Vivamos con Certeza y Esperanza
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1- La certeza de lo que somos
1- La certeza de lo que somos
Nueva Biblia de las Américas (Capítulo 3)
Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a Él. Amados, ahora somos hijos de Dios (1 Juan 3:1-2a)
Juan invita a sus lectores a considerar cuidadosamente la magnitud y la muestra del amor de Dios por ellos. Esto debe darles certeza de lo que son ahora.
Cuando Juan escribe “Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre”, está pidiendo a sus lectores que presten toda su atención a lo grande del amor de Dios.
Siendo personas desobedientes, hijos de la ira de Dios, el Señor decidió reconciliarles consigo mismo y adoptarlos en su familia.
No es extraño que Juan escriba: “Porque de tal manera amó Dios al mundo.”
Juan está maravillado ante la magnitud tan grande del amor de Dios mostrada a los pecadores.
Pero además de considerar la magnitud del amor de Dios, Juan pasa a considerar la muestra del amor de Dios.
Y dice que el gran amor de Dios por los pecadores se ha manifestado en que les permite ser llamados hijos suyos.
Esto intensifica la magnitud del amor de Dios por los pecadores porque no solamente son rescatados como siervos, como esclavos comprados por un precio, sino que reciben el nombre de hijos de Dios.
El amor de Dios por su pueblo se expresa permitiendo que nos convirtamos en sus hijos y proporcionando una manera para que esto pueda suceder a través de la muerte y resurrección de Jesús, aunque le hayamos rechazado repetidamente y pecado contra él.
Aquellos que hemos recibido a Cristo como nos es ofrecido en el evangelio constantemente debemos recordar que somos hijos de Dios en virtud del sacrificio de Cristo.
Eso nos da confianza plena en medio de cualquier situación, de la misma manera que los lectores de Juan recibirían certeza de lo que son.
Aunque nuestro Dios es digno de todo nuestro servicio, de toda nuestra adoración, de toda nuestra obediencia, tal servicio, adoración y obediencia deben emanar de una consciencia impregnada por la verdad de que somos sus hijos amados.
La única respuesta adecuada de los seres humanos ante Dios es servirle y obedecerle por haber sido amados por él.
En otras palabras, servimos a nuestro Padre, no a un dios tirano. Servimos a aquel que nos ha amado incondicionalmente y nos ha adoptado en su familia.
Por eso Juan confirma dos veces a sus lectores que ellos son Hijos de Dios. A la mitad del versículo 1, Juan escribe “Y eso somos”. Esto confirma que los lectores de Juan han sido adoptados en la familia de Dios y disfrutan de ser hijos amados de Dios.
Al principio del versículo 2, nuevamente dice: “Amados, ahora somos hijos de Dios.” Esta es la certeza de lo que somos.
Con todas nuestras fallas, con todos nuestros errores que nos hacen indignos de ser amados, tenemos la certeza plena de que somos hijos de Dios, no por la fuerza de nuestra convicción, sino por que él es amor en sí mismo.
No nos sostiene nuestro desempeño. Nos sostiene su amor.
Por eso Juan debe establecer un contraste entre aquellos que no son hijos de Dios y pertenecen al mundo, y aquellos que son de Dios.
El mundo ha rechazado a Dios, y por tanto también rechazará a todos aquellos que viven para Dios. Pero ante el rechazo del mundo, el amor y afirmación del Padre consuela a los creyentes.
Los hijos de Dios no viven en la certeza efímera de ser aprobados por el mundo, sino en la certeza eterna de ser los hijos amados de Dios.
2- La esperanza de lo que seremos
2- La esperanza de lo que seremos
Nueva Biblia de las Américas (Capítulo 3)
y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es.
Juan reconoce que quizá algunos de sus lectores podrían contrastar el amor de Dios con sus propios pecados y desanimarse.
Descubrir que somos hijos de Dios, que él nos ha amado tanto que decidió adoptarnos en su familia, que la vida de los hijos de Dios es radicalmente diferente a la vida de aquellos que no son sus hijos, y contrastar estas cosas con nuestro historial de pecados, puede producir en nosotros confusión.
