El testimonio del Espiritu
Este—el antes nombrado (5:5). que vino por agua y sangre—“por agua,” cuando fué inaugurado su ministerio por el bautismo en el Jordán, y recibió el testimonio del Padre tocante a su mesianidad y a su filiación divina
33Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. 34Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
el Cristo celestial vino sobre el Hombre-Jesús después de ser éste bautizado en el Jordán, y le abandonó antes de que padeciera la muerte en la Cruz. A esto responde Juan: (A) «Éste es el que vino a través de agua y sangre, Jesucristo» (lit.). Es decir, Jesús era ya el Cristo antes de ser bautizado, pues el Cristo vino a través de agua, y siguió siendo el Cristo cuando murió en la Cruz. pues pasó a través de sangre. (B) Insiste en la segunda frase del mismo versículo 6, en que no sólo (vino) en el agua (del bautismo), sino en el agua (del bautismo) y en la sangre (de la Cruz). Viene a decir en estas frases que el Cristo (¡el Mesías!) se hallaba ya en el agua del Jordán, cuando Jesús estaba siendo bautizado, y en la sangre de su sacrificio, cuando fue crucificado.
El artículo denota que el agua y la sangre eran los símbolos sagrados y bien conocidos. Juan el Bautista vino bautizando sólo con agua, y por tanto no fué el Mesias. Jesús vino primero para llevar a cabo él mismo el doble bautismo de agua y sangre, y luego bautizarnos en la purificación del Espíritu, de la que el agua es el sello sacramental, y en su sangre propiciatoria, la eficacia de la cual, una vez por todas derramada, es perpetua en la Iglesia; y por lo tanto es el Mesías. Fué su sangre derramada la que primero dió al bautismo de agua su significado espiritual. Somos bautizados en (dentro de) su muerte; el gran punto de unión entre nosotros y él, y, por medio de él, entre nosotros y Dios.
Y la opinión de Agustín de Hipona y de otros antiguos comentaristas, de que Juan se refiere a la sangre y al agua que salieron del costado de Cristo, ya muerto (Jn. 19:34), tampoco tiene fundamento, a pesar de las referencias que se hallan en muchas versiones pues no fue Cristo quien pasó por esa sangre y esa agua (nótese la inversión del orden, y véase el comentario a dicho lugar), sino al contrario: La sangre y el agua salieron a través del cuerpo de Cristo
Y el Espíritu es el que testifica (en participio de presente), pues el Espíritu es la verdad». Nótese el testimonio, en presente, de hechos que ocurrieron en el pasado. Juan quiere decir con eso que el Espíritu Santo sigue dando testimonio, a los creyentes individuales y a la Iglesia entera, de que Jesús es el Mesías, a pesar del escándalo que la Cruz causó a los judíos inconversos; sigue redarguyendo al mundo por haber rechazado a Cristo; y sigue animándonos con el testimonio que el texto sagrado, inspirado por Él, nos da de la victoria de Cristo sobre el mundo (v. Jn. 12:31; 14:15–16:33; Ef. 4:8; Col. 2:15; 1 Jn. 5:4). El Espíritu Santo puede dar de ello un testimonio infinitamente fidedigno, porque no sólo posee la verdad, sino que es la verdad (v. Jn. 14:17; 15:26; 16:13, y comp. con Jn. 14:6)