Sermón sin título (4)

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Hechos de los Apóstoles 3:1 RVR60
Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración.
Al primero de ellos, que no se consideraba como parte integrante del complejo del santuario, podía acceder cualquiera, aunque no fuese judío, de ahí que en ocasiones se le llamase el atrio de los gentiles. De este, mediante unas escalinatas se pasaba a los otros atrios del santuario. Sobre las escaleras había carteles escritos en latín y griego, en donde se advertía la prohibición de los no judíos a pasar más allá, so pena de muerte. El primero de los atrios interiores, en donde estaba la tesorería del templo, se llamaba el atrio de las mujeres, porque era hasta allí a donde se les permitía pasar a las mujeres judías. Los hombres podían ir más al interior hasta lo que se conocía como el atrio de Israel. Luego las construcciones interiores del santuario eran reservadas para los sacerdotes y al Lugar Santísimo, solo el sumo sacerdote podía entrar una vez al año. Es muy probable que los cristianos se reuniesen cada día en el atrio de las mujeres.1
1 Samuel Pérez Millos, Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Hechos, (Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE, 2013), 251–252.
Los dos apóstoles subían a la hora de la oración, que era la segunda hora de oración del día, la novena. Aunque eran cristianos, seguían viviendo como judíos devotos, por tanto, acostumbraban a asistir a la oración de la tarde en el santuario.1
1 Samuel Pérez Millos, Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Hechos, (Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE, 2013), 252.
Es interesante notar que aunque los cristianos tenían ya sus propias ordenanzas, como la Cena del Señor y el bautismo (2:41–42), los que estaban en Jerusalén continuaban asistiendo a las horas de la oración establecidas en el judaismo. El sistema religioso en el que estaban integrados por siglos, del que les sería difícil desprenderse.1
1 Samuel Pérez Millos, Comentario Exegético al Texto Griego del Nuevo Testamento: Hechos, (Viladecavalls, Barcelona: Editorial CLIE, 2013), 252.
Hechos El milagro (3:1–10)

Lucas dice que luego de la sanidad del cojo, entraron al templo (v. 8), lo que supone que entraban desde las gradas en el exterior del llamado Atrio de los gentiles, de ahí que también pudiera entender el “subían al templo a la hora de la oración” (v. 1).

Hechos El milagro (3:1–10)

Con toda seguridad el cojo esperaba que Pedro depositara en su mano una limosna, pero, en vez de eso, recibió un mandato expreso: ¡Míranos! Con ello reclamaba del impedido una atención directa hacia ellos.

Hechos El milagro (3:1–10)

El mandato de Pedro para que les prestara atención, estuviera atento a ellos, fue atendido. Aquel hombre estaba atento esperando recibir algo. La esperanza de recibir algo de aquellos dos, para él, visitantes del templo, había nacido. La fe, en la medida en que no podemos determinar surgía en la intimidad del enfermo.

Hechos El milagro (3:1–10)

El discernimiento espiritual de los apóstoles les permitía detectar la fe de aquel hombre. Lo que venía luego era el resultado de la fe (v. 16), sin duda alguna, la fe de Pedro y de Juan, pero también la del enfermo que esperaba recibir algo de ellos.

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