Grandeza Verdadera III
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La grandeza verdadera es una elección, no naces con eso, no estudias para serlo, no es algo que dependa de tu situación económica, estatus social, es una decisión. Ya vimos la grandeza en relación con las demás personas, para terminar la serie quiero hacer énfasis en la grandeza en relación con uno mismo.
Esa grandeza empieza con tu reacción en los momentos de presión, cuando por querer ser aceptados, incluidos, reconocidos por los de alrededor, dejas de lado la decisión de ser grande a la manera de Jesús. Es cuando te preguntas ¿es honesto o deshonesto hacer trampa para sacar un 10? ¿qué tan ético es esto en el trabajo? Es la presión de decidir si te quedas más tiempo en el trabajo o vas con la familia.
Es cuando dices: quiero ser grande haciende y para lograrlo te verás tentado a sacrificar tus principios, integridad, valores. Porque normalmente el camino más corto para ser reconocido generalmente no es el más ético.
Si te dejas guiar por el deseo de ser grande, ser reconocido a la manera de la sociedad, aunque eso en sí mismo no es malo, en ese camino verás que la manera más rápida para llegar a dónde quieres llegar, para que te acepten, no es la más ética. Hay algo intoxicante en el éxito, emocionante y difícil de esa posición. El éxito es intoxicante y las personas intoxicadas no piensan claramente.
Todos conocemos ejemplos de personas que lograron algo de éxito y de repente empiezan a comprometer sus creencias, a cambiar las reglas con tal de mantener ese éxito, de permanecer en su posición. Un atleta, un político, un artista que es admirado y de repente hace cosas que no se explican, eso es por la presión para mantener el éxito. La presión para mantener el éxito es más difícil de aguantar que la presión para obtener el éxito.
Jóvenes que se arriesgan a la muerte y han muerto con tal de obtener más vistas, likes, seguidores, etc.
Todos los días tenemos ese conflicto entre, lo que tengo que hacer para ser reconocido en algo o ser reconocido como alguien que mantiene firme sus creencias, aunque signifique que no va a estar donde quiere estar, tan rápido, como piensa que lo lograría si hiciera lo que sabe que no debe hacer. Esa es la prueba y pocos la pasan.
La sociedad no reconoce este tipo de actos, los identifica, pero en la vida diaria ese estilo de vida pasa desapercibido, sin reconocimientos, pero es el estilo de vida que te permite llegar tranquilo a la noche y decir: “quizá no estoy donde quisiera estar, no me reconocen como me gustaría, pero mi alma, mi conciencia está tranquila, porque no me he traicionado a mí mismo.”
Hoy veremos una historia del libro de Daniel, quizá has oído de él, es un profeta hebreo. El contexto de la historia lo hace muy interesante; sucede en el año 605 ante que Jesús naciera.
Dios juzga a Israel por su desobediencia y permite que una nación extranjera invada y destruya Jerusalén, derriben el templo, sometan a los judíos. El judaísmo se estanca, no tienen templo, Nabucodonosor manda sus ejércitos a invadir Israel, este rey hacia algo adelantado a su época, al invadir un país, se llevaba lo mejor, los más guapos, inteligentes, hábiles, preparados. Los educaba en su cultura, costumbres, les cambiaba el nombre y los integraba a su nación de manera que la nación siguiera creciendo en esplendor.
Invaden Jerusalén y hace lo mismo, es aquí donde aparece Daniel. Era uno de los jóvenes que Nabucodonosor escoge como lo mejor que Israel puede ofrecer a Babilonia.
“Durante el tercer año del reinado de Joacim, rey de Judá, llegó a Jerusalén el rey Nabucodonosor de Babilonia y la sitió. El Señor le dio la victoria sobre el rey Joacim de Judá y le permitió llevarse algunos de los objetos sagrados del templo de Dios. Así que Nabucodonosor se los llevó a Babilonia y los puso en la casa del tesoro del templo de su dios.” (Daniel 1:1–2, NTV)
Nabucodonosor tenía en su palacio, una bodega que llenaba con los dioses de otras naciones conquistadas y las riquezas robadas. Los acomodaba alrededor de su palacio, el mensaje que daba era que los dioses de Babilonia eran mejores que los dioses de las demás naciones.
