Sermón sin título (2)
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El pecado de Acán (Jos 7)
7:1–5 El “pero” inquietante con el que empieza el relato nos llama la atención al problema. El inspirado autor nos revela así, desde el principio, el motivo del desastre que sobrevino en Hay. Josué y el pueblo de Israel no se darán cuenta hasta después. La derrota es consecuencia de la acción de un hombre que robó las cosas prohibidas (“el jerem”), que le pertenecían tan solo a Jehová.
A toda la nación se la considera responsable por la infidelidad de uno de sus miembros. Es claro que Dios está tratando con su pueblo del pacto como una unidad. Aunque podamos asombrarnos de que sólo uno de los cientos de miles desobedeció el mandato en Jericó, el santo Dios no está solamente enojado por la conducta de uno, sino que su ira alcanza a todo Israel; se había violado su pacto con las especificaciones acerca de las cosas devotas. Y la acción de Acán eliminó una condición del sagrado contrato e hizo que las bendiciones rodaran por el suelo. Su desobediencia radical fue como tumbar una mesa repleta de platillos deliciosos y arruinar el banquete dispuesto para todos los invitados. La ira implacable de Jehová que actúa como “fuego consumidor” (Deuteronomio 9:3) contra los enemigos de Israel, ahora estalla contra su propio pueblo. No se detendrá hasta que desaparezca la ofensa contra su pacto.
La acción del pecado de Acán que envenena a toda la nación nos recuerda que hemos de “vigilarnos unos a otros para evitar caer en el pecado, porque los pecados de los demás pueden recaer sobre nosotros”. La acción de Acán también nos recuerda que no cometemos “pecados sin víctimas”; no estamos aislados. Nuestros actos afectan o contaminan a otros. Y aunque mis pecados no parezcan afectar a nadie, soy mi propia víctima. Se desconoce el significado del nombre Acán; el autor de 1 de Crónicas lo llama “Acan”, que tiene el significado apropiado de “perturbador” (vea 1 de Crónicas 2:7).
Pero Josué no está al tanto de ese pecado “del perturbador”, y continúa con los preparativos para la próxima conquista al enviar espías a Hai, como lo había hecho antes en el caso de Jericó.
En revistas de arqueología se han publicado muchos artículos sobre lo que llaman el “problema de Hai”. ¿Cuál es el problema? A Hai, que significa ruina, se le ha identificado con Et-Tell, que en árabe significa “la ruina”. Sin embargo, no hay pruebas arqueológicas de que hubiera un asentamiento allí en la edad de bronce tardía (1500–1250 a.C.), en la época de la conquista de Josué. Existen indicios de una comunidad floreciente en el tercer milenio a.C., pero ese material data de mil años antes de Josué. La opción de Et-Tell como la antigua Hai parece concordar con la descripción que se hace en el versículo 2, donde dice que Hai está “junto a Bet-avén, hacia el oriente de Betel”. Por lo general, a Betel se le identifica con Tell Beitín, una villa árabe situada como a 19 km al norte de Jerusalén. Se desconoce el sitio de Bet-avén.
¿Por qué no hay indicios o pruebas de que hubiera población en Et-Tell durante el tiempo de Josué? Se ofrecen varias razones como explicación, entre las cuales están:
1. Et-Tell no es la Hai de la Biblia, la cual debe estar en algún otro lugar del área.
2. Hai ya estaba en “ruinas” en el tiempo de Josué, ya que su nombre significa exactamente eso. El sitio de la ruina se pudo haber usado sólo como lugar para un destacamento militar provisional sin dejar vestigio alguno.
3. Los capítulos siete y ocho de Josué son historias folclóricas que se inventaron para explicar las ruinas que existen en Hai, ruinas que en realidad precedían a Josué en unos mil años.
4. El escritor de Josué transfirió por error los eventos de los capítulos 7 y 8 de Betel a Hai.
Aunque muchos están a favor de las dos últimas explicaciones, evidentemente contradicen la infalibilidad de la Biblia. Es mejor dejar “el problema de Hai” sin resolver por ahora y no pretender dar soluciones infalibles. Es interesante ver que la arqueología puede aportar pruebas materiales de los relatos bíblicos, pero nuestra fe en la confiabilidad de la Biblia no está en la balanza hasta que se desentierre la prueba. Las interpretaciones de los geólogos cambian a causa de la naturaleza inexacta de la ciencia. La Biblia permanece sin cambio y fidedigna debido a su inspiración divina por el Espíritu Santo. Las conclusiones de una excavación en Israel este verano pueden cambiar la interpretación que era irrefutable hace cinco años. Las interpretaciones se desvanecen y se derrumban: “mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:8; 1 Pedro 1:25). “Cuando ocurren discrepancias aparentes entre la Biblia y los arqueólogos, una respuesta prudente sería reservarse el juicio. Históricamente, muchos se han apresurado a pronunciar un fallo, cuando el jurado todavía estaba deliberando, sólo para darse cuenta después que los descubrimientos de los arqueólogos habían resuelto el conflicto”.
