Una de milagros

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21 de enero de 2009Semana de la UnidadParroq. S. Ignacio de Loyola Marcos 3:1-6

UNA DE MILAGROS

 

1.    ¿Cómo leemos la Biblia?

Si la leemos, claro. Quizás las personas que leemos la Biblia con cierta frecuencia, o asiduamente, tenemos el peligro de leerla ya con ideas preconcebidas. En la lectura de hoy, Jesús hace un milagro. Como es el Hijo de Dios, puede hacer milagros. Es una señal de su poder. Sus enemigos se enfadan, porque son malos. Nosotros no somos Jesús, el Hijo de Dios, y por tanto no podemos hacer milagros. Tampoco somos malos, ni estamos en contra de Jesús. Consecuencia: la lectura no nos dice nada. Y pasamos de largo. A otra cosa. A lo nuestro, que seguro que es más importante. ¿Intentamos leerla de otra manera?

2.    Cuestión de vida o muerte

El texto plantea una cuestión de vida o muerte. Es algo tan grave, que se produce una alianza “contra natura”: Se ponen de acuerdo dos grupos totalmente enfrentados, para quitarse de en medio a alguien que les estorba a todos. Herodianos y fariseos. Los que están al lado del poder político y un “grupo de presión” religioso y económico. Los “herodianos” no representan un grupo organizado. Son los partidarios del gobernante puesto por los romanos en Galilea. Partidarios del poder establecido, de que todo siga como está, para su propio beneficio. Son judíos, pero viven como los griegos y los romanos, como paganos. Ellos son “modernos”, “civilizados”, “abiertos”. Sólo desean prosperar económicamente para “vivir bien”, para “disfrutar de la vida”. No les importa nada la religión. La desprecian como cosa de ignorantes y atrasados. Desean que desaparezcan los fariseos, los “integristas”, porque les amargan la existencia con sus exigencias morales.

Y los fariseos. Los más piadosos y religiosos de Israel en tiempos de Jesús. Unos grupos más o menos organizados, que esperan con muchísimo fervor la llegada del Reinado de Dios, porque creen que Dios va a estar de su parte. Y conciben el Reinado de Dios como una “teocracia”: Dios va a hacer de Israel el pueblo más poderoso del mundo, y ellos, los “buenos”, serán los que manden “en nombre de Dios”. A base de cumplir y hacer cumplir la Ley a rajatabla. Los 613 mandamientos, 365 negativos y 248 positivos. Y con su ayuda, Dios eliminará a los “malos”, los que no cumplen la ley, para que no estorben. También los herodianos.

Marcos nos relata que herodianos y fariseos se ponen de acuerdo en su decisión de matar a Jesús. Ya desde el comienzo de su ministerio. La amenaza de muerte acompañará a Jesús a lo largo de todo su ministerio. Al final acabarán con él. Jesús estaba predicando una “buena noticia” que para algunos (bastantes) no resultaba tan buena. El mensaje de Jesús provoca reacciones adversas. La Buena Noticia choca con el poder social y político, montado al margen de Dios, y con el poder religioso y social, montado aparentemente sobre la Ley de Dios, pero manipulándola de acuerdo con los propios criterios, aunque sean “religiosos”.

3.    La sinagoga: ¿Lugar de encuentro o desencuentro?

Jesús entra en la sinagoga. No era el templo, en Jerusalem, el lugar donde se manifestaba la presencia de Dios y donde se realizaban los sacrificios y todos los ritos de la religión “oficial”. Hacía más de cinco siglos, el año 587 a.c., los babilonios (procedentes del actual Irak) habían invadido el país y arrasado Jerusalem y el templo. Aunque el santuario había sido reconstruido al cabo de setenta años, el judaísmo quedó estructurado en torno a las “sinagogas”, una o varias en cada localidad. La palabra significa “lugar de reunión”, de “encuentro”, donde se escucha y comenta la Palabra de Dios, especialmente la Ley, que rige toda la vida del individuo y la comunidad. En tiempo de Jesús ya era el centro religioso de cada población.

