Romanos - Clase 4

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Introducción

Hemos visto hasta ahora, una introducción a carta a los Romanos, consideramos el bosquejo general y un bosquejo mas específico de la carta. Repasamos las lecciones mas importantes de la Primera división del libro:
LA JUSTIFICACIÓN POR FE (las ilustraciones que Pablo usa para explicar la doctrina) Y SUS CONSECUENCIAS (Promueve la santidad y no el pecado, vimos el uso de la ley, el pecado remanente y la seguridad de la salvación). Cap. 1–8
Gráfico.... En Romanos 8, Pablo fundamenta la doctrina de la eterna seguridad de los creyentes en siete argumentos irrefutables. Esta ilustración gráfica se presenta con la esperanza de que sirva de ayuda a fijar en la mente el tema de este gran capítulo. Cada argumento, empezando de arriba a abajo, descansa en el que le sigue, de tal forma que, cuando se les ve en conjunto, presentan un fundamento indestructible. El capítulo comienza con NO HAY CONDENACIÓN, “en Cristo”, y termina con NO HAY SEPARACIÓN del amor de Dios, “en Cristo”.
SEGUNDA PARTE
LA EXCLUSIÓN DE LOS JUDÍOS Y LA INCLUSIÓN DE LOS GENTILES COMO PUEBLO DE DIOS. Capítulos 9–11
En estos capítulos Pablo trata un problema muy confuso para la iglesia de su tiempo: la exclusión de Israel y la salvación de los gentiles.
¿Cómo podría explicarse la exclusión de la gran mayoría del pueblo judío?
¿No había Dios hecho promesas definidas a Abraham, el padre de los judíos, de bendecir a su simiente, a sus descendientes?
¿No había Dios bendecido a Israel por encima de todas las naciones?
De entre todos los pueblos del mundo, ¿no había Dios confiado Su Palabra escrita, las Escrituras del Antiguo Testamento, a los judíos solamente? (ver Romanos 3:2 y cf. Hebreos 1:1).
¿No era Israel a quien Dios había dado la Ley Mosaica, el Tabernáculo y el Templo para el culto, las promesas, etc?
De acuerdo con las promesas hechas a Abraham y bajo los términos del Pacto hecho en el Monte Sinaí, ¿no eran los judíos Su pueblo y no era Él su Dios?
En vista de todo este pasado, ¿qué explicación podría hallarse para la exclusión de los Judíos y la inclusión de los Gentiles, en su lugar, como pueblo de Dios?
Veamos como resuelve Pablo estos problemas 9:1–29
Antes de hablar de la exclusión de los Judíos, Pablo expresa su profunda compasión y amor por ellos, y su gran respeto por sus privilegios nacionales. 9:1–5.
Pablo ama a sus parientes según la carne, desearía él mismo verse excluido o separado de Cristo (maldecido) por amor de ellos, si esto pudiera significar su salvación. 9:1–3.
Ademas expresa su profundo respeto por esta nación que Dios los había adoptado, le había manifestado presencia. hizo pactos especiales con ellos y les había dado la ley de Moisés. Las promesas de Dios estaban dirigidas a ellos; y eran sus compatriotas, de ellos vino Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas. 9:4, 5.
Luego Pablo establece el absoluto derecho de Dios de hacer cuanto le plazca con Sus criaturas caídas y pecadoras. Luego explica que las promesas de Dios de salvar a los descendientes de Abraham hacía referencia solamente a su simiente “espiritual” o “simiente elegida” (9:6–8).
Dios es quien determina quiénes de los descendientes de Abraham, conforme a la carne, serían incluidos en este grupo de elegidos (9:9–13).
La salvación es el resultado de la misericordia de Dios y no el resultado de la voluntad o las obras del hombre (9:14–18).
Dios, al igual que un alfarero, hace del mismo barro (la masa caída de la humanidad) vasos para honra o vasos para deshonra (9:19–21).
Nadie tiene derecho a dudar de la soberanía de Dios para rechazar a unos y salvar a otros. Dios castiga a los vasos de ira hechos para destrucción (9:22); de esta manera hará saber las riquezas de Su gloria a los vasos de misericordia, Su pueblo elegido (9:23), los cuales han sido llamados no sólo de entre los JUDÍOS sino también de entre los GENTILES (9:24). ¿Quién puede objetar la acción de Dios en este sentido con sus criaturas caídas? 9:6–24.
La exclusión de la nación Israel, no significa entonces que Dios no cumplió sus promesas a Abraham. 9:6–13.
Sus promesas estaban limitadas en alcance; es decir que Dios no estaba obligado a mostrar misericordia a todos los descendientes naturales de Abraham, el solo mostró misericordia a la simiente espiritual de Abraham (“los hijos de la promesa”). 9:6–8.
Dios eligió para salvación a algunos judíos de la nación física de Israel. Solo estos judíos elegidos son los verdaderos descendientes de Abraham, que forman el verdadero “Israel de Dios” (Galatas 6:16), la nación espiritual compuesta por todos los verdaderos creyentes. Fue solamente a estos judíos elegidos a quienes se aplicó la promesa. Todos ellos se salvan por medio de la fe; por lo tanto la promesa de Dios a Abraham (de salvar a su simiente) se esta cumpliendo.
Pablo ilustra la elección soberana de Dios de algunos judíos y la exclusión de otros como herederos de la promesa, mediante la cita de algunos ejemplos tomados de los descendientes de Abraham. 9:9–13.
Abraham tuvo dos hijos, Ismael nacido de Agar, e Isaac “el hijo de la promesa” quien, catorce años después, nació de Sara. El primero fue rechazado y el último fue escogido por Dios para gozar de la promesa hecha a Abraham, mostrando así claramente que Dios determina quien, entre los descendientes de Abraham, heredaría la bendición. 9:9.
Isaac, tuvo dos gemelos: Esaú y Jacob. Jacob fue escogido y Esaú excluido, esto fue anunciado a su madre Rebeca, antes de que ellos nacieran, antes de que hubieran hecho alguna cosa, buena o mala, para que todos pudieran conocer que la elección de Dios no está basada en obras humanas. Hay muchos que piensan que, antes de la fundación del mundo, Dios miró hacia abajo y escogió para salvación a quienes Él vio que responderían a Su llamamiento y que, por lo tanto, la elección está basada en el preconocimiento de Dios de lo que haría cada cual. Pero el lenguaje de Pablo no admite tal interpretación (cf. Romanos 11:5, 6). Esaú y Jacob eran culpables en Adam. Como resultado de la imputación del primer pecado de Adam a toda la raza, y por tanto a Jacob y a Esaú, éstos estaban justamente expuestos a la ira de Dios.
Después de haber establecido la doctrina de la elección incondicional, Pablo pasa a defenderla. 9:14–24.
En respuesta mostrará como el destino de cada individuo está determinado por el Dios todopoderoso; algunos son escogidos, por gracia, para vida eterna, y otros, en justicia, son dejados para sufrir las consecuencias de sus pecados, esto es, muerte eterna.
a. Primera objeción: mostrar misericordia para unos y no para otros sería injusto por parte de Dios (9:14). 9:14–18.