Si Hai es Et-Tell, los espías viajaron 24 km cuesta arriba hacia el oeste y un poco al norte de Jericó. El lugar está situado estratégicamente en la cresta central de las montañas que forman la columna vertebral de Canaán. Los espías encontraron sólo a unos cuantos hombres en Hai y le aconsejaron a Josué que usara una fuerza mínima para tomar la ciudad. Algunos comentaristas pretenden atribuirles a los espías una actitud de soberbia, después de la gran victoria de Jericó. Pero esos comentarios parecen ir más allá de lo que el texto realmente dice.
Aunque Josué envía la cifra más alta de combatientes recomendada para tomar Hai, aun así, la derrota de Israel es abrumadora. Ni cien mil soldados podrían haber cambiado el resultado, ya que Acán le robó a Israel las bendiciones del Señor. Cuando Dios se opone a los planes humanos, éstos fallan.
Las bajas de Israel fueron de “unos treinta y seis”. A pesar de que no es una cifra redonda para nosotros, acostumbrados al sistema basado en diez, la numeración antigua, tomada del sistema sumerio, se basaba en múltiplos de seis. Conservamos un vestigio del antiguo sistema en los sesenta minutos de una hora y en la división del círculo en 360 grados. Decir “alrededor de treinta y seis” en el sistema sumerio es como para nosotros a decir “alrededor de cincuenta”.
La cifra de unos treinta y seis muertos tal vez no nos parezca la descripción de una derrota absoluta; sin embargo, recuerde que Josué estaba esperando una victoria rápida y completa. El más mínimo revés sería terrible después de la promesa que Dios le había hecho de darle el éxito total (1:3), el derrumbe reciente de Jericó, y el informe de los espías.
El sitio exacto del desastre está grabado en la memoria de Israel, como se ve claramente en la gráfica descripción del autor: “Los persiguieron desde la puerta hasta Sebarim y los derrotaron en la bajada”. La raíz de la palabra “Sebarim” significa “romper en pedazos”. El pueblo estaba deshecho emocionalmente con la derrota y reaccionaba de la misma manera que habían reaccionado los enemigos que habían vencido en el pasado. El corazón de Israel se derretía. La sandalia del enemigo ahora está puesta en el pie del pueblo escogido de Dios. ¿Cómo puede ser esto? Los líderes descargan su desconcierto y se desahogan en la forma acostumbrada del Oriente Medio.
7:6–9 El fracaso no sólo es una derrota aplastante para Israel, sino que también desmoraliza a Josué ante el Señor. El lugar donde ora, delante del Arca, sugiere el sentimiento de que algo relacionado al pacto de Dios está radicalmente equivocado.
No sería prudente usar toda la oración de Josué como un modelo. “En busca de la fe” puede ser el término que describa sus expresiones. Mientras trata de obtener una respuesta de Jehová, la debilidad se manifiesta. Para Dios es una bofetada sugerir que Israel debió haberse quedado al otro lado del Jordán cuando Dios mismo le ordenó el cruce, lo bendijo con un milagro y prometió la conquista. Las palabras de Josué son peligrosamente parecidas a las quejas del pueblo cuando andaban por el desierto (Ver: Éxodo 14:11, 12; 16:3; 17:3; Números 14:2, 3).
La audaz súplica de Josué al final de su oración es muy similar a los argumentos de las oraciones de Moisés (Vea: Éxodo 32:11–13; Números 14:15, 16; Deuteronomio 9:28, 29). Dado que el Señor ha vinculado su propio nombre al éxito de su pueblo, Josué llega a la conclusión de que Dios debe solucionar las cosas por el bien de su propia reputación. Su oración se caracteriza por la atrevida fe mezclada con una evidente debilidad.
Pablo hace un comentario consolador sobre las oraciones imperfectas de todos los creyentes: “Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros… Conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:26, 27).