Al llegar a Jerusalén y querer sacar los dioses se dan cuenta que los judíos ¡no tienen imágenes que representen a su Dios! Porque era un mandamiento que tenían de no hacer imagen de Dios. Llegan al templo, lo destruyen y como no encuentran imágenes que llevar, se llevan las cucharas, vasos, sartenes, velas y lo meten a su bodega.
“Luego el rey ordenó a Aspenaz, jefe del Estado Mayor, que trajera al palacio a algunos de los jóvenes de la familia real de Judá y de otras familias nobles, que habían sido llevados a Babilonia como cautivos.” (Daniel 1:3, NTV)
Nabu dijo: “no maten a los jóvenes, encuentren a los mejores y llévenlos a Babilonia, como siempre”.
“«Selecciona sólo a jóvenes sanos, fuertes y bien parecidos —le dijo—. Asegúrate de que sean instruidos en todas las ramas del saber, que estén dotados de conocimiento y de buen juicio y que sean aptos para servir en el palacio real. Enseña a estos jóvenes el idioma y la literatura de Babilonia».” (Daniel 1:4, NTV)
Si eras escogido, era lo mejor que te podía pasar, porque mientras tus amigos serían asesinados o llevados como esclavos a trabajar en la agricultura, seguirían en la pobreza extrema, o integrar el ejército y morir, para ti sería diferente. Es verdad, tu nación ha sido destruida, eres en cierto sentido un esclavo, pero tienes la oportunidad de trabajar en el palacio, comer en el palacio, vivir en comodidades, quizá mejor que en Jerusalén.
“El rey les asignó una ración diaria de la comida y del vino que provenían de su propia cocina...” (Daniel 1:5, NTV)
Comerían la misma comida del rey; en esa época comer una vez al día era un logro, comer 3 veces al día era avaricia. No solo tendrían comida, sino ¡la mejor comida disponible!
“…Debían recibir entrenamiento por tres años y después entrarían al servicio real.” (Daniel 1:5, NTV)
Por 3 años no se tienen que preocupar por la comida, techo, cama, lo único que tienen que hacer es aprender el idioma, costumbres, adoptar la nueva nacionalidad. Después se presentarán ante el rey, les hará algunas preguntas y algunos de ellos serán escogidos para trabajar o servir al rey en algún área.
“Daniel, Ananías, Misael y Azarías fueron cuatro de los jóvenes seleccionados, todos de la tribu de Judá. El jefe del Estado Mayor les dio nuevos nombres babilónicos: A Daniel lo llamó Beltsasar. A Ananías lo llamó Sadrac. A Misael lo llamó Mesac. A Azarías lo llamó Abed-nego.” (Daniel 1:6–7, NTV)
Estos jóvenes, son los que años después estarían en un horno de fuego, Daniel en un pozo de leones; pero eso será mucho después, por ahora, son escogidos para ser entrenados.
“Sin embargo, Daniel estaba decidido a no contaminarse con la comida y el vino dados por el rey...” (Daniel 1:8, NTV)
Aquí empieza lo interesante de la historia. A diferencia de los demás, Daniel dijo: “no comeré esa comida, ni beberé ese vino.”
Quizá alguien podía decirle: qué bueno que quieras ser fiel a Dios, pero revisemos la historia reciente, ¿qué ha hecho Dios por la nación? Permitió que la ciudad y el templo fueran destruidos, muchas personas murieron, parte de tus amigos ¡tu familia! Tu Dios permitió que esto pase y ¿vas a serle fiel? ¿vas a dejar pasar la oportunidad de tu vida? Es más, quizá ¡este sea el fin de tu vida!