Dios mismo declara que mostrará misericordia a aquellos que Él quiera. Éxodo 33:19. La elección depende de la misericordia de Dios, no de los méritos del hombre (9:16).
Dios ejerció este derecho en su trato con Faraón, rey de Egipto en tiempos del Exodo. Dios mostró misericordia a Israel y endureció judicialmente el corazón de Faraón (9:18). El hace esto siempre con los individuos.
b. Segunda objeción: dado que el destino de todos los hombres está en las manos de Dios, quien muestra misericordia a unos y no a otros, ¿por qué Dios hace al hombre responsable de sus acciones? (9:19). 9:19–23.
Es una irreverencia criticar o contradecir lo que el Creador hace, especialmente cuando se considera que Dios ha esgrimido (vs. 16) y ejercido (vs. 17, 18) el derecho que ahora se le objeta (9:20, 21). Dios además, no esta en la obligación de extender su gracia sobre todos los hombres, puesto que todos son pecadores Dios esta obligado en su justicia a condenarlos a toldos, y es libre para salvar a quien él desee. Es prerrogativa de Dios salvar a unos y no a otros; hacer un vaso para honra, y otro para deshonra. Todos los hombres han pecado, son de la misma masa corrupta, Dios es libre en hacer de una masa vasos de misericordia y de ira (vs. 22, 23). 9:20, 21.”39 DOBLE PREDESTINACIÓN.
Dios, al tratar con sus criaturas pecadoras castigando a unos y perdonando a otros, no hace nada irrazonable o injusto, pues ambas clases de vasos sirven a un mismo y sublime fin; el castigo de los vasos de ira manifiesta el desagrado de Dios hacia el pecado, mientras que al perdonar a los vasos de misericordia manifiesta las riquezas de Su gloria. 9:22, 23.
c. Conclusión: Dios, quien tiene misericordia de aquellos que Él elige para tener misericordia, extiende ahora Su llamamiento a todos los hombres, judíos y gentiles. 9:24.
Hodge, concluye: “¡Con cuánta naturalidad el apóstol vuelve al objeto principal de la discusión! ¡Con qué habilidad llega a la conclusión que estaba buscando! Dios escoge a Isaac con preferencia a Ismael, a Jacob con preferencia a Esaú; es una prerrogativa, que reclama y ejerce, de seleccionar entre los hombres culpables a los que le place como los objetos de Su misericordia, y de dejar perecer en sus pecados a aquellos que también le place, sin restricción en Su elección motivada por la descendencia o por la previa conducta de los individuos. Tiene misericordia de aquellos de quien tendrá misericordia, y por tanto llama a personas de entre los gentiles así como de entre los judíos, indiscriminadamente. Esta es la conclusión a la que el apóstol trataba de llegar. Los gentiles son admitidos al reino del Mesías (vs. 25, 26), mientras que el gran grupo de judíos queda excluido (v. 27). Esta conclusión está confirmada por múltiples declaraciones explícitas de la Escritura.”
C. Pablo muestra que la salvación de los Gentiles y la exclusión de la mayor parte de Israel había sido predicha por los profetas. 9:25–29.
1. Oseas escribió acerca del tiempo cuando los que no eran del pueblo de Dios (i.e. los gentiles) serían llamados “hijos del Dios viviente” (ver Oseas 2:23 y 1:10). 9:25, 26.
2. Isaías predijo que vendría el tiempo cuando sólo un remanente (i.e. un pequeño fragmento o porción) de Israel sería salvo (ver Isaías 10:22, 23; 1:9 y 11:11). 9:27–29.
¡Estas dos profecías habían ya empezado a cumplirse en los tiempos de Pablo!
Nótese que a través de todo el discurso, el apóstol está discutiendo la elección y el llamamiento de personas para salvación, y no para privilegios o ventajas externas. Estas personas fueron seleccionadas por Dios para ser hechos Sus “hijos” (9:8), y para mostrarles “misericordia” (9:15, 16, 18). Fueron hechas “vasos de misericordia” y preparadas “para gloria” (9:21, 23). Fueron hechas “pueblo de Dios” y llamadas “hijos del Dios viviente” (9:25, 26). Nótese que “sólo un remanente de Israel será salvo.” (9:27).
IX. LA CAUSA INMEDIATA DE LA EXCLUSIÓN DE ISRAEL Y LA DE LA INCLUSIÓN DE LOS GENTILES PARA SALVACIÓN FUE LA DIFERENTE MANERA EN QUE AMBOS RESPONDIERON AL EVANGELIO (las buenas nuevas de la justificación por la fe en Jesucristo). 9:30–10–21
Los gentiles estaban recibiendo el don gratuito de la justicia de Dios y eran justificados, mientras que los judíos trataban de conseguir por las obras su propia justicia, y perecían (9:30–10:4)
Por un lado, vemos como los gentiles, que no buscaban la justicia, la obtienen ahora por medio de la fe. 9:30. Recordemos que en en el vs. 1:18–32 Pablo describió la terrible condición del mundo gentil y explica por qué habían sido abandonados por Dios y dejados sin ninguna revelación sobrenatural de Su persona. Habían suprimido la verdad acerca de Dios y se habían vuelto a sus ídolos sirviendo a las criaturas antes que al Creador. Por esto Dios los había entregado a toda suerte de males. Únicamente tenían a su alcance lo que les podía ser revelado por naturaleza (la creación); mas este conocimiento, aun cuando les dejaba sin excusa para justificar su idolatría, no les era suficiente para traerles a salvación. Abandonados a sí mismos, no habían luchado por lograr la justicia; pero ahora la situación había cambiado; Dios se les estaba mostrando en misericordia y llamándolos (de hecho trayéndolos) a Él (9:24–26) y revelándoles el don de justicia que es recibido por la fe en Su Hijo (9:30).
Por otro lado, los judíos, que se habían esforzado por labrarse su propia justicia, basada en la obediencia a la Ley, habían fallado en su intento, porque en ignorancia la habían buscado por medio de las obras y no por la fe. 9:31–10:4. De manera que ellos tropezaron en Cristo —la piedra de tropiezo en la cual Isaías había predicho que lo harían (ver Isaías 28:16; 8:14). 9:32b, 33. Pablo anhela la salvación de Israel y testifica del celo que ellos mostraban por Dios; pero dice que este celo no era un celo sabio, por cuanto ignoraban (sin instrucción) la justicia que Dios da (imputa) e intentaban establecer la suya propia. No comprendieron que Cristo es el telos o fin ultimo de la ley y el medio de justificación de todo aquel que cree. 10:1–4.
El método LEGAL y el método EVANGÉLICO son contrastados por el apóstol con el propósito de mostrar que el primero está fuera del alcance del hombre pecador, mientras que el segundo es simple y fácil y apropiado a todos los hombres sin distinción. 10:5–13.
El sistema legal exige al hombre perfecta obediencia a la ley de Dios, para justificación (ver Gálatas 3:10–13). 10:5.
El método evangélico de justificación no impone unos términos tan severos; simplemente requiere fe en el corazón y confesión de Cristo como Señor resucitado. 10:6–11
La justificación es ofrecida a todo hombre (judío y gentil) bajo los mismos términos. La promesa es clara y cierta: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor (i.e. Jesús, ver v. 9) será salvo.” 10:12, 13.
