Sermón Somos soldados

Haciendo su voluntad  •  Sermon  •  Submitted
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el; llamado conlleva gran compromiso

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Tus Conviciones

Hijo de William Thomas Doss, un carpintero, y Bertha E. (Oliver) Doss, Desmond Thomas Doss nació en Lynchburg, Virginia.1​2​
Después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, se empleó en un astillero en Virginia haciendo trabajo de astillero.3​ Se enlistó y entró al servicio militar el 1 de abril de 1942 en el campo Lee, Virginia.4​ Fue enviado a Fort Jackson en Carolina del Sur para entrenar con la 77.ª División de Infantería reactivada. Mientras tanto, su hermano Harold Doss sirvió a bordo del USS Lindsey. Se negó a matar a un soldado enemigo o llevar un arma al combate debido a sus creencias personales como adventista del Séptimo Día por lo que recibió el repudio y burla de sus pares.5​ En consecuencia, se convirtió en un paramédico asignado al 2.º Pelotón, Compañía B, 1.er Batallón, 307.ª Infantería, 77.ª División de Infantería.
Mientras servía con su pelotón en 1944 en Guam y las Filipinas, le concedieron una medalla de la estrella de bronce por ayudar a los soldados heridos bajo fuego. Durante la batalla de Okinawa, salvó alrededor de 75 soldados de infantería heridos encima del acantilado de Maeda. Fue herido cuatro veces en Okinawa y evacuado el 21 de mayo de 1945 a bordo del USS Mercy. Así, Doss ayudó a su país al salvar las vidas de sus compañeros, al mismo tiempo que cumplía con sus convicciones religiosas.
En 1946 fue diagnosticado con la tuberculosis que contrajo en Leyte. Posteriormente fue sometido a tratamiento durante cinco años y medio —el mismo que le costó un pulmón y cinco costillas—6​7​ antes de recibir su baja honrosa del servicio en agosto de 1951 con el 90 % de discapacidad. Siguió recibiendo tratamiento de los militares, pero después de una sobredosis de antibióticos quedó completamente sordo en 1976 y se le dio 100 % de discapacidad. Fue capaz de recuperar la audición después de recibir un implante coclear en 1988.
Doss formó una familia en una pequeña granja en Rising Fawn, Georgia: se casó con Dorothy Schutte el 17 de agosto de 1942 y tuvieron un hijo, Desmond "Tommy" Doss Jr, nacido en 1946. Dorothy murió el 17 de noviembre de 1991 en un accidente de coche. Doss volvió a casarse el 1 de julio de 1993 con Frances Duman.
Desmond Doss murió el 23 de marzo de 2006, a los 87 años de edad, en su casa en Piamonte, Alabama, después de ser hospitalizado por dificultad para respirar,6​ el mismo día que otro receptor de la Medalla de Honor, David Bleak. Fue enterrado el 3 de abril de 2006 en el Cementerio Nacional de Tennessee en Chattanooga. Un coche fúnebre traído por un caballo llevó el ataúd cubierto por la bandera al sitio de su tumba mientras helicópteros militares volaban sobre sus cabezas en una formación de tributo.

A. compromiso y fidelidad.

2º Samuel 11:6–17 RVR95BTO
Entonces David envió a decir a Joab: «Envíame a Urías, el heteo». Y Joab envió a Urías a David. Cuando Urías llegó ante él, David le preguntó por la salud de Joab, por la salud del pueblo y por la marcha de la guerra. Después dijo David a Urías: «Desciende a tu casa, y lava tus pies». Cuando Urías salió de la casa del rey, le enviaron un presente de la mesa real. Pero Urías durmió a la puerta de la casa del rey, con todos los guardias de su señor, y no descendió a su casa. Le hicieron saber esto a David diciendo: «Urías no ha descendido a su casa». Entonces David dijo a Urías: —¿Acaso no vienes de viaje? ¿Por qué, pues, no descendiste a tu casa? Urías respondió a David: —El Arca, Israel y Judá habitan bajo tiendas; mi señor Joab y los siervos de mi señor, en el campo; ¿cómo iba yo a entrar en mi casa para comer y beber, y dormir con mi mujer? ¡Por vida tuya y por vida de tu alma, nunca haré tal cosa! David dijo entonces a Urías: —Quédate aquí hoy también, y mañana te despediré. Se quedó Urías aquel día y el siguiente en Jerusalén. David lo convidó a comer y a beber con él hasta embriagarlo. Por la tarde salió a dormir en su cama, junto a los guardias de su señor; pero no descendió a su casa. A la mañana siguiente, escribió David una carta a Joab, la cual envió por mano de Urías. En ella decía: «Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y alejaos de él, para que sea herido y muera». Así, cuando Joab sitió la ciudad, puso a Urías en el lugar donde sabía que estaban los hombres más valientes. Salieron los de la ciudad y pelearon contra Joab; cayeron algunos del ejército de los siervos de David, y murió también Urías, el heteo.

