Dios escucha a los que confian
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Handout
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HABLEMOS DE LA VIDA
HABLEMOS DE LA VIDA
Pensemos:
ESCUCHEMOS A DIOS
ESCUCHEMOS A DIOS
1. Presentación de la situación
9 A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:
9 Una vez, Jesús estuvo hablando con unas personas, de esas que se creen muy buenas y que siempre están despreciando a los demás. A estas, Jesús les puso este ejemplo:
Fue sin duda una de sus parábolas más desconcertantes. Según Lucas, Jesús la dirigió a algunos que se consideraban «justos», se sentían seguros en su propia religión y «despreciaban a los demás». Ciertamente, la parábola es una crítica a personas que se comportan así. Pero el relato no es solo una historia ejemplar sobre la oración, pues nos invita a descubrir la misericordia insondable de Dios.
2. Personajes
10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
10 «Dos hombres fueron al templo a orar. Uno de ellos era fariseo y el otro era cobrador de impuestos.
En el relato aparecen en escena tres personajes: un fariseo, un recaudador y Dios, que habita en el templo. No se habla solo de dos hombres que suben a orar, sino que se dice algo muy importante de cómo reacciona Dios cuando escucha su oración. ¿Cómo actuará ante dos personas de vida religiosa y moral tan diferente y opuesta?
Los que escuchan a Jesús han peregrinado más de una vez a Jerusalén. Conocen el templo. Todos lo llaman «la casa de Dios», pues allí habita el Dios santo de Israel. Desde allí protege y bendice a su pueblo. Cualquiera no puede acercarse a aquel lugar santo. Lo decía un salmo que cantaban los peregrinos mientras subían al templo: «¿Quién podrá entrar en el recinto santo? El de manos limpias y corazón puro… Ese logrará la bendición del Señor, el perdón de Dios, su salvador» (Salmo 24,3-5). El relato de Jesús despierta enseguida el interés y la curiosidad. Suben al templo un piadoso fariseo y un recaudador deshonesto. ¿Qué va a pasar allí?”
3. El Fariseo
11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
11 »Puesto de pie, el fariseo oraba así: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres. Ellos son ladrones y malvados, y engañan a sus esposas con otras mujeres. ¡Tampoco soy como ese cobrador de impuestos! 12 Yo ayuno dos veces por semana y te doy la décima parte de todo lo que gano.”
Todos saben cómo es de ordinario un «fariseo»: un hombre religioso que cumple fielmente la ley, observa estrictamente las normas de pureza y paga escrupulosamente los diezmos. Es de los que sostienen el templo. Sube al santuario sin pecado: Dios no puede sino bendecirlo. Todos saben también cómo es un «recaudador»: un personaje que vive de una actividad despreciable. No trabaja para sostener el templo, sino para recaudar impuestos y enriquecerse. Su conversión es imposible. Nunca podrá reparar sus abusos ni devolver a sus víctimas lo que les ha robado. No se puede sentir bien en el templo. No es su sitio.
Jesús describe en primer lugar la oración del fariseo. El hombre ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa de pecado alguno. De su corazón brota espontáneamente el agradecimiento: «Dios mío, te doy gracias». No es un acto de hipocresía. Todo lo que dice es real: cumple fielmente todos los mandatos de la ley; ayuna todos los lunes y jueves por los pecados del pueblo, aunque solo es obligatorio una vez al año, en el Día de la Expiación; no solo paga los diezmos obligatorios de los productos del campo (grano, aceite y vino), sino incluso de todo lo que posee. Con una vida tan irreprochable se siente seguro ante Dios. No pertenece al grupo de los pecadores, donde, naturalmente, está el recaudador, y lo dice con orgullo: «No soy como los demás... ni como ese recaudador».
Tiene razón. Su vida es ejemplar. Cumple fielmente sus obligaciones y hasta las sobrepasa. No se atribuye a sí mismo mérito alguno, es Dios quien sostiene su vida santa. Si este hombre no es justo, ¿quién va a serlo? Es un modelo de obediencia a Dios. ¿Quién podrá ser como él? Puede contar con la bendición de Dios. Así piensan seguramente los que escuchan a Jesús.
4. Cobrador de impuestos
13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
13 »El cobrador de impuestos, en cambio, se quedó un poco más atrás. Ni siquiera se atrevía a levantar la mirada hacia el cielo, sino que se daba golpes en el pecho y decía: “¡Dios, ten compasión de mí, y perdóname por todo lo malo que he hecho!”»