El Evangelio de Cristo no sólo es apropiado a todos los hombres, sino que debe ser enviado (predicado) a todos los hombres, si es que han de ser salvos. 10:14–17
Los pecadores deben INVOCAR el nombre de Jesús como Señor, si es que han de ser salvos.
Pero no pueden invocar Su nombre a menos que CREAN en Él.
No pueden creer sin HABER OÍDO de Él.
Y no pueden oir de Él a menos que el mensaje de CRISTO LES SEA PREDICADO.
Por tanto, para que los pecadores se salven el mensaje debe serles ENVIADO.
CONCLUSIÓN: “Así que la fe es por el oir, y el oir, por la palabra de Dios.” (10:17).
Hechos de los Apóstoles 4:12 RVR60
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.
2 Tesalonicenses 2:13–14 RVR60
Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad,a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.
Hay quienes creen que aquellos que no han oído nunca el evangelio no pueden ser condenados. Su argumento es que “Dios no puede ser tan injusto como para condenar al infierno a aquellos que no han tenido la oportunidad de aceptar o rechazar a Cristo”. Sin embargo, los mismos que así hablan abogan por el envío de misioneros a aquellos que no han oído el evangelio y que, según su punto de vista, no pueden ser condenados. Nos parece contradictorio el mantener la idea de que el paganismo está seguro porque no ha oído el Evangelio, y al mismo tiempo apoyar el movimiento misionero; pues si los paganos no pueden ser condenados sin antes haber oído el Evangelio, y si después de haberlo oído algunos de ellos lo rechazan, entonces, ¿no debemos pensar que los misioneros, en lugar de llevar la esperanza y posibilidad de salvación al pagano, le llevan solamente condenación para aquellos que rechazan a Cristo después de haber oído el mensaje? Mas como Pablo muestra en Romanos, los hombres se pierden no porque rechazan a Cristo, sino por causa de sus pecados … Y si han de creer el Evangelio de Cristo que les libera de la culpa de sus pecados, deberán primero oirlo. Por tanto, el envío de misioneros es absolutamente imperativo, si queremos que el incrédulo se salve.
En cuanto se refiere a la salvación de aquellos que son incapaces de comprender y creer el Evangelio (i.e. los niños, los enfermos mentales, etc.) las Escrituras guardan silencio: es suficiente conocer y saber que el Juez del mundo hará lo recto. Que éstos necesitan la salvación está claro por el hecho de que la raza humana ha sido cargada con el pecado de Adam (5:12–19); pero no se nos dice nada respecto a la provisión hecha para ellos. Una cosa es cierta: si han de ir al cielo, deberá ser a través de los méritos de Cristo, y no por ser inocentes o por estar libres de culpa.
Cuando consideremos estas materias debemos tener en cuenta las palabras de Deuteronomio 29:29: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre” (ver Nota núm. 9, La fe salvadora, p. 104).
Los profetas del Antiguo Testamento predijeron la extensión universal del Evangelio y la inclusión de los gentiles como pueblo de Dios, como asimismo que el pueblo de Israel rechazaría el Evangelio. 10:18–21
X. LA EXCLUSIÓN DE LOS JUDÍOS, EN CUANTO AL NÚMERO, NO ES TOTAL; EN CUANTO AL TIEMPO, NO ES FINAL. 11:1–36
Aún cuando Dios ha rechazado a la mayor parte de la nación judía, no ha abandonado a Su pueblo (i.e. sus elegidos), a “aquellos que preconoció” (i.e. que estableció en Su corazón. Ver 8:29, 30).
La gracia había sido mostrada a Pablo mismo así como a otros judíos de su tiempo. Al igual que en los días de Elías, Dios “guardó para sí” siete mil hombres, “en el tiempo presente hay también un remanente (i.e. un fragmento pequeño) escogido por gracia”. Los escogidos lo fueron no por lo que habían hecho o harían, sino solamente por el inmerecido favor de Dios. 11:1–6.
A aquellos de Israel que no fueron escogidos por gracia, que no fueron nombrados entre los elegidos de Dios, Dios les cegó y endureció. 11:7–10.
Debemos recordar que cuando Dios “endurece” a ciertos individuos (como en Romanos 9:17, 18; 11:7, 8), trata con criaturas pecadoras—no con gente inocente. Este endurecimiento es un castigo judicial (i.e. castigo que resulta del juicio de Dios, efecto del pecado). Dios abandona a los pecadores a su propia naturaleza corrompida. Cuando Dios endurece a un individuo no está forzando a hacer el mal a una persona buena que quiere hacer lo recto, sino que está castigando a un pecador entregándolo a su propio pecado (ver bosquejo de 1:24–31). “Dios no castiga si no existe culpa. La condenación supone culpabilidad positiva. Los hombres en sí son pecadores y cometen pecado voluntariamente; son endurecidos como castigo, y finalmente perecen en sus pecados, y su destrucción es la ejecución de la justa sentencia dictada por Dios contra el pecado (…). Dios sabe lo que hará el hombre dejado a sus propias inclinaciones; y en cuanto a aquellos que son finalmente condenados, Él determina abandonarlos a sus depravados apetitos enquistándolos en su rebelión contra Él.”
La exclusión de los judíos, en cuanto al tiempo, no es final. 11:11–32
La re-inclusión de los judíos, como pueblo de Dios, es un hecho deseable y al mismo tiempo probable. 11:11–24. La exclusión temporal de los judíos tenía como propósito traer salvación a los gentiles y al mundo en general. 11:11–16.
Los gentiles no están en posición de glorificarse por su inclusión en el olivo (el pueblo de Dios), como si esta inclusión fuera el resultado de su superioridad sobre el pueblo judío. Los judíos fueron cortados por su incredulidad; los gentiles fueron añadidos solamente por su fe. 11:17–22.
Haldane: “La nación judía era el olivo de Dios. En un sentido característico, era el pueblo de Dios, de entre los cuales Dios había escogido la mayor parte de sus verdaderos hijos; pero ahora, debido a su incredulidad, algunas de las ramas de este olivo habían sido cortadas (…). Y entre aquellos que estaban separados, o mejor dicho, en el lugar de aquellos que fueron cortados, fueron puestos los Gentiles, quienes siendo olivo silvestre, sin sitio en el buen olivo, ahora son hechos hijos de Abraham por la fe en Cristo Jesús (Gálatas 3:26–29). Fueron injertados en el buen olivo, cuyas raíces estaban en Abraham, y por tanto, fueron hechos partícipes de sus privilegios. Cuando un cristiano gentil se sienta dispuesto a gloriarse sobre los judíos, recuerde siempre que los judíos no sólo fueron los primeros hijos de Dios, sino también que los primeros cristianos fueron también judíos. Los judíos no obtuvieron ningún beneficio de los gentiles, sino que, por el contrario, fueron éstos quienes recibieron mucho de los judíos, de entre quienes salió el Evangelio (los primeros predicadores del Evangelio fueron judíos, y aún el mismo Cristo, en cuanto a la carne, nació de ellos). Los creyentes gentiles fueron hechos hijos de Abraham y todas las bendiciones que disfrutan son en virtud de esta relación.”