La Biblia acostumbra revelar “defectos” de los gigantes de la fe como Josué. Una razón para esto es advertir que nuestra fe en los líderes, aun en los grandes líderes espirituales, nunca puede ser absoluta. Los cristianos no deben seguir ciegamente a sus héroes. Sólo Jesús merece nuestra confianza absoluta. Otro propósito es mostrarnos que todos los que se salvan, incluidos los grandes héroes de la Biblia, se salvan por la gracia de Dios por medio de la fe y no por sus obras. No necesitamos entrar en la desesperación cuando tenemos una profunda sensación de remordimiento y debilidad. Los “grandes” héroes de la fe pecaron también, pero recibieron el perdón por gracia mediante la fe en su Dios Salvador.
Las debilidades de Josué rara vez se revelan en la Biblia. En una ocasión Moisés lo reprendió, cuando quiso acallar a dos profetas (vea Números 11:24–30). En Josué 9:14, 15 se insinuará otro punto débil. Ahora, el mismo Jehová lo amonesta.
7:10–15 La reprimenda del Señor es severa e hiriente. Dios no permite que el monólogo continúe por mucho tiempo cuando casi se le acusa de maldad. Jehová implica que Josué debería saber que se ha violado el pacto. ¿Acaso no prometió Dios que, si se honraba su pacto, el éxito iba a seguir y cuando se quebrantaran sus estipulaciones iba a sobrevenir el desastre? En lugar de permanecer con el rostro en el suelo alimentando una actitud de derrota, Josué debería ocuparse en resolver el problema.
Sin revelar el nombre del culpable, Dios le explica con detalle los motivos del desastre de Hai. “Han quebrantado mi pacto… han tomado algo del anatema.” El plural “[ellos] han tomado… robado” otra vez muestra que el Señor culpa a todo Israel. No está satisfecho con el hecho de que casi todos han honrado las condiciones del pacto. ¿Quién se atreve a sugerir que a Dios no le preocupan los pecados individuales, mientras la corrupción no se extienda?
Jehová amenaza con que ya no va a estar con Israel, a menos que destruyan lo que “han tomado del anatema”. Sus palabras hieren, de la manera como hirió el anuncio que hizo en el tiempo del profeta Oseas: “Vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios” (Oseas 1:9). ¡Imagínese nada más el impacto que iban a causar esas palabras abrumadoras sobre Israel! No podrían reclamar la tierra prometida, no tendrían derecho a la protección divina ni al éxito en las batallas. Ahora están por su cuenta frente al deseo que tenían los cananeos de vengarse, resentidos por el fracaso que tuvieron en Jericó e inspirados por la derrota total en Hai. Ni hay esperanzas de otro milagro que separe las aguas del Jordán para salir en retirada. Ya no son el “especial tesoro” de Dios y “un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éxodo 19:5, 6). La violación del pacto debe quitarse.
Dios no iba a dejar a Israel buscando a tientas un plan para solucionar el problema. Su gracia es evidente aun en medio de su ira ardiente; le da instrucciones a Josué para que descubra a la persona que se atrevió a quebrantar el pacto sagrado con Israel. Pero antes, el pueblo se debe santificar en preparación para presentarse delante de Dios al día siguiente. Igual que en el monte Sinaí, tal vez la santificación incluía lavar la ropa y abstenerse de relaciones sexuales, como símbolo exterior de una santificación interior (vea Éxodo 19:10, 14, 15). Entonces, mientras: las tribus, los clanes, las familias y los individuos, aparezcan ante Jehová, él mismo atrapará al culpable. No se indica la forma exacta que el Señor empleará para “tomar” o “atrapar” al culpable. Tal vez sea echando a suertes los nombres escritos en trozos de cerámica, y luego ponerlos en un recipiente del que se escogen.
Además de condenar al criminal, el procedimiento esmerado salva a todos los inocentes. También le da tiempo a Acán para que se entregue y se arrepienta antes de que la firme mano de Jehová señale al acusado. Para nosotros, los lectores, el procedimiento pone énfasis en que el Señor, cuya ira se enciende ante el pecado, tiene ojos como fuego ardiente que traspasarán cualquier intento de encubrimiento. ¿Qué caso tiene tratar de esconder la culpa cuando ante la mirada penetrante de Dios todo se pone al descubierto?
7:16–18 Las doce tribus ante Dios nos pueden recordar a los doce discípulos delante de Jesús, cuando en la Santa Cena se buscaba la identidad del traidor y ellos decían: “¿ Soy yo, Señor?” (Mateo 26:22). Esa noche, Judas “fue tomado”. Judas llevaba el nombre de la tribu de Judá que en aquel día fue tomada.