En cuanto le digas a Aspenzas lo que quieres ¡te van a matar! No pienses que te van a regresar a Israel o que digan: “ah, pobrecito, no come esto” o que digan “ah, un hombre de convicciones, sólo por eso te vamos a dejar ir” ¡ni lo pienses! ¿vas a dejar pasar la oportunidad de tu vida y todo ¿por una comida?
La Biblia dice que Daniel decidió en su corazón, mucho antes de que tuviera que tomar una decisión, él dijo: “estos son mis principios, los que no voy a violar, regirán mi conciencia, no comeré ni beberé nada impuro, aunque mi vida dependa de eso.”
Estos predicamentos empiezan en la secundaria, prepa, todos hemos vivido esa presión. Cuando quieres ser aceptado en un grupito, y la única manera de conseguirlo es hacer algo que ellos quieren, aunque no está bien.
Me gustaría ese trabajo, pero para entrar tengo que hacer algo que comprometerá mis convicciones. Me gustaría tener esto o lo otro, pero para obtenerlo tengo que hacer algo que no está bien. Porque significa violar mis principios, mi conciencia, tendré éxito, pero llegaré a casa y no me sentiré bien conmigo mismo.
Parece que la única forma de llegar a donde quiero es traicionándome a mí mismo, tendré que ser alguien que no quiero ser con tal de llegar a donde quiero llegar. Diré ¡no! A mis convicciones, valores, santidad, a lo que he creído. La verdad es que pocas personas pasan este examen, por eso hay muchos “grandes” de acuerdo con el estándar social, pero no de acuerdo con el estándar de Dios.
Cuando ves alguien que rechaza cierta recompensa por no comprometer sus principios, lo reconoces y dices ¡Una persona de convicción! Y sabes que puedes confiar en esa persona, quizá por fuera digas: ¡qué tonto para no aprovechar esa oportunidad! Pero en tu corazón admiras a esa persona. Sabes que puedes confiar en esa persona, aunque muchos se burlen, sabes que hay algo especial en esa persona que la hacer ser grande, verdaderamente.
Esa es la esencia de la grandeza o de la santidad y pocos de nosotros pasamos ese examen, porque pocos hacemos lo que Daniel hizo. Decidió en su corazón, con anticipación, decidió que no iba a comprometer su corazón, su fe, sin importar las consecuencias. Decidió que no comprometería sus valores, fe, santidad, sin importar lo que tuviera que enfrentar o las consecuencias de esa decisión.
Antes que empieces a poner excusas o argumentos, pregunto ¿qué quieres que hagan tus hijos? Te atreverías a decirle a tus hijos: “sé que hemos hablado de lo que está bien y lo que está mal, pero quiero que sepas que llegará un momento en tu vida que tendrás que olvidar lo que te hemos dicho.” O dependiendo de las circunstancias ¡haz lo que sea necesario! No creo que un padre le diga a su hijo eso de manera consciente. Hay padres que dan ese ejemplo, pero ese es otro tema.
¿Qué quieres que digan tus hijos? Papá no acepte el trabajo, porque querían que hiciera esto…, o que diga: papá hice lo correcto, aunque todos hicieron lo contrario. ¿Te sentirías orgulloso? Claro, en ese momento sabrás que tu hijo es ¡un grande!
Vivimos en una cultura que no elogia este tipo de grandeza, todo lo contrario. Pero si quieres ser así de grande, tienes la oportunidad de serlo, porque es una decisión.
Daniel tiene la presión sobre él, después lo que sucede es muy revelador; son palabras que olvidamos pronto, son palabras que no entendemos del todo, y por eso nos dejamos influir por el mal.
“Ahora bien, Dios había hecho que el jefe del Estado Mayor le tuviera respeto y afecto a Daniel,” (Daniel 1:9, NTV)
Ah Dios, ya me había olvidado ¡Dios también está ahí! Entonces, se trata que tú hagas, digas, decidas y Dios está esperando intervenir en tus circunstancias, después de lo que has decidido hacer. Eso lo vemos todo el tiempo.