Los judíos pueden y han de ser injertados de nuevo en el olivo, si no persisten en su incredulidad. 11:23, 24.
Dios, de hecho, ha determinado injertar de nuevo a los judíos en su propio olivo, en un tiempo futuro. Pero este injerto no tendrá lugar hasta que el número total de gentiles haya sido incluido. Entonces, Dios mostrará misericordia a Israel como nación (i.e. los judíos que vivan en ese día) 11:25–32.
Cuando el número completo de gentiles haya sido injertado en el pueblo de Dios, el Israel nacional será salvo. 11:25, 26a
La conversión futura de Israel fue predicha en el Antiguo Testamento (ver los pasajes de Isaías 27:9; 59:20, 21; Jeremías 31:33, 34; cf. Hebreos 8:8–12; 10:16, 17). 11:26b, 27.
La mayoría de los judíos son ahora enemigos de Dios, pero en relación con la elección divina, la nación es amada y alcanzará misericordia. 11:28–32.
La nación espiritual de Abraham, se le llama por varios nombres en el Nuevo Testamento y se hace referencia a ella como la Iglesia que es el cuerpo de Cristo (Efesios 1:22, 23; 2:16; 3:6, 9, 10; 4:4, 15, 16; 5:23; 1 Corintios 12:12–28; cf. Romanos 12:4–8; Colosenses 1:18, 24; 2:19; 3:15), la esposa de Cristo (Efesios 5:23–32), el Israel de Dios (Gálatas 6:14–16), la circuncisión verdadera (Filipenses 3:2, 3; cf. Colosenses 2:11; Romanos 2:28, 29), la familia de Dios (Efesios 2:19; 1 Timoteo 3:15), la casa espiritual (1 Pedro 2:4–9), una raza escogida, real sacerdocio, nación santa, pueblo de Dios (1 Pedro 2:9, 10; cf. Éxodo 19:5, 6), ciudad santa, nueva Jerusalem (Apocalipsis 21:1–4; 9:14; Hebreos 12:22–24), etc. Pero cualquiera que sea el nombre que se aplique al pueblo de Dios, sea en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, TODOS son miembros de la misma nación espiritual, y por fe TODOS son hijos de Abraham y herederos de la misma promesa espiritual.
Pablo alaba reverentemente al Omnisciente y Todopoderoso Soberano, cuya sabiduría, decisiones y métodos están fuera del alcance de la comprensión humana, Única Fuente, Rector y Fin de todas las cosas. 11:33–36.
Hodge “La razón por la que el hombre no puede colocar a Dios bajo condiciones es la de que Dios mismo es todo en todo; la fuente, el medio, el fin. Todas las cosas son dirigidas y gobernadas por Su poder, sabiduría y bondad, y apuntan a Él como su final objetivo (…) Dios es la fuente, la causa constante y el fin de todas las cosas (…). Cuando Pablo pregunta ¿quién le dio a él primero?, la respuesta es Nadie; porque de Él y por Él y en Él son todas las cosas. Si todas las cosas existen y son dirigidas hacia un fin, éste es el más noble y sublime de todos: la manifestación de Su carácter. Las criaturas no son más que vanidad de por sí, e inanidad en comparación con Dios. El conocimiento humano, el poder y la virtud son meros pálidos reflejos del esplendor de la gloria divina. Este sistema religioso, por lo tanto, está en mayor conformidad con el carácter de Dios, la naturaleza del hombre y el fin del universo, en el que todas las cosas son de Él, por Él y en Él. Y ante ello el hombre sólo puele exclamar: ¡NO A NOSOTROS, SINO A TU NOMBRE SEA TODA LA GLORIA!…
TERCERA PARTE
EXHORTACIONES PRÁCTICAS Y ENCARGOS PERSONALES DIRIGIDOS A LOS SANTOS EN ROMA. Capítulos 12–16
Introducción: En Romanos, al igual que en casi todas sus cartas, Pablo trata del fundamento doctrinal del cristianismo, antes de ocuparse de las obligaciones que se exigen, a aquellos que confiesan la verdad de la fe cristiana. El orden que el Apóstol sigue es, primero la doctrina, y luego las obligaciones morales; y este orden es importante porque una vida recta debe ir siempre precedida por un conocimiento recto. Sólo cuando entendamos y recibamos por fe lo que Dios ha hecho por nosotros encontraremos el motivo justo y adoptaremos los métodos rectos. Predicar las obligaciones sin poner un fundamento doctrinal sano, o predicar la doctrina sin hablar de los deberes para con Dios como principal objetivo de la misma, es un esfuerzo vano e inútil. Las palabras de Mateo Henry son realmente verdaderas: “Los cimientos de la práctica cristiana deberán estar basados en el conocimiento y la fe cristianos. Debemos comprender, en primer lugar, cómo recibimos a Cristo Jesús y así sabremos, en segundo lugar, cómo andar mejor con Él.”50
A lo largo de la epístola (caps. 1–11) el apóstol se ha ocupado hasta aquí de la culpa y depravación humana; ha explicado cuidadosamente el método evangélico de justificación por la fe, la obra de la santificación por el Espíritu Santo, la seguridad del creyente y el principio soberano de elección. En el resto de la carta (caps. 12–16) Pablo se ocupa de las diferentes obligaciones que Dios ha impuesto a aquellos a quienes ha salvado. En esta sección de Romanos el Apóstol establece reglas y principios por los cuales los cristianos deben regular sus vidas. Argumenta con ellos, les exhorta, anima, advierte e instruye en la forma en que deben conducirse en este mundo. Si nosotros hemos recibido la gracia de comprender y recibir las doctrinas enseñadas hasta aquí en Romanos, si somos el objeto de la gracia salvadora de Dios, entonces estamos en la obligación de estudiar estos capítulos finales para conocer y hacer lo que se nos requiere, de modo que honremos la sana doctrina con la práctica del deber cristiano.
XI. EXHORTACIONES PRÁCTICAS. 12:1–15:13
A. Deberes para con Dios y para con la Iglesia. 12:1–8
1. Los creyentes, por la misericordia que Dios les ha mostrado, deben ofrecerse a sí mismos a Dios como sacrificio vivo, y ajustarse a Su voluntad, no al mundo. 12:1, 2.
2. Se advierte a los creyentes que no tengan en demasiada estima su propio valer personal, pues, cada uno, junto con el resto, es parte del cuerpo de Cristo, la Iglesia (12:3–5). Se les instruye también en la forma en que deben usar los dones que Dios les ha dado. (12:6–8). (cf. 1 Corintios caps. 12–14; y Efesios 4:1–16.) 12:3–8.
B. Deberes para con los demás creyentes y para con el mundo. 12:9–21
1. Para con los demás creyentes. 12:9–13
2. Para con el mundo, especialmente para con los enemigos. 12:14–21.
C. Deberes para con las autoridades civiles. 13:1–7
Clark..... en su comentario a los Romanos afirma:
“El gobierno no es una mera invención de los hombres; ha sido ordenado por Dios por el bien de los gobernados; por tanto, el cristiano está obligado a obedecer las leyes, no sólo por temor al castigo, sino principalmente por su conciencia ante Dios. El empleo de la espada y la recaudación de impuestos son las dos principales funciones del Estado. Cuando Pablo usa el término ʾespada’ quiere decir las penas por desobediencia, incluyendo la pena capital y, sin duda, la guerra también.