B. Con Paciencia y Gracia

Al mirar la historia de Dios de redención vemos que él trata a su pueblo descarriado con paciencia, misericordia y amor. Dios dice con claridad que puesto que él nos creó a su imagen (Gn. 1:27) y nos redimió por su gracia, nos llama a ser como él (Lc. 19:2; 1 P. 1:15–16). ¿Qué significa esto, en la práctica? En un sentido particular, Dios nos llama a amar a otros de la misma manera que él nos ama. En consecuencia, nuestra consejería debe reflejar a Dios y sus caminos redentores.
¿Por qué es crucial que atendamos a Juan de maneras que reflejan el cuidado de Dios por nosotros? Dicho sencillamente, si no nos relacionamos con otros como Dios se relaciona con nosotros, seremos hipócritas y nuestras vidas y nuestra consejería contradirá el mensaje de su evangelio y misión.
¿Cuáles son algunas maneras en que nuestra respuesta a Juan pudiera no reflejar el evangelio? Si enfocamos meramente su pecado sexual podemos acabar identificándolo de acuerdo a su lucha con el pecado particular y dar atención superficial a su identidad ordenada por Dios en Cristo. Si nos concentramos en corregir sus pecados evidentes diciéndole que él está desobedeciendo los mandamientos de Dios y que simplemente necesita despojarse de tal pecado y vestirse de justicia, podemos acabar apoyándonos en la ley para producir cambio y olvidarnos que sólo el amor de Cristo nos compele a no vivir más por nosotros mismos, sino vivir para él (2 Co. 5:14–15). Si Juan “no lo está comprendiendo” o “no está cambiando con rapidez suficiente”, podemos llegar a ser impacientes y duros con él, y no recordar que Dios es paciente y actúa con gracia hacia nosotros en nuestra propia lucha continua con el pecado. Podemos identificarnos con las implacables luchas sexuales de Juan y podemos expresar total empatía hacia su situación, pero tal vez nos falte confianza en nuestra capacidad para ayudarle en su tiempo de necesidad.
Robert Cheong, «La Centralidad del Evangelio», en Consejería Bíblica Cristo-Céntrica, ed. James MacDonald (Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente, 2018), 119.

