¿Quién es Jesús?

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1 de febrero de 20094º de Epifanía SANTA CENA Salmo 111Deuteronomio 18:15-201 Corintios 8:1-13Marcos 1:21-28

¿QUIÉN ES JESÚS?

1.    La Buena Noticia según Marcos

Hace un par de meses, durante el Adviento, escuchábamos la proclamación de Marcos anunciando el “principio de la buena noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios” (1,1). A lo largo de los domingos de este año vamos a ir leyendo y comentando su “Evangelio”, su “Buena Noticia”: Dios se nos ha acercado en la persona de Jesús de Nazaret, quien va a anunciar y a realizar el Plan de Dios previsto desde siempre. Eso a lo que el mismo Jesús se refirió como el “Reinado de Dios”.

Marcos no nos ofrece un tratado de doctrina. Por el contrario, nos presenta un relato: el breve ministerio de Jesús, desde su bautismo por Juan en el Jordán hasta su muerte en la cruz y el anuncio de su resurrección por sus seguidores. Sin embargo, no es un relato periodístico, pretendidamente aséptico e independiente. Al contrario, es el relato apasionadamente comprometido de un discípulo, aunque sea ya de segunda generación: Marcos escribe para que nos convirtamos y creamos en la Buena Noticia que él nos transmite.

2.    Jesús anuncia y realiza la Buena Noticia

Jesús acaba de comenzar su ministerio, inmediatamente después de la detención del Bautista por parte de Herodes. Marcos ha resumido su predicación en pocas palabras: “Ha llegado el tiempo, y el reino [«reinado»] de Dios está cerca [«acercándose»]. Convertíos [«cambiad de vida», «volveos a Dios»] y creed [«aceptad con fe»] sus [«esta»] buenas noticias.” (1,15).

La predicación de Jesús no es una doctrina abstracta, sino un acontecimiento. Dios viene. Pero, ¿para qué viene Dios? ¿Para qué viene Jesús? Desde que aparece junto al mar de Galilea, Jesús actúa, y no para de actuar hasta que lo ejecutan. Marcos insiste en su relato evangélico en que el trabajo de Jesús consiste en enseñar. Sin embargo, a diferencia de Lucas y, sobre todo, de Mateo, no nos ofrece los contenidos concretos de la predicación de Jesús. Pero sí nos dice qué hacía Jesús. En el testimonio del evangelista, Jesús “hace” lo que anuncia, “realiza” el Reinado de Dios. Sus obras son las obras de Dios. Y lo primero que hace Jesús es empezar a escoger colaboradores: Simón y Andrés, Santiago y Juan, los cuatro pescadores de Cafarnaúm, junto al mar de Galilea (1,16-20).

Y entra en la sinagoga, el lugar de reunión del pueblo de Dios, el lugar de encuentro con Dios. En la sinagoga se escucha, se explica y se aplica la Palabra de Dios, se ora y se alaba a Dios. Marcos nos dice que Jesús acude con frecuencia a la sinagoga, y allí enseña. Desde el principio de su ministerio: “entró Jesús en la sinagoga y comenzó a enseñar” (1,21).

Las personas que están en la sinagoga se admiran “de cómo les enseñaba” (1,22). Es curioso. No se admiran del contenido de su enseñanza, sino de su manera de hablar: “Con plena autoridad y no como los maestros de la ley”. Los escribas, encargados de interpretar la ley y aplicarla a la vida ordinaria, se limitaban a eso, a hacer cumplir la ley. A hablar de lo que habían aprendido. Como mucho, a interpretar lo que habían aprendido. A hacer que la gente cumpliera lo que estaba escrito. Pero no aportaban nada nuevo. No había nada en su enseñanza que sirviera verdaderamente para la vida. Que diera vida a la gente. Jesús no enseña como ellos. Lo hace “con autoridad”. Él es “autor” de lo que dice, no habla de lo que dicen otros. Y por eso lo que dice, desde sí mismo, desde su propia vida, se dirige a la vida de la gente, y llama la atención, interpela, produce, de entrada, admiración.