La oración del «recaudador» es diferente. Se queda atrás. Sabe que no es digno de estar en aquel lugar sagrado. No se atreve siquiera a levantar sus ojos del suelo. Se golpea el pecho, pues reconoce su pecado y su vergüenza. Examina su vida y no encuentra nada grato que ofrecer a Dios. Tampoco se atreve a prometerle nada. No puede restituir lo que ha robado a tantas personas cuya identidad desconoce. No puede dejar su trabajo de recaudador ni cambiar de vida. No encuentra una salida mejor que la de abandonarse a la misericordia de Dios: «Dios mío, ten compasión de mí, que soy pecador». El pobre hombre no hace sino reconocer lo que todos saben. Nadie quisiera estar en su lugar. Dios no puede aprobar su vida de pecado.
5. Propuesta de Jesús
14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
14 Cuando terminó de contar esto, Jesús les dijo a aquellos hombres: «Les aseguro que, cuando el cobrador de impuestos regresó a su casa, Dios ya lo había perdonado; pero al fariseo no. Porque los que se creen más importantes que los demás, son los menos valiosos para Dios. En cambio, los más importantes para Dios son los humildes.»
De pronto Jesús concluye su parábola con una afirmación sorprendente: «Este recaudador bajó a su casa justificado por Dios, y aquel fariseo no». El hombre religioso, que ha hecho incluso más de lo que pide la ley, no ha encontrado favor ante Dios. Por el contrario, el recaudador, que se abandona a su misericordia, sin comprometerse siquiera a cambiar de vida, baja a su casa reconciliado con él. Jesús ha pillado a todos por sorpresa. De pronto les abre a un mundo nuevo que rompe todos sus esquemas. ¿No está Jesús amenazando todo el sistema religioso del templo? ¿Qué pecado ha cometido el fariseo para no encontrar gracia ante Dios? ¿Y qué méritos ha hecho el recaudador para salir del templo justificado? El Dios santo del templo habría confirmado al fariseo y reprobado al recaudador. No es fácil aceptar lo que dice Jesús.”
¿Será verdad que, ante Dios, lo decisivo no es la observancia de la religión, sino la invocación confiada a la misericordia insondable de Dios? Si es cierto lo que dice Jesús, ya no hay seguridad para nadie que confíe solo en sus méritos, por muy santo que se crea. Todos hemos de recurrir a la compasión infinita de Dios. El recaudador no ha podido presentar a Dios ningún mérito, pero ha hecho lo más importante: acogerse a su misericordia; vuelve a su casa transformado, reconciliado con Dios, «justificado». El fariseo, por el contrario, ha decepcionado a Dios. Sale del templo como entró: sin conocer la mirada compasiva de Dios.
Cuando alguien se siente bien consigo mismo y ante los demás, se apoya en su propia vida y no necesita de más, tiene el riesgo de vivir en una «falsa inocencia». Por el contrario, cuando uno se siente culpable y sin fuerzas para cambiar, ¿no siente la necesidad de acogerse a la misericordia de Dios y solo a su misericordia?
Cuando actuamos como el fariseo nos situamos ante Dios desde una religión en la que no hay sitio para el recaudador. Cuando nos confiamos a la misericordia de Dios, como el recaudador, nos situamos en una religión en la que caben todos. ¿No será esta la verdadera religión del reino de Dios? Hay algo fascinante en Jesús: es tan desconcertante su fe en la misericordia de Dios que no nos resulta fácil creer en él. Probablemente los que mejor le pueden entender son quienes no tienen fuerzas para salir de su vida inmoral.
Después de escuchar en los últimos encuentros las parábolas de Jesús, ¿no sentimos nosotros la llamada a comunicar la Buena Noticia de Dios en la sociedad y en la Iglesia? ¿No es apasionante vivir como testigos de este Dios de misericordia insondable? ¿No nos llevaría a todos a convivir desde una actitud de mayor compasión reciproca?
RESPONDAMOS A DIOS
RESPONDAMOS A DIOS
Pensemos:
¿Cuál es, de ordinario, mi actitud de fondo cuando me presento ante Dios? ¿Cercanía o distanciamiento? ¿Confianza o temor? ¿Humildad o autosuficiencia? ¿Abandono en su misericordia o recelo?
¿Sintonizo con la oración del recaudador? ¿Siento necesidad de un Dios que salve mi vida? ¿Por qué no hago mía la oración del recaudador? ¿No me ayudaría a cambiar mi actitud interior ante Dios y ante los demás?
Conversación con Jesús. ¿Qué le quieres decir después de escuchar su parábola? ¿Qué sientes ahora ante Dios?”