C. Examinando la Santificación

La santificación es “la operación de gracia del Espíritu Santo, incluyendo nuestra participación responsable, por la cual él nos libra de la contaminación del pecado, renueva nuestra naturaleza entera de acuerdo a la imagen de Dios y nos capacita para vivir vidas que le agradan a él”. Es el proceso de hacernos santos, y ese proceso que no está completo sino hasta nuestra muerte. Este proceso da libertad en Cristo (2 Co. 3:17–18), no de las dificultades, sino al enfrentarlas.
La santificación se halla en Romanos 8:28–30 como la idea de ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo”. Este texto bosqueja el proceso de la salvación; es decir, que Dios conoció de antemano antes de que el tiempo empezara y predestinó a aquellos a quienes él llamaría, justificaría, santificaría y glorificaría. Dios abre nuestros corazones para recibir la verdad y responder en fe en nuestro llamamiento efectivo. Entonces somos justificados por la gracia de Dios, la cual fluye de la obra expiatoria de Cristo en la cruz cuando nos arrepentimos y creemos en el evangelio. Recibimos su justicia y por su obra Dios nos acepta. Es sólo a base de esto (la justificación) que la santificación puede ocurrir.
La santificación es la evidencia de nuestra justificación y trae esperanza para la promesa de la glorificación. La justificación es “la aceptación de los creyentes como justos a la vista de Dios por la justicia de Jesucristo atribuida a ellos” (ver Gá.). Esto sucede cuando la semilla de Cristo es depositada en nuestros corazones. Con el tiempo, esta semilla producirá fruto. El fruto es semejanza a Cristo, o santificación; es progreso en santidad real. Si no hay fruto, con el tiempo debemos empezar a cuestionar si la semilla fue plantada. Si vemos el fruto de semejanza a Cristo, entonces sospecharíamos que la semilla de Cristo ha sido plantada (Lc. 6:43).
Para los que no han respondido al evangelio en fe, todos los esfuerzos de participar en el fruto de la santificación son inútiles. Por consiguiente, el papel de un consejero bíblico para los que todavía no han sido justificados es exponer la inutilidad de los esfuerzos propios contra la esperanza que el evangelio ofrece. Intentar ser santificados sin primero ser justificados resulta en religión muerta.
Cuando retrocedemos de estos versículos en particular para mirar el todo de Romanos 8, vemos que este proceso redentor tiene lugar en medio del sufrimiento. Si malentendemos el evangelio como uno de prosperidad, con certeza pensaremos que estamos en el camino errado cuando el sufrimiento nos sale al paso. Más bien, podemos tomar gran consuelo en que sin que importen nuestras dificultades presentes, Dios usará eso para sus buenos propósitos y que nadie nos puede quitar lo que nos ha sido dado en Cristo. También hallamos que ninguna de estas dificultades puede separarnos del amor de Dios. De hecho, es en estas temporadas de dificultades que él nos enseña su suficiencia y nos sustenta por su gracia. Por más importante que sea entender estas verdades, es igualmente importante que no meramente apliquemos santurronerías bíblicas a estas dificultades, sino que más bien entremos en el conflicto de nuestros aconsejados y les animemos a clamar: “Abba Padre”.
Lee Lewis y Michael Snetzer, «La Búsqueda de Santidad», en Consejería Bíblica Cristo-Céntrica, ed. James MacDonald (Sebring, FL: Editorial Bautista Independiente, 2018), 135–136.
2 Timoteo 2:3-4 “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado.”
Era un hermoso día en San Diego, y mi amigo Paul quiso llevarme a volar en su avión. Como era nuevo en California del Sur decidí ver mi nueva tierra desde una perspectiva distinta. Me senté en el asiento del copiloto mientras mi amigo terminaba de revisar sus instrumentos. Todo estaba bien, así que Paul encendió los motores y nos dirigimos hacia la cabecera de la pista. Cuando el avión se elevaba me di cuenta que su nariz estaba más alta que el resto del fuselaje. También me llamó la atención que, aunque el paisaje que teníamos abajo era esplendoroso, Paul observaba continuamente el tablero de instrumentos. Como no soy piloto, decidí convertir el vuelo de placer en una experiencia de aprendizaje. —Todos esos cuadrantes —comencé—, ¿qué te dicen? Veo que observas unos más que otros. ¿Qué es este? —Ese es el indicador de actitud —respondió. —¿Cómo puede un avión tener una actitud? —En vuelo, la actitud de la nave es lo que llamamos la posición del avión en relación con el horizonte. Como mi curiosidad ya se había despertado, le pedí que me explicara más. —Cuando el avión asciende —dijo—, tiene una actitud nariz arriba, porque la nariz de 5 la nave señala más arriba del horizonte. —Eso es correcto —continuó mi instructor—. Los pilotos prestan atención a la actitud del avión porque eso indica su comportamiento. —Ahora puedo entender por qué el indicador de actitud está en tan visible lugar en el tablero de instrumentos —manifesté. Paul, comprendiendo que era un estudiante ansioso, continuó: —Como el comportamiento del avión depende de su actitud, es necesario cambiar su actitud para cambiar su comportamiento. Lo demostró elevando la nariz del aparato. El avión ascendió con seguridad y la velocidad disminuyó. Cambió su actitud, y eso cambió su comportamiento. Paul concluyó su lección diciendo: —Puesto que la actitud del avión determina su comportamiento, los instructores enseñan «actitud de vuelo».
1 Cual es tu situacion de guerrero ? 2 Como esta tu paciencia ?3 En que camino va tu proceso de santificación
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