El evangelio da a entender que estamos en Cafarnaúm, junto al lago de Genezaret, cerca de Nazaret, donde vive los primeros discípulos de Jesús, y donde el mismo Jesús tendrá su “cuartel general”. En la sinagoga, Jesús “enseñaba” (1,21). Jesús ya había empezado a escoger colaboradores (1,16-20; 2,13-17); había sanado a un hombre con un “espíritu impuro”, probablemente con trastornos mentales o espirituales (1,21-28), a la suegra de Pedro (1,29-31), a muchos enfermos (1,32-34), a un leproso (1,40-45), a un paralítico (2,1-12). Y ya había tenido conflictos con los grupos religiosos, especialmente con los antiguos seguidores de Juan el Bautista y sobre todo con los fariseos: por perdonar los pecados (2,6-7), por “comer con publicanos y pecadores”, es decir, tener una relación estrecha con gente social y religiosamente mal vista y despreciada, expulsadas del culto de la sinagoga (2,15-17), porque sus discípulos no ayunan (2,18-22), y además “arrancan espigas en sábado” (no por arrancarlas, sino por hacerlo en sábado: 2,23-28).

4.    ¿Quién tiene el problema?

Ahora, en la sinagoga, los adversarios directamente “espían a Jesús”. Se supone que son los grupos que se mencionan al final: herodianos y fariseos. Lo hacen “para tener algo de qué acusarle”. Parece que Jesús tiene un problema. En realidad, son los adversarios de Jesús quienes lo tienen. Jesús ha estado predicando la Buena Noticia de que Dios está haciéndose presente en medio de los hombres, de que está comenzando a asumir su reinado. Y el signo de este Reinado de Dios que comienza son las acciones de Jesús a favor de los hombres y mujeres que sufren: enfermos, leprosos, desquiciados, pobres. Jesús aporta salud y libertad, posibilidad de actuar, de vivir, de ser felices.

Algo no funciona bien entre Jesús y su anuncio del Reino, y los dirigentes religiosos y sociales de Israel. Y se produce el conflicto. El detonante, o la excusa, es un hombre tullido, un hombre que tiene una mano “seca”, paralizada. Está en la sinagoga, pero apartado de los demás. No puede trabajar, realizarse con su trabajo, ganarse la vida (y no había seguridad social). Y, sobre todo, no puede participar con sus ofrendas en el culto de Israel (“Dile a Aarón que, ahora y en el futuro, a ninguno de sus descendientes con algún defecto físico se le permitirá presentar la ofrenda de pan de su Dios. A decir verdad, nadie que tenga un defecto físico podrá presentarse a hacerlo: sea ciego, impedido, con la nariz o las orejas deformes, con las piernas o los brazos quebrados, jorobado, enano, con nubes en los ojos, sarnoso o con erupciones en la piel, o con los testículos dañados”: Lev 21,17-20). Él no ha ido a buscar a Jesús, no le ha pedido la salud. Posiblemente ni siquiera sabía quién era Jesús. Pero él si es conocido por la gente del pueblo, y todos están expectantes, esperando ver cuál es la actuación de Jesús. Porque era sábado, el día de descanso, en que ningún judío puede realizar ninguna acción. Y Jesús, como hemos visto, ya ha tenido problemas con el sábado.

5.    En el centro, el hombre

Los dirigentes religiosos, especialmente los fariseos, discutían continuamente acerca de qué y qué no se podía hacer en sábado. La casuística lo regulaba absolutamente todo: desde cuántos pasos se podía caminar hasta cuándo se podía considerar a alguien en peligro de muerte para que se le pudiera ayudar.