El rey Jaime I de Inglaterra, al igual que algunos otros monarcas absolutos, han basado en este pasaje su reclamación de derechos divinos propios de la realeza; y algunos teólogos están de acuerdo en que los súbditos deben someterse invariablemente a ellos. Juan Calvino y Juan Knox, por el contrario, hicieron notar que también los gobernantes tienen obligaciones que cumplir, y que cuando dejan de cumplirlas pueden ser desobedecidos e incluso ser substituidos. Pedro dijo: ʾes necesario obedecer a Dios antes que a los hombres’ (Hechos 5:29). Las parteras de Egipto (Éxodo 1:17) al igual que los padres de Moisés, también pensaron y obraron de esta manera desobedeciendo al Faraón. Por tanto, si el gobierno es ordenado por Dios es de esperar, lógicamente, que su autoridad no sea contraria a los mandamientos de Dios.
Pero en todos los casos normales, y esto ocurre la mayor parte de las veces, el cristiano debe obedecer la ley.”
D. El deber de amarse los unos a los otros. “El amor es el cumplimiento de la ley.” 13:8–10.
E. Todos estos deberes, al igual que los que siguen, deberán ser vistos a la luz del hecho de que la salvación está ahora más cerca que cuando creíamos; “la noche está avanzada y se acerca el día”. 13:11–14
F. Instrucciones sobre la libertad cristiana. 14:1–15:13
El problema: Entre los creyentes se había promovido una disputa en cuanto a si el uso de ciertas cosas era en sí mismo pecaminoso. Había unos (probablemente un grupo de judíos cristianos escrupulosos) que opinaban que los seguidores de Cristo debían estar obligados a guardar ciertos días como santos y abstenerse de comer carne, beber vino, etc. Estos creyentes insistían en que el uso de tales cosas era pecado y por lo tanto debía ser evitado por todos los cristianos.
Había creyentes, igualmente sinceros, que estaban en desacuerdo con este punto de vista. Para éstos, el uso de tales cosas no era en sí pecaminoso; sino que de hecho sólo era “una cuestión sin importancia”. En su opinión, las cosas como “la comida”, “bebida”, y “días” no tenían un carácter moral en sí mismas; y dado que Dios no había mandado nada prohibiendo su uso, los cristianos eran libres de usarlas a su propia discrección y criterio.
En esta sección Pablo establece principios básicos en cuanto al modo en que los cristianos de diferente opinión debían tratarse mutuamente: y expone que, a pesar de que las cuestiones en disputa eran “cuestiones indiferentes” (su uso no era en sí pecaminoso), no obstante, los “fuertes en la fe” (aquellos que lo comprendían así) no debían usar de tales cosas para no ofender a los “débiles en la fe” (aquellos que erróneamente creían que su uso era pecaminoso). El débil en la fe se abstiene de ciertas cosas (comida, vino, etc.) por motivos religiosos, creyendo que debe abstenerse de ellas para agradar a Dios. Es importante notar que la flaqueza del débil no es una flaqueza que proviene de su propensión al exceso (como equivocadamente mantienen algunos escritores “temperantes”), sino que es una flaqueza que procede de escrúpulos religiosos, de falta de conocimiento
1. La manera en que deben tratarse mutuamente el fuerte y el débil en la fe. 14:1–12.
a. El débil debe ser recibido en comunión cristiana pero no para disputar sobre opiniones. 14:1.
b. Ni el fuerte ni el débil deben juzgarse mutuamente; los dos pertenecen al Señor y serán sostenidos por Él. 14:2–4.
c. Ambos hacen lo que hacen en honor al Señor, y ambos son de Él. 14:5–9.
d. Todas estas cuestiones serán tratadas en el juicio final cuando cada uno dé cuenta de sí mismo al Señor. 14:10–12.
2. La forma en que el fuerte en la fe deberá hacer uso de la libertad cristiana. 14:13–23.
a. Debe seguirse la máxima de la caridad; por lo tanto, la libertad cristiana no debe usarse para herir o perjudicar al hermano por quien Cristo murió. 14:13–15.
b. La libertad cristiana no ha de ser ejercida de modo tal que merezca o que sirva de reproche. 14:16.
c. La fe cristiana no consiste en cosas físicas como comida o bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. 14:17, 18.
d. Los cristianos deben procurar lo que toca a la paz y lo que contribuya a la mutua edificación. 14:19.
e. Nadie debe hacer caer a otros por el uso de cosas que en si mismas son indiferentes, tales como carne, vino, etc. 14:20, 21.
f. Aun cuando el fuerte es libre de hacer uso de cosas que Dios no ha considerado pecaminosas, no debe alentar al débil en la fe a usarlas en contra de su conciencia, pues todo lo que no proviene de fe es pecado. 14:22, 23.
3. Para glorificar a Dios los cristianos deben seguir el ejemplo de Cristo y, al igual que Él, no procurarán agradarse a sí mismos, sino agradar a Dios. 15:1–13.
a. El fuerte debe soportar las flaquezas del débil y ayudarle. 15:1, 2.
b. Los creyentes deben seguir el ejemplo de Cristo de negarse a sí mismos y por tanto vivir en armonía los unos con los otros. 15:3–6.
c. Los creyentes deberán recibirse entre ellos como Cristo ha recibido a los judíos y gentiles, haciéndoles glorificar a Dios y abundar en esperanza. 15:7–13.
------ Reglas para probar nuestras acciones.
A continuación damos tres reglas bíblicas por las cuales podemos probar si una acción determinada es o no pecaminosa; pero antes de examinar las reglas mismas, necesitamos examinar primero algunos principios básicos concernientes a la naturaleza del pecado.
A. PRINCIPIOS BÁSICOS CONCERNIENTES A LA NATURALEZA DEL PECADO.
1. Definición de pecado.
Pecado es la transgresión (salirse de los límites) de la ley de Dios.
El Diccionario de la Biblia, de Smith, define el pecado como “la falta de conformidad con, o transgresión de cualquier mandamiento de Dios dado como regla a la criatura racional (Romanos 3:23; 1 Juan 3:4; Gálatas 3:10–12). Pecado de omisión es la negligencia en hacer lo que manda la ley de Dios; pecado de comisión es hacer algo que la ley de Dios prohibe”.
2. Sólo la Biblia determina lo que es pecaminoso.
Dios ha hecho conocer al hombre lo que requiere de él: (1) por la ley escrita en el corazón y (2) por la ley revelada en Su palabra escrita. Debido al pecado de Adam, la ley escrita en el corazón fue borrada, y por lo tanto, no es ahora lo suficientemente clara como para servir de guía (ver Nota 5, A y B, 1, p. 69). Por esta razón se debe mirar a la Palabra escrita de Dios como a la única regla infalible que determina lo que es pecaminoso. Ningún hombre ni ninguna iglesia tiene el derecho, independientemente de la Biblia, de declarar legal o ilegal a los ojos de Dios una acción determinada. La Biblia es la única y suficiente regla para discernir sobre tales materias. Mediante la adecuada aplicación de los mandamientos y principios establecidos en las Escrituras bajo la guía y dirección del Espíritu, se puede conocer lo que debe hacerse en cualquier circunstancia. Por tanto, ningún cristiano debe considerar ninguna clase de regla o ley como ligada a su propia conciencia, si la tal regla o ley no puede ser sustanciada por la Palabra escrita de Dios. Esto equivale a decir que la Biblia es la única regla con autoridad para regir la fe y práctica del pueblo de Dios.
