido. Vemos entonces en el versículo 21, la pregunta de Pedro al Señor sobre el perdón (v. 21) pudo haber sido hecha en otra ocasión, lo cierto es que aparece siguiendo una secuencia después del procedimiento para arreglar un mal.
Le debemos mucho al hecho de que Pedro tuviera la lengua tan dispuesta. Una y otra vez
se precipitó a decir algo de tal manera que su impetuosidad dio motivo a que Jesús impartiera enseñanzas que son inmortales. En los versículos precedentes a esta parábola, el 21 y el 22, Mateo consigna lo siguiente:
Mateo 18:21-22
Entonces se le acercó Pedro y le dijo:
—Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?
Jesús le dijo:
—No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
En esta ocasión, Pedro se creía que estaba siendo muy generoso. Le preguntó a Jesús hasta
cuándo tenía que perdonarle a su hermano el que le ofendiera, respondiendo a su propia
pregunta con la sugerencia de que podría llegar hasta siete veces.
Pedro no estaba tan despistado con su pregunta. La enseñanza rabínica era que uno debía
perdonar a su prójimo tres veces.
Rabí Yosé ben Janina decía: “El que le pide perdón a su
prójimo no debe repetirlo más de tres veces”.
Rabí Yosé ben Yahuda decía: “Si uno comete una ofensa una vez, se le perdona; si comete una ofensa una segunda vez, se le perdona;
si comete una ofensa una tercera vez, se le perdona; pero la cuarta vez, ya no se le perdona”. La prueba bíblica de que eso era lo correcto se tomaba de Amós. En los primeros capítulos de Amós hay una serie de condenaciones de las diferentes naciones por tres transgresiones y por cuatro (Amos 1:3, 6, 9, 11, 13; 2:1, 4, 6).
De ahí se deducía que el perdón de
Dios se extendía hasta tres ofensas y que Él visita a un pecador con un castigo a la cuarta.
Una persona no podía ser más tolerante que Dios, así que el perdón se limitaba a tres veces.
Pedro creía que llegaba demasiado lejos, porque tomaba las tres veces de los rabinos, las
multiplicaba por dos y les añadía una de propina y sugería, convencido de su generosidad,
que sería suficiente si perdonara siete veces.
Pedro esperaba que se le alabara; pero la respuesta de Jesús fue que el cristiano debe perdonar setenta veces siete. En otras palabras:
que el perdón no tiene un límite computable.
Jesús contó entonces la historia del siervo al que se había perdonado una gran deuda y que,
tan pronto como se vio libre, trató despiadadamente a un consiervo que le debía una deuda que era una fracción pequeñísima de lo que él le había debido a su amo y que fue totalmente condenado sin remedio por su actitud
¿Cuántas pequeñas disputas podrían eliminarse si se pusieran dentro del contexto de esta parábola? ¿Cómo serían evaluadas estas personas al compararlas con lo mucho que el Señor nos ha perdonado? ¿Y si nosotros, habiendo sido perdonados por tanto, rehusamos perdonar a nuestros hermanos y hermanas aún un poquito? Y si eso es así, ¿cuáles son las consecuencias reales?
El Resto de la Historia
Con frecuencia hemos discutido la naturaleza de las parábolas; cómo que son historias celestiales puestas en un contexto terrenal y cómo es que los personajes principales simbolizan a otros personajes. En el caso de esta parábola el Rey es el Señor, y usted y yo somos Sus siervos, las deudas que tenemos representan nuestros pecados y los verdugos a Satanás.
En cuanto a las deudas pendientes, se mencionan dos denominaciones de dinero, los 10.000 talentos que el siervo le debe al rey y los 100 denarios que otra persona le debía al siervo. Tomemos el más fácil primero. Casi todas las personas están de acuerdo en que un denario era el equivalente al salario de un día de trabajo. Si 100 días igualan casi una tercera parte de un año de trabajo, entonces el pagar una deuda de ese tamaño requeriría cerca de cuatro meses del salario promedio de una persona.
Puesto que el talento era tanto una medida de peso (cerca de 34 Kg.) como una unidad monetaria, su valor es más difícil de definir, pero la descripción más frecuente es que tendría el equivalente a 15 veces el monto anual del salario promedio de una persona. Si eso es así, una deuda de 10.000 talentos requeriría 150.000 años del salario promedio de una persona para pagarla, lo cual es una suma imposible de pagar.
Y ese es el primer punto. El Rey le había perdonado al siervo una deuda que nunca habría podido pagar, ni en mil lapsos de vida, pero se la perdonó porque el siervo se lo pidió. El siervo, por su parte, le exigió el pago total e inmediato a un amigo por una suma infinitésimamente menor. En estos días una deuda que representa el salario de cuatro meses vale la pena cobrar, y el perdonar una cantidad así puede significar un gran sacrificio para muchas personas. Pero el asunto no es lo legítimo, o aun el monto de la deuda, sino su valor comparativo. Habiendo sido liberado de una carga financiera imposible de pagar, ¿habría eso motivado para que el siervo perdonara a su hermano?