Es un momento triste para la tribu de Judá. Pronto, Judá va a recibir la primera tierra y la porción más grande de ella. Después le dará a Israel sus reyes famosos. A toda la nación se le llamará “los judíos” por el nombre de esta sola tribu. Finalmente, Judá le dará al mundo su Salvador: “Luz para revelación a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2:32). No obstante, este día infame sirve para frenar el orgullo de la tribu cuyo nombre significa “alabado”.
Durante la larga y difícil prueba, Acán no da un paso adelante. ¿Qué es lo que piensa? ¿Cree que puede escapar sin ser descubierto por Dios? ¿Acaso alguien puede hacerlo?
El capítulo empieza con la genealogía de Acán, la cual ahora se repite en el versículo 18. Israel ahora aprende lo que los lectores ya sabemos. La repetición del linaje de la familia de Acán hace hincapié en la decidida mano del Señor para alcanzar a las: tribus, clanes, familias e individuos, y llevar a cabo este juicio señalado: “¡Tú eres el hombre!” Ante Dios, es en vano tratar de encubrirse. El arrepentimiento es el único camino seguro que se puede seguir.
7:19–21 Josué es un laico de la tribu de Efraín, pero su método es absolutamente “pastoral”. Acán ha sido la causa del desastre de Israel por haber quebrantado el pacto, y luego añadió a su pecado el no haber dado un paso adelante para entregarse. Hubiéramos esperado que Josué lo tomara del cuello y vociferara la humillación que le causó a su ejército, pero la preocupación de Josué no es vengarse por el daño personal. Anhela el arrepentimiento de este “hijo” de Israel y la gloria de Dios en la resolución del asunto.
Las palabras “hijo mío” establecen el tono delicado de Josué. “Pudo haberlo llamado con justicia ‘ladrón’ y ‘rebelde’; sin embargo, lo llama ‘hijo’. … Este es un ejemplo de cómo tratar con espíritu de humildad incluso a los delincuentes, sin saber lo que nosotros mismos hubiéramos sido y hecho si Dios nos hubiera entregado en manos de nuestros propios pensamientos.”
“Dar gloria a Dios” es una expresión que tiene el significado de “Decir la verdad y nada más que la verdad con la ayuda de Dios”. Los judíos del Nuevo Testamento usaron el mismo mandato solemne para decir la verdad en Juan 9:24. A Dios siempre se le glorifica con la verdad, porque así se indica que sus caminos son rectos y que él hace bien a su pueblo.
Aunque la confesión de Acán llega tarde, es completa y puede servir de modelo, porque no intenta echar la culpa a nadie más ni minimizarla. Revela todo delante de Josué y de Dios. Admite que su pecado no fue una cuestión de debilidad momentánea; fue calculada: “Vi… codicié y tomé”. El hecho de haberlo ocultado lo convirtió en un acto continuo de maldad. Se ve lo completo de su confesión por los detalles que menciona: el manto es de Babilonia, “Sinar” en hebreo; la plata pesa doscientos siclos o alrededor de dos kilos; el oro pesa cincuenta siclos o como medio kilo. Hasta da una detallada información del lugar donde los escondió en su tienda: “y el dinero está debajo”.
Nosotros, que hemos racionalizado nuestros pecados, podemos adivinar lo que pasó por la mente de Acán cuando se le presentó la tentación. “Nadie lo sabrá. ¡Qué desperdicio si no tomo algo de esto! No soy codicioso, sólo quiero cuidar a mi familia. Lo que llevo es una miseria en comparación a toda la riqueza que hay aquí. Ha de haber muchos israelitas que hacen lo mismo.”
Pero ahora Acán no trata de encubrirlo y confiesa su culpa personal y específica. Las confesiones pueden llegar a ser deliberadamente vagas. “Sí, soy un pecador como cualquier otro aquí”. Esas podrían ser las palabras de alguien que trata de ampararse en términos generales y cobijarse bajo la culpabilidad de todos. A veces es saludable catalogar los pecados específicos para estar seguros de que no se están murmurando sólo vagas confesiones y a la vez negando la culpa personal.
Josué no quiere prolongar un segundo más la violación del pacto. Es terrible sentir todo el ardor de la ira del Señor.