3. Los objetos materiales no son nunca pecaminosos en sí mismos
El pecado, por su naturaleza, no puede residir en la materia física. Pecado, por definición, es una actitud o un acto; es la violación de la ley de Dios realizada por una criatura racional; no es una sustancia física ni tampoco existe físicamente. Por tanto, los objetos materiales, en sí mismos, no pueden ser pecaminosos. Un objeto puede ser usado para el mal, pero el objeto en sí no es pecaminoso. Por ejemplo, un cuchillo puede ser usado para asesinar a alguien, pero esto no hace al cuchillo pecaminoso. El pecado está en el corazón de aquel que voluntariamente y maliciosamente viola y quebranta la ley de Dios quitando la vida a un semejante. Lo mismo ocurre con la baraja de naipes, un vaso de vino, un frasco de veneno o cualquier otra cosa. Independientemente de como se utilicen estas cosas, aunque sea para mal, nunca pueden ser pecaminosas por naturaleza.
Cristo dejó bien clara esta cuestión cuando dijo que no es lo que entra en el hombre lo que le ensucia, sino aquello que ¡sale de su corazón! (Marcos 7:18b–23). “ ‘¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero añadía que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.” Pablo reconoce este mismo principio en Romanos 14:14: “Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es.”
B. TRES REGLAS PARA PROBAR UNA ACCIÓN Y VER SI ES O NO PECAMINOSA.
Las siguientes preguntas se hacen para que sirvan de guía y ayuda al cristiano, a fin de determinar si un acto particular cometido bajo circunstancias definidas es o no permisible. Cuando alguien se pregunta “¿es malo que yo haga esto o lo otro bajo las presentes circunstancias?” (no importa lo que pueda ser, sea jugar a los naipes, ver la televisión, bailar, beber vino, robar, asesinar, etc.), deberá responder a sí mismo las tres preguntas siguientes: 1. ¿Prohibe la Biblia que se haga esto? 2. ¿Puede esta acción inducirme a pecar?, y 3. ¿Puede escandalizar al hermano más débil de manera que le haga tropezar? Si a la primera pregunta puede contestarse con un no, entonces deberá hacerse la segunda, y si ésta puede ser contestada también con un no, entonces, deberá aplicarse la tercera. Si las tres preguntas pueden ser contestadas verdaderamente en la forma negativa, entonces sabremos que no es malo hacerlo aun cuando pueda serlo para cualquier otro. Mas si se contesta afirmativamente a cualquiera de las tres preguntas, entonces deberá evitarse el poner en práctica lo que se intenta hacer.
1. ¿Prohibe la Biblia que se haga esto?
Si la Biblia nos diera un mandamiento explícito prohibiendo al cristiano hacer tal o cual cosa, entonces el hacerla es pecaminoso. Por ejemplo, si uno se pregunta, “¿es malo matar? ¿cometer adulterio? ¿robar? ¿o emborracharse?” la respuesta es absolutamente ¡sí!, pues estas obras están claramente prohibidas en la Biblia. Ningún cristiano puede hacerlas voluntariamente sin quebrantar la ley de Dios.
Además de los mandamientos específicos contenidos en la Biblia, hay también otros mandamientos generales que fijan ciertos límites a lo que el cristiano no puede hacer. Por ejemplo, no hay en la Biblia un mandamiento específico que prohiba a un cristiano conducir un automóvil a la velocidad de 120 kilómetros por hora en una zona donde se ha fijado el límite de velocidad al máximo de 60 kilómetros; con todo, el cristiano que desoiga este límite está desobedeciendo las Escrituras (violaría el mandamiento general que dice que deberá “someterse a las autoridads superiores”, obedecer las leyes civiles. Ver bosquejo de Romanos 13:1–7).
No obstante, por el simple hecho de que alguien diga que una determinada cosa es pecaminosa, sobre la base de que se quebranta algún mandamiento general de la Biblia, eso no hace que la tal cosa sea pecado. Todas estas afirmaciones deben ser probadas, o de otra manera ignorarse. Esto significa que, a menos que tales declaraciones puedan ser establecidas por sanos principios de interpretación bíblica, deben ser tenidas como meras opiniones y, por ende, sin ninguna autoridad sobre la conciencia.53
Por ejemplo, el uso del lápiz o barra de labios no debe considerarse malo por el hecho de que algún individuo o iglesia declare que es “mundano” y por lo tanto pecaminoso. El deber de probarlo está en quien hace tal afirmación. Juan G. Vos está en lo cierto cuando dice que, “cualquier cosa debe ser considerada como indiferente hasta tanto se pruebe que es pecaminosa, no viceversa. Un hombre es considerado inocente hasta que se prueba su culpabilidad. No hay nada más falso y peligroso que las ideas de algunos maestros religiosos de que un asunto debe tomarse como pecaminoso a menos que se pruebe que es indiferente. Cuando exista duda en cuanto a si una materia o asunto es o no pecaminoso en sí mismo, deberá dejarse decidir a il conciencia individual. Si la enseñanza de las Escrituras acerca de un asunto particular aparece dudosa u oscura, y aun cuando aparezca como contradictoria, ello será la mejor razón para que las iglesias no se pronuncien con auroridad sobre tal materia o asunto. Lo que Dios no ha revelado con claridad no traten las iglesias de determinarlo, Dios nos libre de intentar tener una norma más clara que la Biblia, o un número más completo de leyes morales que las que contiene la Palabra de Dios.”54
“¿Por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Colosenses 2:20b–23).
2. Aun cuando no sea pecado en sí mismo, ¿puede determinada acción llevarme a ser tentado e inducirme a pecar?
Las palabras de Cristo que leemos en Mateo 5:29, 30, explican claramente que el cristiano está obligado a evitar toda tentación de pecado. “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.”
