Yo era ciego y ahora veo
Devocional camino a la victoria
INTRODUCCIÓN
Pablo no podía jactarse de lo que estaba obligado a hacer. Toda esperanza de recompensa debía estar relacionada con algo que él hiciera voluntariamente, y no como obligación. Eso mostraría la verdadera inclinación y el deseo de su corazón. Cuando dice “necesidad”, sin duda se refiere a su vocación al ministerio (ver Hech. 9:4–6, 17–18; 13:2; 22:6–15, 21; 26:15–19), que no podía ignorar y al mismo tiempo tener paz o el favor de Dios.
Si no anunciare. Pablo conocía el castigo del silencio. Sabía que estaba comisionado por Dios para proclamar las alegres nuevas de la liberación del pecado, y que si permanecía callado no tendría paz, ni alegría, ni completa comunión con Cristo. Permanecer callado habría significado para él negar la comisión que el Señor le había dado (ver Hech. 22:14–15, 21; Rom. 11:13; 15:16; Efe. 3:7–8).
Todos los que son llamados por Dios para predicar el Evangelio como ministros, no pueden ocuparse en ninguna otra clase de actividad y sentirse felices o contentos. Si un hombre puede con limpia conciencia y paz mental dejar de predicar, entonces de ninguna manera debiera entrar en el ministerio (ver OE 452). El ministerio del Evangelio es la vocación que implica la mayor responsabilidad en el mundo, y sólo debieran entrar en él los que están dispuestos a ser guiados por el Espíritu del Señor y responden al sentimiento de un deber sagrado (ver 3T 243). El verdadero ministro de Jesucristo no se tiene en cuenta a sí mismo y a su propia conveniencia. No trata de hacer lo menos posible ni limita su servicio a cierto número de horas diarias; anhela hacer más de lo que parece necesario porque ama al Señor y aprecia el valor de las almas. Se siente impulsado por un sentimiento íntimo de urgencia de buscar y salvar las almas perdidas (ver Jer. 20:9). Y lo que es verdad y necesario en relación con el ministerio, también se aplica a cada seguidor del Señor. Jesús ha ordenado a todos los que creen en él que sean sus testigos (ver Mat. 28:19–20; Hech. 1:8; DTG 313–314; 3JT 288–289). Todos los que aman al Salvador responderán a esa orden dejando que el Espíritu Santo brille a través de ellos para beneficio de todos aquellos con quienes se relacionan (ver Dan. 12:3; Mat. 5:16; Fil. 2:15).