El texto no nos dice que estos “pusieran a prueba” a Jesús, como en otras ocasiones. Aquí es Jesús quien toma la iniciativa y provoca la situación. Tampoco es el enfermo quien dice nada, sino Jesús quien se dirige al enfermo. Lo llama, lo saca de la multitud, de “la gente”, y lo pone en evidencia, “en medio”, en el centro. Después nos pararemos en esto.

Y Jesús plantea a la asamblea y a sus dirigentes la cuestión de lo que se puede hacer en sábado. Era uno de los temas frecuentes entre la gente religiosa. Pero Jesús plantea una pregunta radical. Los rabinos ya decían que en peligro de muerte se podía quebrantar el descanso del sábado. Pero Jesús le da la vuelta. No se trata de qué “se puede” hacer, sino de qué “se debe” hacer: el bien (= salvar una vida) o el mal (= destruirla). Y Jesús viene a decir, como en otras ocasiones, que no hacer el bien equivale a matar. No descubrir a la otra persona como alguien necesitada de ayuda es ignorarla, quitarla de mi vida, eliminarla, matarla.

Entonces, viene a decir Jesús, ¿se puede “matar” en sábado? Naturalmente, todos habrían contestado que no. Sería una doble abominación, un pecado gravísimo por partida doble: homicidio cometido en el día santo, dedicado a Dios. Y todo, dice Jesús, por no querer hacer el bien. Jesús destruye el concepto del sábado. Y quebrantar un solo precepto, es quebrantar toda la ley.

Jesús, el enviado de Dios, se enoja. Se indigna, “se llena de ira” por la actuación de todos los asistentes. Es la única vez. Porque no quieren entender el fondo del mensaje de Jesús. No quieren entender el Reinado de Dios, porque destruye el sistema religioso de Israel. Porque en el Reinado de Dios, en el centro ya no está la Ley, la obligación, lo que hay que cumplir. En el centro de la religión, es decir, de la relación entre Dios y el ser humano, está ahora el hombre, el otro ser humano, hombre y mujer. El Reinado de Dios pasa por “salvar una vida”, es decir, por hacer el bien. Siempre. Por encima de convencionalismos y de legalismos. Al final, por encima de conveniencias y de intereses particulares.

Jesús plantea una nueva “religión”, pero no como un nuevo conjunto de normas y de prohibiciones, de ritos y de ceremonias, sino como una manera nueva de relacionarse con Dios. Ahora, “en el centro” está el hombre. El hombre y la mujer concretos, de carne y hueso, cada uno de nosotros, es el destinatario y el beneficiario de la acción de Dios en Jesús. Sobre todo, el “impedido”, el que antes “no podía” relacionarse correctamente con Dios: el “impuro” (leproso), el  distinto que nos da miedo (endemoniado), la mujer (suegra de Pedro), los enfermos, el paralítico, el que se relaciona con personas no religiosas (Leví el publicano)… Todos los que no encajan en el sistema. A ellos se dirige Jesús. Ellos, los que nadie quiere, los “impedidos”, aquellos a quienes se les impedía acercarse a Dios, son los primeros beneficiarios de la salvación que viene de Dios en Jesús. Y a ellos los sana. Les devuelve su vida. A los “impedidos” les da “poder” sobre su vida: les permite ver la realidad, andar su camino, utilizar sus manos para colaborar en la creación, relacionarse con otros en un plano de igualdad. Y les da una nueva relación con Dios.

6.    ¿Cómo leemos la Biblia?

¿Con qué personajes nos identificamos? ¿Somos los que hacemos de la religión un medio para justificarnos a nosotros mismos, o simplemente para beneficiarnos? ¿Somos los que reducimos la religión a un conjunto de normas que hay que cumplir, caiga quien caiga? ¿Somos los que no opinamos, pero dejamos que otros tomen las decisiones e impidan a los demás beneficiarse del amor de Dios? ¿Somos el hombre o la mujer que necesita de la acción de Jesús que le libera de todo lo que le impide ser persona y lo pone en una nueva relación con Dios?

¿Y de cara a la unidad de los cristianos?

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