Vos, comentando este pasaje observa que, “estas palabras no deben interpretarse en sentido literal; el Señor no nos exije que evitemos el pecado mutilando nuestros cuerpos. El significado real es que el cristiano está obligado a cortar todas las ocasiones que le puedan conducir a la tentación de pecar. Debe notarse que el mandamiento es condicional: ʾSi tu ojo derecho te es ocasión de caer’, etc. Por lo tanto en este asunto no puede establecerse ninguna regla universal, por cuanto lo que puede ser una tentación invencible para una persona puede no serlo para otra. Para un chino recién convertido del Budismo al Cristianismo, el guardar una imagen de metal de Buda en su casa significaría una ocasión continua de tentarle a pecar. Para este chino el único remedio posible, el único correcto sería desprenderse del ídolo tan pronto como le fuera posible. Para un misionero retirado que haya regresado a su país de origen, el tener una imagen de Buda en su casa, como una curiosidad o recuerdo, no puede serle ocasión para tentarle a pecar. El deshacerse de esta curiosidad o recuerdo para evitar la ocasión de pecar sería absurdo, pues la imagen en sí misma es ʾnada en el mundo’ (1 Corintios 8:4); es simplemente ʾuna cosa de bronce’ (2 Reyes 18:4); pero para el recien salido del paganismo es un símbolo de todas las abominaciones idolátricas, y una constante invitación a volver a los antiguos caminos.”55
Cada persona debe juzgar por sí mismo qué cosas le son tentación, y qué necesita para evitarla. Juan Vos dice que “lo que puede ser una tentación irresistible para alguno, puede que no lo sea en absoluto para otros”. Por ejemplo, supongamos dos cristianos, amigos, a quienes se les invita a comer y a quienes se les ofrece una copa antes de la comida; ¿es pecado para ellos el aceptarla y beberla? La respuesta muy bien pudiera ser “sí” para uno y “no” para el otro. Puede ser muy posible que uno de ellos beba el vaso de vino y no sea tentado a excederse y emborracharse. Pero supongamos que el otro amigo, en otro tiempo, haya sido un alcohólico y sabe que de beber un vaso, será muy difícil para él parar y conformarse con uno sólo. ¿Sería aconsejable y bueno para él beber el primer vaso teniendo en cuenta su experiencia del pasado? Naturalmente que no, pues el hacerlo constituiría para él una tentación a excederse de nuevo en la bebida y emborracharse; y emborracharse, recordémoslo, está absolutamente prohibido en la Biblia (ver Romanos 13:13; 2 Corintios 5:19–21; Efesios 5:18; Tito 1:7; 1 Pedro 4:3); mientras que no lo está el beber vino con moderación (ver Salmo 104:14, 15; Mateo 11:18, 19; Lucas 7:33; Juan 2:1–10; 1 Corintios 11:20–22; 1 Timoteo 3:8; 5:23; Tito 2:3). Por tanto, uno de ellos podría beber el vaso de vino ofrecido sin ser tentado al exceso y emborracharse, pero no así el otro. De esta manera vemos que lo que puede ser malo para unos, puede no serlo para otros.
3. ¿Puede una acción mía encandalizar al hermano más débil en la fe, de manera que le sirva de tropiezo?
El cristiano está obligado no sólo a evitar las obras pecaminosas (cosas prohibidas por la Biblia) y las ocasiones que le tienten a pecar (cosas no pecaminosas en sí mismas, pero que le pueden conducir a pecar), sino que debe evitar aquellas prácticas que ofendan al hermano más débil en la fe y le sean de tropiezo. Nótese la admonición de Romanos 14:13, 21: “Así que, ya no nos juzgamos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano (…). Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite.” Pablo repite este principio en Romanos 14:1–15:13; 1 Corintios 1:8–13; 9:19–23; y 10:23–11:1. Estos pasajes deberán estudiarse cuidadosamente.
Para ilustrar este principio, veamos de nuevo el ejemplo anterior de los dos amigos, y supongamos que en vez de dos son tres los amigos a quienes se les ofrece el vaso de vino. (Los llamaremos A, B, y C,) A se siente libre ante Dios para beber vino —para él no existe tentación de emborracharse ni tampoco es malo en sí mismo). B, a pesar de que sabe que no es pecado el beber un vaso de vino, sabe también que el beberlo puede perjudicarle por cuanto en el pasado ha sido un alcohólico. Si estos dos amigos fueran los únicos en la ilustración, tendríamos que A puede beber y B no. Pero tenemos también a C, hombre débil en la fe; él creía que el uso del vino en cualquier cantidad era pecaminoso y, por lo tanto, si A bebe vino, esto le ofendería y le haría tropezar. Es decir, ello podría herir la conciencia de C y conducirle a hacer lo que él creía que era malo, o bien pudiera predisponerle en contra de A y criticarle rompiendo así la comunión y el testimonio de ambos. La pregunta ahora es si A, bajo estas circunstancias debería sentirse libre de beber. La respuesta bíblica es no, no debería beber; no porque el beber vino sea pecado (no lo es), no porque beber un vaso de vino tentaría a A a emborracharse (no le tentaría), sino porque el beber el vaso de vino ofendería a C (el hermano débil) y le haría tropezar. Como Pablo dice: “Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite” (Romanos 14:20b, 21).
Debe hacerse énfasis en el hecho de que por su propia naturaleza la libertad cristiana está limitada a lo que no es pecaminoso en sí mismo. Existe peligro de confusión en este punto, pues Pablo, en Romanos 14:21, usa el vino como un ejemplo del tipo de cosas que podrían ser eliminadas SI al beberlo pudiera ofenderse a otros. El riesgo de confusión está en que muchos cristianos creen que el beber vino es en sí pecado. Algunos piensan que la Biblia prohibe su uso aun moderadamente; otros, erróneamente, identifican el beber vino con emborracharse, e igualmente equivocados sacan la conclusión de que porque lo segundo es pecado también lo es lo primero. Pero por cuanto Pablo usa el vino como un ejemplo de lo que el cristiano es libre de usar a menos que con ello ofenda a otros, es evidente que su uso no es en sí mismo una violación de la ley de Dios, y, por lo tanto, no es pecado. Nótese cuidadosamente que Romanos 14:21 no dice: “Bueno es no comer carne, o emborracharse, o hacer algo que tu hermano se escandalice.” La razón de ello es evidente: emborracharse es pecado, tanto si escandaliza al hermano como si no; mientras que beber vino no lo es a menos que resulte en borrachera o que sea causa de tropiezo de otros.
“Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios; no seáis tropiezo ni a judíos ni a gentiles, ni a la iglesia” (1 Corintios 10:31, 32).
Conclusión: Estas tres preguntas se dan como guía para probar si una acción es o no pecaminosa. Pero, ¿qué hacer en el caso de enfrentarnos a una situación incierta? Tal vez no sepamos si la Biblia prohibe tal acción, o tal vez no podamos estar seguros si ello va a escandalizar a otros. ¿Qué hacer? La respuesta bíblica es ésta: cuando no sabes qué hacer acerca de algo, no lo hagas. “¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo qué a prueba. Pero el que duda sobre lo que come, es condenado porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Romanos 14:22, 23).
El uso de estos tres principios para determinar la libertad cristiana, requiere que cada creyente conozca las Escrituras por sí mismo. También requiere que tome decisiones propias y no permita que ninguna otra persona o la iglesia influya en su conciencia. Cada cristiano debe decir con Lutero: “Yo estoy ligado a lo que la Biblia dice; mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios.” Cada creyente debe también determinar por sí mismo cómo y cuándo hacer uso de la libertad que le es dada. Pero deberá hacer sus juicios en el pleno conocimiento de su responsabilidad ante Dios por todas sus decisiones, y que en el día final tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios, quien conoce los secretos de su corazón.
XII. ENCARGOS PERSONALES. 15:14–16:23
A. Pablo habla de sus propios sentimientos hacia los santos en Roma y sus relaciones con los mismos. 15:14–33
Expresa su confianza en la bondad, conocimiento y habilidad de ellos para instruir a otros. 15:14.
Repasa, brevemente su obra misionera, y explica que es norma para él predicar el Evangelio en lugares donde nunca antes ha sido anunciado el nombre de Cristo.