Daniel decidió: puedo temer y poner mi confianza en quien dice que controla mi destino, o sea, Nabu, o puedo confiar en quien sí controla en realidad mi destino y futuro, ese es ¡Mi Padre Celestial! Puedo poner mi vida en quien dice que controla mi futuro -jefe, ex, director, abogado, doctor, o puedo confiar y ponerme en las manos de quien en realidad controla mi futuro ¡Mi Padre Celestial!
Daniel dice: nadie me felicitará, no lo sabrán muchas personas, no me van a recompensar, aun así, decido confiar y poner mi vida en quien controla y determina mi destino, mi Padre Celestial.
Oramos que todos tengamos muchos momentos en los que ves a Dios ¡hacer! Y tú decides soportar la presión de los amigos, del jefe, haciendo lo correcto, que puedas ver a Dios haciendo y ese momento será increíble.
No sé por qué Dios lo hace así, parece que observa, espera y premia la fidelidad, pero después que has tomado la decisión. Esta historia fuera más fácil si tan sólo antes que Daniel fuera esclavo, se le apareciera y dijera: “Daniel, haz lo correcto, no tengas miedo. Después estarás en un pozo de leones, pero no tengas miedo, YO estoy contigo. Estarás en la cama unos días, pero no temas, YO estoy contigo. Qué le dijera: Daniel tu nombre quedará en la Biblia, aunque no sabes qué es eso, pero ahí estará tu nombre.
Muchos llamarán a sus hijos Daniel, por ti, cientos de años después, el Mesías conocerá tu nombre, tendrás muchas historias importantes, pero Daniel sólo confía en mí ¡YO sé lo que te digo!
Si Dios hubiera hecho eso, seguro Daniel hubiera dicho de manera arrogante ¡no comeré esa comida! Soy Daniel, el de la Biblia -ni idea qué es eso, pero Dios lo dijo-, Es más Nabu, la gente sabrá tu nombre porque serás un personaje en mi historia. Que Dios te lo diga personalmente, haría más fácil la cosa.
Pero ¡no es así! Es cuando tú y yo decidimos no contaminarnos, no hacer lo incorrecto, no comprometer lo que creo, cuando decidimos no comprometer nuestras convicciones, nuestra fe en Dios y decimos “muchos años de mi vida hice lo incorrecto, pero ahora ¡será diferente! Mis amigos dirán “pero si tú no eras así” y diré, porque ahora Soy una nueva persona; sé que mi pasado, mi reputación me perseguirá y me podrá presión, pero ¡no volveré atrás! Ya me cansé de hacer lo que todos los demás hacen. Estoy cansado de acostarme esperando que mi esposa, esposo no se entere, deseando que mis padres no me pregunten, que mi jefe no se entere.
Quiero tener una conciencia tranquila ¡quiero paz! Prefiero menos cosas y más paz.
“…Dios había hecho que el jefe del Estado Mayor le tuviera respeto y afecto a Daniel,” (Daniel 1:9, NTV)
De alguna manera le cae bien a Aspenaz. De los 4, Daniel cae bien; se acercó y en su poco babilonio dijo: no quiero la comida ni el vino del rey. Tiene el valor de decirlo sin temor a perder la vida; el oficial le dice: Si hago eso, seguro el rey me mata a mí; Por mi te dejo comer lo que quieras, pero ¡no lo puedo hacer!
Daniel cambia la estrategia, y le dice al suboficial: te propongo que, por 10 días, sólo 10 vamos a comer sólo verduras, nada de la mesa del rey, verduras y agua, agua y dormir. El oficial a cargo dice: ok, lo intentaremos y por 10 días no comen ni la carne o el vino del rey, sólo verduras y agua.