7:22–26 Acán usa la misma tierra que es regalo de Dios para esconder los artículos prohibidos debajo de su tienda. Es un trágico abuso de las bendiciones que nos da Dios, cuando en vez de usar sus regalos para glorificarlo se utilizan para la maldad.
Lo que encontraron los mensajeros en la tienda de Acán concordaba exactamente con su confesión en todos los detalles. Esto se nota por la repetición del lugar preciso donde estaba escondido el dinero.
Se extienden todas las cosas “del anatema” “delante de Jehová”, lo cual tal vez quiera significar delante del Arca del pacto. Los artículos le pertenecían a Dios; el ladrón ha violado su pacto; y Dios debe ser glorificado en la resolución del pecado.
Jehová ya había ordenado el procedimiento que se debía seguir con el trasgresor del pacto y todo lo que le pertenecía (vea el versículo 15). Israel no actúa por iniciativa propia en el castigo. La ley de Moisés señalaba que los hijos no debían morir por causa de los pecados de sus padres (Deuteronomio 24:16). El apedreamiento de los hijos de Acán puede indicar su complicidad en el robo. El Señor ve los corazones y nunca comete una injusticia. Muchos comentaristas señalan el hecho de haber enterrado las cosas prohibidas en la tienda de la familia como un indicio de que ella sabía del pecado y lo aprobaba.
El campamento de Israel en Gilgal es al parecer el lugar donde los artículos robados se extienden delante de Jehová. Pero el apedreamiento se realiza en un valle alejado del campamento. Se dice que la llanura que está alrededor de Gilgal no tiene casi nada de piedras. Algunos identifican el Wadi el-Kelt, un arroyo lleno de piedras que conduce al valle del Jordán, como el lugar del apedreamiento. Después de la ejecución de las órdenes de Dios, el sitio se conoce con el nombre de valle de Acor o “problema”.
Se le quedó el nombre. El profeta Oseas escribió acerca del valle de Acor unos 700 años más tarde en el contexto de una profecía inspirada acerca del tiempo del Salvador. Citando a Jehová, Oseas escribe: “Le daré… el valle de Acor por puerta de esperanza” (Oseas 2:15). Los actos salvadores del Mesías iban a llenar los puntos más deprimentes de la tierra con una esperanza inspiradora. Con su sangre iba a establecer el “nuevo pacto” incondicional, en el que el Señor declara: “Perdonaré la maldad de ellos y no me acordaré más de su pecado” (Jeremías 31:31–34).
La familia de Acán es apedreada
Al final queman a las víctimas apedreadas, como lo ordenó Jehová en el versículo 15. Su destino es el mismo que le aconteció a la ciudad de Jericó (vea 6:24). Dios no amenazó en vano cuando les advirtió a Acán y a todo Israel: “Guardaos del anatema; ni toquéis, ni toméis ninguna cosa del anatema, no sea que hagáis anatema el campamento de Israel” (6:18).
Sobre la tumba de Acán la gente levantó el tercer monumento conmemorativo de piedra que aparece en la tierra prometida desde que Israel entró en ella. Los dos primeros proclamaban las alabanzas del Señor por un milagro; este expresa una severa advertencia. La frase familiar “hasta hoy” señala la realidad histórica del episodio de Acán. Los primeros lectores del libro de Josué podrían caminar al valle de Acor, contemplar el montón de piedras que se encontraba todavía allí y recibir una advertencia solemne.
El autor no comenta acerca del destino eterno de Acán. Algunos escritores hacen hincapié en “este día” en la oración de Josué: “Que Jehová te turbe en este día”. Algunos sugieren que después de “este día” Acán gozará la eternidad, libre de problemas en el cielo. Su ejecución, aun por mandato de Dios, no implica muerte eterna. La fe en el Dios Salvador pudo muy bien haber estado presente en Acán al momento de la sincera confesión que hizo ante Josué. “En el tiempo del Antiguo Testamento se le dio importancia a la muerte física como castigo por los pecados. Esto muestra el desagrado de Dios ante el pecado. Sin embargo, es mejor no llegar a conclusiones precipitadas acerca del destino eterno de los individuos así castigados”.
El intervalo del capítulo 7 termina. El pacto con su promesa de éxito sigue vigente. La armonía entre Dios y el pueblo se ha restablecido. Otra vez va a resonar el tono positivo que prevalece en el libro de Josué.
Harstad, A. L. (2000). Josué. (R. C. Ehlke & J. C. Jeske, Eds.) (pp. 102–116). Milwaukee, WI: Editorial Northwestern.