He aquí la razón por la que no había podido estar con ellos, a pesar de sus deseos de visitar a los santos en Roma. 15:22, 23.
Su plan era visitarles con ocasión de su viaje a España; pero antes debería ir a Jerusalem a entregar a los santos menesterosos la contribución hecha para ellos por los gentiles 15:24–29
Les pide que oren por Él, por si fuere la voluntad de Dios que el plan propuesto se realizara. 15:30–33.
B. Pablo recomienda a Febe a la Iglesia y envía saludos personales a varias personas de Roma. 16:1–16
Hay muchos que creen que fue Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas (puerto de Corinto), quien llevó la epístola de Pablo a la iglesia de Roma.
C. El apóstol PREVIENE a los santos de que no deben tener ningún contacto con aquellos que causan disensiones y dificultades oponiéndose a la sana doctrina. Los tales son falsos maestros, y no verdaderos siervos de Cristo 16:17–20
D. Pablo manda saludos de sus compañeros a los santos en Roma. 16:21–23
XIII DOXOLOGÍA FINAL. 16:25–27
Pablo dirige sus palabras al Eterno, Omnisciente Dios, quien, a través de las Escrituras proféticas, ha dado a conocer el Evangelio de Jesucristo—las buenas nuevas de salvación por la fe libremente ofrecida a todos los hombres, tanto gentiles como judíos—(cf. Romanos 1:16, 17).
SANTIAGO Y PABLO SOBRE LA JUSTIFICACIÓN
A través de la historia de la Iglesia ha habido dos puntos de vista opuestos en cuanto a la manera en que son justificados los pecadores, esto es, cómo han sido hecho justos ante Dios y, por tanto, declarados aceptos por Él.
Uno de estos puntos de vista es el de que la justificación es por la fe sola, sin las obras de la ley. Los pecadores son declarados justos, y por tanto justificados, solamente en relación con la justicia de Cristo, la cual les es imputada en el momento en que creen en Él. La salvación es por la gracia mediante la fe, y en ningún sentido puede ser el resultado o depender de las buenas obras del pecador. Los actos de obediencia personales no aseguran ni añaden nada a la justificación, pues ésta se basa únicamente en la justicia que Dios otorga libremente a todo aquel que cree.
El otro punto de vista es el de que los pecadores, para ser justificados, deben hacer algo más que creer en Cristo; deben prestar obediencia personal a la ley de Dios. Así se dice que la justificación es por la fe más las obras. El pecador se hace acepto a Dios sobre la base de que lo que él cree se empareja con lo que él hace, y no sobre la sóla base de lo que Cristo hizo en su favor. Únicamente puede beneficiarse de la obra salvadora de Cristo creyendo el Evangelio y obedeciendo la ley de Cristo. Lo uno sin lo otro no vale para hacer al pecador acepto a Dios; Dios requiere ambas cosas, fe y obras, de aquellos a quienes justifica.
Los abogados de estas dos escuelas de pensamiento apelan a las Escrituras para sostener sus puntos de vista. Los primeros hacen suyas las palabras de Pablo en Romanos 3:28 como exposición de su postura: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” Los segundos citan las palabras de Santiago como prueba de su doctrina de la justificación por la fe más las obras: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2:24). A primera vista estas dos declaraciones aparecen como contradictorias. ¿Debemos dar la razón a Santiago y rechazar a Pablo, o a la inversa? ¿O pueden reconciliarse ambas declaraciones?
El propósito de este apéndice es el mostrar que este conflicto es más aparente que real. Cuando los dos versículos (Romanos 3:28 y Santiago 2:24) se leen en su propio significado, de hecho, el uno aparece como complemento del otro en lugar de contradecirse. Ambas declaraciones son correctas cuando se comprenden en el sentido en que sus autores desearon que fueran entendidas. El pecador es justificado por fe sin las obras de la ley, como Pablo afirma, y no obstante, el pecador salvado es justificado por obras y no por la fe sola, como dice Santiago. Para comprender cómo puede ser esto, debemos examinar los dos versículos en su contexto.
El propósito de Pablo en Romanos 3:9–5:21 es mostrar que el pecador culpable, que no tiene justicia propia, puede sin embargo obtenerla por medio de la fe en Jesucristo.1 En el momento en que el pecador cree se le otorga la justicia de Cristo y, consecuentemente, es declarado justo (es justificado) por Dios. La base de la justificación del pecador ante Dios es la justicia de Cristo que le es imputada, y los medios por los cuales esta justicia es recibida, es por la fe sola. El punto que Pablo desea establecer es que los pecadores son hechos aceptos a Dios por su fe en Cristo aparte de todo mérito personal. Las obras del hombre no tienen nada que ver con su justificación ante Dios. Es en este contexto que el apóstol declara: “Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28).
El objetivo de Santiago es completamente diferente. El propósito de su carta es mostrar cómo debe vivir el cristiano delante de los hombres. Debe ser hacedor de la palabra y no sólo oidor, no sea que se engañe a sí mismo (1:22–25). Este es el tema que se enfatiza a lo largo de la epístola. En 2:14–26, Santiago muestra que la fe que no produce obras es fe muerta y no puede salvar. Nadie puede pretender que tiene fe si dicha fe no puede ser probada con evidencias. En 2:14 pregunta: “¿De qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” La respuesta, naturalmente, es ¡no! Nótese el reto que hace Santiago en 2:18: “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.” Él desea que sus lectores vean que una fe que no puede ser justificada (probar su genuinidad por sus frutos) ante los hombres, es falsificada, no real; es una mera profesión sin valor alguno. Es en este contexto que la declaración de Santiago se refiere a la necesidad de las obras en relación con la justificación. “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe.” 2:24. Está hablando de un cristianismo justificado antes los hombres por sus obras, mientras que Pablo en Romanos 3:28 se refiere al pecador que ha sido justificado ante Dios aparte de sus obras. Calvino expresó ambas ideas cuando escribió: “Es la fe sola la que justifica; pero la fe que justifica nunca puede ir sola.”2 Pablo se ocupa de la primera de estas dos ideas en Romanos 3:28; Santiago de la segunda, en 2:24; pero la una no contradice a la otra.
Packer, acerca de los varios usos bíblicos de la palabra “justificar”, dice que “en Santiago 2:21, 24–25 se hace referencia a la prueba de la aceptación del hombre por parte de Dios, la cual es otorgada cuando sus acciones muestran que lleva la clase de vida que resulta de la fe que obra, a la cual Dios imputa justicia.
“La declaración de Santiago de que el cristiano, al igual que Abraham, es justificado por las obras (v. 24), no es contraria a la insistencia de Pablo de que el cristiano, al igual que Abraham, es justificado por la fe (Romanos 3:28; 4:1–5), sino que se complementa. El mismo Santiago cita Génesis 15:6 exactamente con el mismo propósito que lo hace Pablo: mostrar que fue la fe la que hizo a Abraham justo (v. 23; cf. Romanos 4:3 ss., y Gálatas 3:6 ss.). La justificación que concierne a Santiago no es la aceptación original o primaria del creyente por parte de Dios, sino la subsiguiente vindicación de su profesión de fe por su modo de vivir. Así pues, no es en idea, sino en términos, en la que Santiago difiere de Pablo.”3
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