“A estos cuatro jóvenes Dios les dio aptitud excepcional para comprender todos los aspectos de la literatura y la sabiduría; y a Daniel Dios le dio la capacidad especial de interpretar el significado de visiones y sueños.” (Daniel 1:17, NTV)
Otra vez aparece ¡Dios! No sabían que intervendría, pero se aparece, interviene por estos 4 jóvenes. Al fin de la historia se gradúan con honores y premios, 3 años después parados frente Nabu, junto a los demás jóvenes esclavos de otras naciones; les hace preguntas para decidir quién ocupará el puesto importante en el reino; Nabu se da cuenta que estos jóvenes son excepcionales, así como lo notó Aspenaz y son puestos en lugares altos del reino, de manera que Daniel impactó todo ese reino, al mismo tiempo que Dios juzgó a Israel.
Dios quiere usarte para impactar tu familia, tu ciudad, tus amigos, al tiempo que juzga al mundo.
Daniel influyó en el rey y los demás; en el libro de Daniel hay enseñanzas importantes ¡léanlo! Y todo empezó, cuando un adolescente, tomó una decisión en una tierra extraña, ahí podía decidir entre confiar en el hombre que decía que controlaba su futuro, o confiar en Dios que sabía que tiene el control.
Dejar su destino en las manos de Dios, eso hizo que Daniel fuera grande. Era inteligente, guapo, podía interpretar sueños, pero no fue eso lo que lo llevó a estar donde terminó, fue su decisión de confiar en su Padre Celestial y no en las personas que decían que controlaban su futuro.
¿En quién vas a confiar? ¿qué historia quieres contar? ¿quieres que tus hijos sean temerosos de Dios o de las circunstancias, de las personas? Si en este momento estás bajo presión para poner en riesgo tus principios, valores, tu fe, todo lo que ahora estás pasando, dentro de 3 años será una historia que contar, en 6 meses será sólo una historia que contar, y ¿qué dirá tu historia?: Decidí confiar en Dios; o dirá: tuve miedo de lo que podía pasar y por eso comprometí lo que soy y me traicioné a mí mismo y a Dios.
¿En quién vas a confiar? ¿qué historia quieres contar?
Que Dios nos de sabiduría para saber qué es lo correcto y darnos el valor para hacerlo, aunque sea difícil, quizá en algunas cosas no necesitemos sabiduría porque son claras que no están bien, pero sí necesitamos el valor para hacerlo.
Tienes talentos, habilidades, educación, recursos y eso te puede llevar a ser grande y exitoso en algunas áreas; pero es mi oración que no dependas de eso, sino que seas grande como Daniel, que decidas no comprometer tus principios, que decidas ser grande y no comprometer tus principios. Pero para eso necesitas decidir con anticipación que no abandonarás lo que crees con tal de ser reconocido, aceptado, tener éxito.
Si decides hacerlo, serás único, apartado para Dios, eso es ser SANTO, y tendrás una historia que vale la pena contar y que será contada.
Oremos que en momentos difíciles podamos confiar en quien sí tiene el control de nuestro futuro. Que temamos, que confiemos más en Dios, más que lo que confiamos en el hombre. Que hagamos lo correcto delante de tus hijos y que hallemos gracia ante tus ojos y los ojos de los hombres.
Palabra de Dios
Oremos
Bendición Pastoral
Paráfrasis de Salmo 20: “Que en este mes de septiembre, el Señor responda a tu clamor en tiempo de dificultad. Que el Nombre de Dios te proteja de todo mal. Que en toda situación complicada que se te presente, te envíe ayuda desde su Trono. Que se acuerde de tu obediencia y mire con agrado tus ofrendas. Qué conceda los deseos de tu corazón y haga que todos tus planes tengan éxito. Que gritemos de alegría cuando escuchemos tu victoria, tu sanidad, tu milagro, resiliencia. Que el Señor conteste tus oraciones. Que en este mes de septiembre el Nombre del Señor sea nuestro escudo. Que en este mes de septiembre nos levantemos y estemos firmes.”
Ofrendas