La exigencia de pago del siervo demostró su falta de gratitud por lo que el Rey acababa de hacer por él, y eso fue lo que ocasionó que el Rey se enojara. Entregándolo a los verdugos, el Rey ordenó que su siervo fuera castigado hasta que pudiera pagar todo lo que debía.
Nuestra deuda de pecado en contra del Señor es, similarmente, imposible de pagar, pero en el caso del Señor, Él no puede simplemente dejarla pasar.
Su requerimiento de justicia exige que la deuda sea pagada en su totalidad. Sabiendo que nosotros nunca la podremos pagar, Él envió a Su Hijo para que la pagara por nosotros. Esto le permitió que pudiera perdonarnos libre e incondicionalmente, simplemente porque se lo pedimos.
No debemos olvidar que desde el punto de vista del Señor todos éramos asesinos, adúlteros, blasfemos y ladrones cuando Él nos perdonó.
Efesios 2:1-5
Reina-Valera 1960
Salvos por gracia
2 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,
2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,
3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó,
5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),
Todos estos son crímenes penalizados con la muerte. Se nos ha perdonado tanto, que ¿acaso no se justifica un pequeño sacrificio dadas las circunstancias? ¿Qué ofensa sería tan grande como para no perdonársela a otras personas, comparándola con todo lo que se nos ha perdonado a nosotros?
Nuestro desgano para perdonar los pecados legítimos que otras personas cometen en contra nuestra demuestra nuestra ingratitud por lo que el Señor ha hecho por nosotros.
Es el resultado del doble ánimo con el cual exigimos justicia para los demás mientras esperamos misericordia para nosotros.
Esta ingratitud es en sí misma pecado y de igual manera que todos los pecados no confesados, nos dejan a merced de los ataques de nuestro enemigo lo cual hace que perdamos las bendiciones que de otra forma recibiríamos y aún puede sujetarnos a un gran tormento. ¿Ven cómo es que los verdugos, en esta parábola, representan a Satanás?
Cuando alguien nos ofende queremos actuar de manera carnal en vez de actuar de manera espiritual.
Gálatas 6:1 “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre.”
En otras palabras, actuemos con espíritu de mansedumbre porque es muy fácil el querer actuar de una manera carnal, es muy fácil que cuando alguien nos ofende nosotros tenemos la expectativa de que nadie nos debe de ofender porque somos mejores y lo primero que hacemos es desquitarnos.
Dice la Biblia “considerándote a ti mismo” y actúa de una manera espiritual con alguien que te ofende.
Tenemos que perdonar de todo corazón.
Dice el versículo 35 “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” Dios quiere que cuando perdonamos, perdonemos de todo corazón y a veces es difícil porque volvemos a ver a la persona y se nos hace muy difícil olvidar, pero Dios nos dice que perdonemos de todo corazón. Dios nos perdonó y cuando él nos ve nos ve como si nunca hubiéramos pecado y ve un corazón blanco por la justicia de Jesús puesta sobre nosotros.
El nos ha perdonado, nos tiene paciencia y misericordia, él es amor. Debemos de aprender de él. Debemos de perdonar de todo corazón. Tenemos un grande ejemplo. Pedro preguntó ¿cuántas veces debo de perdonar? Todas las veces que sea necesario y cuando perdones perdona de todo corazón.
Unión y Comunión
Igual como en el caso del siervo y el Rey, nuestra relación con el Señor consiste de dos componentes, unión y comunión. La unión se recibe con la salvación y es incondicional y eterna. El siervo no dejó de ser el siervo del Rey debido a su mal comportamiento, así tampoco nosotros dejamos de ser hijos de nuestro Señor debido a la nuestra. Cuando Él fue a la cruz, Jesús llevó todos nuestros pecados con Él y debido a Su muerte es que hemos sido perdonados por cada uno de ellos.
Colosenses 2:13-14
Reina-Valera 1960
13 Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados,
14 anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz,
Pero la comunión es condicional y temporal. Es la relación que nosotros cultivamos con el Señor en el aquí y en el ahora. Debido a su comportamiento, el siervo había producido una fisura en su relación con el Rey. Él solamente podía ser restablecido para volver a gozar de la gracia del Rey y detener el castigo pagando la deuda. Nuestro rechazo de perdonar a otras personas también puede producir una fisura en nuestra relación con el Señor. Solamente podemos ser restaurados a la gracia del Señor y reparar la fisura al perdonar a quienes han pecado contra nosotros.
Mateo 6:14-15
Reina-Valera 1960
14 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;
15 mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Debemos observar que Juan les estaba escribiendo a los pecadores ya perdonados, miembros de la iglesia, y aconsejándonos a que confesemos nuestros pecados para ser perdonados, aun después de haber sido salvos. Nosotros pecamos todos los días y Sus misericordias son nuevas cada mañana. Dios nos perdona cada vez que se lo pedimos, y todas las veces que lo hagamos.
Usted siempre recibe lo que pide
Resumiendo, la naturaleza de Dios siempre exige la justicia y el juego justo. El rehusar perdonar cuando hemos sido perdonados produce una fisura en nuestra relación con el Señor la cual solamente nosotros podemos corregir. Al perdonar a quien ha pecado en contra nuestra nos restaura a la comunión con el Señor permitiéndole olvidar que hubo un problema.
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