Pero Juan dice: Ahora somos hijos de Dios, aunque esta realidad no se ha manifestado plenamente en nosotros.
Juan reconoce que no somos lo que deberíamos ser, que hacemos lo que no deberíamos, que no hacemos lo que deberíamos.
Pablo reconoció esto cuando expresó: ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? (Ro. 7:24)
Más adelante escribió: Porque el anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Dios. (Ro. 8:19)
Y extiende su argumento hasta decir: Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo. (Ro. 8:23)
Sin embargo, Juan no deja a sus lectores en la desesperanza de no ser lo que deberían, sino que les da esperanza plena de que ellos serán perfeccionados de una vez por todas cuando Cristo se manifieste.
Esto nos habla de la esperanza eterna del creyente: Un día estaremos frente a Cristo y seremos transformados para ser igual a él.
Estas dos citas del Comentario Exegético Práctico del Nuevo Testamento son muy consoladoras.
Comentario Exegético-Práctico del Nuevo Testamento
Juan sugiere la idea de que los hijos de Dios son una obra en proceso. Ahora somos hijos del Padre, incluso con todos nuestros fallos, debilidades, y, claro está, con todos nuestros pecados. Pero no es el propósito de Dios permitir que sus hijos sean como somos ahora, porque el beneficio pleno de nuestro estatus no se puede imaginar en este mundo. Tiene que ser revelado, y esa revelación todavía se encuentra en el futuro
[...]
Pero seguramente cuando [Cristo] regrese, el pleno impacto de su identidad, de la cual la humanidad sólo puede tener ahora un débil atisbo, transformará todo deseo, toda motivación y todo impulso. Por tanto, esa visión beatífica de Cristo y cómo seremos como él motiva las vidas de los hijos de Dios ahora.
Todo creyente que se evalúe a sí mismo, siempre encontrará pecado, imperfección, inclinación pecaminosa, fallas en su devoción al Señor, inconstancia en sus deberes espirituales.
Pero si algo debe animarlo a mejorar en todas estas cosas es la esperanza futura de que un día seremos como Cristo, con cuerpos y mentes glorificadas para vivir para su gloria eternamente.
3- Cómo vivir con esta certeza y esperanza
3- Cómo vivir con esta certeza y esperanza
Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro.
La manera de vivir con la certeza del amor de Dios y la esperanza de nuestra transformación futura es purificarnos para imitar a Dios, quien es puro y perfecto.
Ya hemos dicho que somos imperfectos y que la manifestación plena de lo que seremos es aún futura. Pero eso no significa que nuestra esperanza pueda albergar algún grado de incertidumbre.
Esperamos lo que ya nos ha sido otorgado en Cristo. Solo esperamos el momento de que aquello que es garantizado por el Padre se cumpla a cabalidad.
Mientras ese momento llega, vivimos espiritualmente en esa esperanza, viviendo como lo que somos en realidad: personas redimidas.
Comentario Exegético-Práctico del Nuevo Testamento
Como lo que creemos sobre el futuro influye en nuestra manera de vivir el presente, Juan apela al futuro como base para animar a sus lectores a purificarse ahora.
Ese futuro cierto, con todos los beneficios y bendiciones de ser como Jesús cuando él regrese, proporciona la motivación para que un creyente convierta su modo actual de vida en algo más parecido a Jesús.
Todo el que tiene la certeza de ser amado incondicionalmente por Dios y la esperanza de ser transformado en el futuro se está purificando constantemente por medio de la comunión con el Señor.
De la misma manera en que seremos perfeccionados al estar frente al Señor, ahora somos purificados al tener comunión con él.
Entonces, nuestro llamado esta noche es a vivir con certeza y esperanza en una comunión cada vez más plena con nuestro Dios y Padre y con el Señor Jesucristo, con una dependencia plena de la ayuda del Espíritu Santo.