En cuanto Jesús empieza a enseñar, se le enfrenta “un hombre que tenía un espíritu malo” (1,23). Un hombre poseído por el mal, dominado por el mal. Hasta el punto de perder su propia personalidad. No se nos dice cómo se llamaba el hombre. El hombre no habla, sino el “espíritu malo” que lo domina. Marcos nos narra cómo ese “espíritu malo” que dominaba a este hombre se siente agredido por la sola presencia de Jesús, percibe que Jesús ha venido [¿A la sinagoga? ¿Al mundo?] a destruirlo. No a destruir al hombre poseído, sino al “espíritu malo” que lo posee. Y es precisamente ese “espíritu malo”, que se siente agredido y enfrentado por Jesús, el que reconoce a Jesús, el que sabe quién es, de quién procede y a qué ha venido: “Tú eres Jesús de Nazaret, el Santo de Dios, y has venido a destruirnos” (1,24).

Sus temores, los del “espíritu malo”, no eran infundados. Jesús no discute con él. Directamente le da dos órdenes. La segunda es comprensible: “Sal de ese hombre” (1,25). Jesús libera a aquel ser humano, que ni siquiera tenía nombre, y le permite ser él mismo, le da una vida nueva, le hace vivir humanamente. Como si lo creara de nuevo. Aunque no lo parezca, a él, al hombre cuya vida estaba anulada, iba dirigida la acción de Jesús. La primera orden es más enigmática: “¡Cállate!”. Es como si dijera: “No digas quién soy, ni de quién vengo, ni cuál es mi cometido. Todavía no es el momento de darlo a conocer. Me queda mucho trabajo por hacer”. A partir de este momento, Jesús hará callar a todos los beneficiarios de su actuación sanadora y liberadora: “No digas a nadie nada, preséntate al sacerdote, no lo divulgues…”. Jesús no quiere la fama. Sus planes son otros.

Efectivamente. Los que presencian el milagro de Jesús no han captado nada. Ni han entendido nada. Sólo se asustan, y no se atreven a preguntar nada a Jesús. Les asombra lo que consideran un acto de poder. Se hablan unos a otros: “Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva y con plena autoridad! ¡Hasta a los espíritus impuros da órdenes, y le obedecen!”. Y empieza la fama de Jesús (1,27). Pero no se han enterado de quién es Jesús.

3.    Los destinatarios de la Buena Noticia

¿Distinguimos? Los destinatarios de la predicación de Jesús, a lo largo de su ministerio, habían sido los hombres y mujeres de Galilea y de Judea, los habitantes de Jerusalem, los miembros del pueblo cuyos antepasados habían recibido las promesas de parte de Dios, y al que pertenecía el mismo Jesús. Ellos eran los que tenían que acoger con fe el Reinado de Dios, que Jesús les predicó con la plenitud del Espíritu de Dios, y extenderlo a toda la humanidad.

En un segundo momento, los destinatarios de la obra escrita por Marcos eran los hombres y mujeres de su iglesia (¿Roma? ¿Antioquía?), que habiendo recibido la predicación de los apóstoles necesitaban ahora, para su crecimiento espiritual, saber más cosas sobre Jesús, conocer mejor a Jesús en quien habían creído. Ellos confesaban a Jesús como Hijo de Dios. ¿Era como los héroes y los dioses de la mitología, en los que habían creído antes, y ahora creían sus amigos y vecinos? Y lo confesaban como “Kyrios”, como Señor. ¿Era más o menos importante que el Emperador, el Señor de todo el Imperio Romano? Los cristianos convertidos del paganismo necesitaban saber quién era ese Jesús, y por qué lo confesaban “Mesías, Señor, Hijo de Dios”. Y para esas personas escribe Marcos su evangelio, impulsado e inspirado por el mismo Espíritu que habitaba en Jesús.

¿Y nosotros? También nosotros somos destinatarios del mensaje que Dios nos dirige en la persona de Jesucristo resucitado. También nosotros hemos recibido el Espíritu Santo, que nos permite acoger con fe la Palabra que Dios hoy nos transmite en las Escrituras. También nosotros necesitamos conocer mejor a Jesús, cuáles eran sus enseñanzas y sus obras, para poder reconocer en él a Dios que viene a nosotros.

