Lo extraordinario o el Dios de lo extraordinario

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                                                               Lo extraordinario o el Dios de lo extraordinario

Perícopa:

1Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén.2Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. 3En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. 4Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. 5Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. 6Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? 7Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. 8Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. 9Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo* aquel día.[1] (Juan 5.1-9 RV 1960).

Introducción:

1.      El ser humano es uno de hábitos. Con increíble facilidad nos habituamos a que las cosas se hagan o sucedan de cierta manera. Esto en sí mismo no es negativo. Necesitamos cierta consistencia en nuestras vidas para poder funcionar. De hecho, mientras más uniforme es una rutina es mucho fácil adaptarnos a ella.

2.      El problema surge cuando las rutinas comienzan a determinar nuestras expectativas. Cuando somos tragados por lo habitual y perdemos de vista todo lo demás.

3.      Aunque resulte increíble, eso puede sucedernos con las cosas de Dios. Podemos llegar a habituarnos tanto a lo extraordinario, a lo milagroso, a lo fantástico, que podemos perder de vista al Dios de lo fantástico, de lo milagroso, de lo extraordinario.

4.      Nuestro pasaje nos habla de un hombre que se encontró en esa misma situación y de cómo Cristo mismo vino para salvarlo de lo extraordinario.

I.                   Un lugar extraordinario.

1.      Jerusalén era un lugar extraordinario. Verla de lejos era un espectáculo increíble. Cualquier  judío que venía desde fuera se veía forzado a contemplar desde la distancia el templo. Millones de imágenes llenaban el corazón. Aquella era la ciudad amada. Era la ciudad de Abraham, David, del Mesías, de los profetas. La ciudad del Gran Rey: Jehová, o en una lectura más cercana al original, «Yavhé».

2.      En los momentos precisos en que Jesús llegaba a ella se celebraba una fiesta. Las fiestas judías estaban ligadas a los grandes eventos de su historia. Ellas celebraban no solo su historia sino las grandes y poderosas acciones de Dios a favor del pueblo. Estaban diseñadas para recordarle a Israel el poder y la grandeza de Dios.

3.      Debido a esto era muy difícil no crear grandes expectativas. Los milagros, por decirlo de alguna manera, estaban a la vuelta de la esquina. La expectativa se elevaba aun mas frente a la esperanza del Mesías que habría de venir. Sí, todo exhalaba gloria, poder, grandeza.

II.                Un hombre ordinario que esperaba algo extraordinario.

1.      En medio de este escenario encontramos a un hombre ordinario que esperaba algo extraordinario. Era un hombre enfermo. El relato nos regala un detalle: hacia treinta ocho años que estaba enfermo. Una lectura del pasaje sugiere que había estado allí los mismos treinta y ocho años. Pensemos en ello por un momento. Treinta y ocho años esperando un milagro. Treinta ocho años viendo pasar el tiempo. Veranos e inviernos habían llegado y se habían ido y él continuaba allí, esperando.

2.      Podemos preguntarnos, ¿qué pensaba este hombre?, ¿qué atravesaba por su mente cada mañana? ¿qué imágenes llenaban su mente en las noches frías  del invierno y bajo el ardiente sol del verano oriental?

3.      Creo, sin temor a equivocarme, que cada mañana miraba al estanque y se decía: “Quizás hoy. Si tal vez hoy es mi día. Hoy será el día, lo sé”. Solo para ver como caía la tarde y  él seguía allí. Me imagino como su expectativa iba decayendo según pasaron los años. Lo extraordinario no llegaba, el milagro esperado le evadía una y otra vez, la alegría de lo maravilloso se le escapa de las manos y no podía hacer otra cosa sino seguir esperando a que alguien le ayudara a, tal vez algún día a alcanzar lo extraordinario… 

4.      Sin embargo, Dios decidió salvar a este hombre ordinario de lo extraordinario. Pero no como él lo esperaba. No de la manera que él quería. Sino de una forma tan única, tan sencilla que difícilmente puede llamarse extraordinario.

III.             El Dios de lo extraordinario frente a lo extraordinario

1.      La Escritura  nos dice que era día de reposo ese día. Un hombre hubiera esperado un milagro cualquier otro día pero no ese. Para los judíos de Palestina, el sábado era el día de descaso. Era muy poco lo que se podía hacer en ese día. Para ponerlo en perspectiva, ¿recuerda los viernes santo de hace veinte años? Por lo que un judío no hubiera esperado un milagro en ese día. Cualquier otro día era posible pero no ese.  No porque Dios no pudiera hacerlo sino que, como les he dicho, nos habituamos tanto a algo que terminamos creando reglas inflexibles que no nos permiten ver más allá de nosotros mismos. Eso pasaba con los judíos. El sábado eran tan sagrado que lo hicieron más grande que Dios. Y hasta a Dios le prohibieron hacer milagros.

2.      En este escenario se encuentra Jesús con nuestro hombre. Hay una expresión del pasaje que me llama la atención: «…y supo que llevaba mucho tiempo así…» (v.5). Como se entero Jesús de la situación de este hombre, no lo sabemos, pero si Él presto atención a un hombre enfermo, olvidado de la sociedad, olvidado por sus familiares, olvidado por el gobierno, por los líderes religiosos, entonces yo sé que Él prestara atención a mi clamor.

3.      La escena es cautivadora. Jesús entabla un diálogo con el hombre. Su pregunta parece inhumana, cruel, sarcástica. Pero no lo es. Lo que Jesús busca  es salvar aquel hombre de lo extraordinario. Hacerle ver que los medios de Dios no están limitados a un estanque, ni a un ángel, ni a la grandeza de una ciudad sino que los medios de Dios son infinitos y es a Él y solo en Él que debemos esperar y poner nuestra mirada.

4.      El hombre hace un resumen de su  vida frente al estanque. Jesús vio el verdadero problema: Había dejado de ver a Dios. Se había habituado a esperar lo extraordinario y había dejado de buscar al Dios de lo extraordinario. Pero también Jesús vio otra cosa. Persistencia. Algunos dicen que no había fe en aquel hombre. Yo pregunto, ¿que fue sino la fe lo que lo mantuvo esperando por treinta y ocho años? Díganme, ¿Por qué sencillamente no se fue de allí, teniendo presente que cada día le robaba un rayo más de esperanza? Damas y caballeros si no era la fe lo que lo mantenía allí, entonces este hombre no es un mero mendigo sino un héroe.

Conclusión:          

1.      El relato cierra con un final extraordinario. A la orden de Jesús el hombre se levanta. «Levántate, toma tu lecho y anda». Un punto final debe ser dicho aquí. Jesús no movió un dedo para levantar al hombre. No le extendió la mano como en otros casos, ni le toco con sus dedos. Solo emitió una orden seca y directa. Pero en esa orden iba todo el poder de Dios en tres verbos. Acción. Eso es lo que Dios espera de nosotros, «acción». Más que palabras, acción. Más que promesas, acción. Más que bellas alabanzas, acción. Más que buenas intenciones, acción. Por lo tanto mi amado hermana y hermano: ¡Levántate, y mira al Dios de lo extraordinario!

             


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* Aquí equivale a sábado.

[1]Reina Valera Revisada (1960). 1998 (Jn 5.1-9). Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.

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