¿Y se acaba en nosotros la Buena Noticia de Jesús? ¿O los destinatarios del anuncio son todas las personas que hoy necesitan que les pase algo extraordinario, que alguien les dé una buena noticia, que Dios venga a ellos y les cambie la vida?

Jesús viene de parte de Dios porque la humanidad lo necesita. Los seres humanos viven, vivimos, como exiliados en este mundo, como Israel en Egipto o Babilonia, y necesitamos que Dios venga a nosotros a sacarnos de esta situación. Necesitamos la Buena Noticia de que Dios viene a liberarnos.

La vida humana es hermosa. Es obra de Dios. Pero los hombres y mujeres experimentamos el mal. El mal físico, naturalmente. La enfermedad, el dolor, la carencia, la muerte. En eso nos asemejamos a los animales. Pero ellos no experimentan el mal. No tienen conciencia de su dolor. Los seres humanos vivimos el mal moral, el sufrimiento, el dolor interno que producen la enfermedad, el dolor y la muerte, y la separación, y la frustración, y el desamor. Y experimentamos el mal que la Biblia llama “pecado”, el mal que producimos nosotros a los demás, que a veces nos producimos a nosotros mismos, y que se genera en nuestro interior, en nuestros sentimientos, en nuestras actitudes. El mal que es rebeldía: contra nosotros mismos y contra los demás. Contra la vida. Contra Dios. El mal que produce ruptura en el ser humano. Ruptura con nosotros mismos, con los demás, con Dios. Eso es lo que significa “diabólico”, que separa, que rompe la relación, que impide la comunión necesaria para la vida.

A veces la experiencia del mal es total. Ha habido y hay momentos en la historia de la humanidad y en la vida de los individuos en que el mal producido por los hombres ha superado a los propios hombres. Cuando los individuos causantes del mal han perdido el control del mal que producían, y el resultado ha sido la experiencia de lo inhumano, de lo infrahumano. Cuando los hombres, o algunos hombres, se han sentido como dioses, como dioses falsos, demoníacos, y han creído que ser dios consistía en imponerse por la fuerza, en destruir, en aniquilar.

Hay una experiencia del mal sobrecogedora. El mal que está en el interior del ser humano y que lo domina, que anula su personalidad, que le impide ser él mismo. Apenas hace cien años que hemos empezado a estudiar la mente o el alma humana, y no sabemos prácticamente nada. Ahí están esos “trastornos” del alma humana en los que se pierde la noción del bien y del mal, o esos otros en los que la persona se cree el centro del universo, o esos en los que el individuo goza haciendo sufrir a los demás, o esos en los que la personalidad queda radicalmente alterada, e incluso destruida. Experiencias en las que el mal es como una fuerza [como un espíritu malo, dirían los antiguos] que entra en lo más profundo del ser humano y lo arrastra. Experiencias de estar poseídos por el alcohol, por la droga, el juego, el sexo, la cólera, el afán de poseer, el placer de humillar y producir dolor… Experiencias en que el mal domina al ser humano, lo empuja a la destrucción, y a la autodestrucción, a la perdida de la humanidad y la dignidad, e incluso de la vida.

En Jesús, Dios viene a enfrentarse al mal, a toda clase de mal, y a destruirlo. Es el Reinado de Dios que viene. Esa es la Buena Noticia que trae Jesús. Y que realiza Jesús. Y que Jesús encargará a sus discípulos. Optar por el bien, es decir, por Dios. Y enseñar con autoridad. Realizar lo que se enseña. Enfrentarse al mal en todas sus manifestaciones. Dar salud, ánimo, alimento, sentido, humanidad, libertad, vida. En nombre de Jesús. Con el poder de Jesús. Con la fuerza del Espíritu de Dios. Con la fuerza del amor de Dios.

Hoy sigue resonando la predicación de Jesús: “Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Volveos a Dios y aceptad con fe sus buenas noticias” (1,15).

AMÉN

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