Somos justificados solo por fe

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Justificación

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Romanos 4:1–8 RVR60
1 ¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. 3 Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. 4 Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; 5 mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia. 6 Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, 7 diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. 8 Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.
Si hay una doctrina que el enemigo principal del hombre y de Dios desea debilitar y distorsionar, es la doctrina de la salvación. Si Satanás puede causar confusión y error en relación a esa doctrina, ha tenido éxito en mantener a los hombres en sus pecados y bajo juicio y condenación divinos que algún día los no redimidos compartirán con Satanás y sus ángeles demoníacos en el tormento eterno del infierno.
Toda religión falsa del mundo, bien sea una derivación herética del cristianismo, una religión pagana altamente desarrollada, o simple animismo primitivo, está fundada en alguna forma de salvación por obras. Sin excepción, en ellas se enseña que por uno u otro medio, el hombre puede hacerse justo delante de la deidad y alcanzar esa justicia en sus propias fuerzas.
Todo el capítulo cuarto de Romanos está dedicado a Abraham, a quien Pablo usa como una ilustración de la verdad bíblica central de que el hombre puede llegar a ser justo delante de Dios, únicamente por fe en respuesta a su gracia, y nunca por obras. Los versículos 6-8 se refieren a David, pero Pablo simplemente está usando a David como una ilustración para ratificar lo que está enseñando acerca de Abraham.
La justificación es forense, lo que significa que es legal. Somos declarados justos en la corte de Dios porque Jesús vivió una vida obediente y pagó el castigo por nuestros pecados. Recibimos esta justificación solo por fe, porque no hay buenas obras que podamos hacer para ganarla. Debido a que la justificación es totalmente por fe, aparte de nuestras buenas obras, somos al mismo tiempo justos y, sin embargo, pecadores. La pecaminosidad aún reside en nosotros, sin embargo, somos liberados en la sala del tribunal de Dios
somos justificados solo por la obra de Jesucristo que se nos ha agregado. Si estamos solos ante Dios, sin esta síntesis, solo podemos ser condenados.
La justificación es un acto de Dios. No describe la forma en que Dios renueva y cambia internamente a una persona. Es, más bien, una declaración legal en la que Dios perdona al pecador de todos sus pecados y acepta y considera al pecador como justo a sus ojos. Dios declara justo al pecador en el mismo momento en que el pecador pone su confianza en Jesucristo ( Rom. 3: 21-26, 5:16 ; 2 Cor. 5:21 ).
¿Cuál es la base de este veredicto legal? Dios justifica al pecador únicamente sobre la base de la obediencia y muerte de Su Hijo, nuestro representante, Jesucristo. La perfecta obediencia de Cristo y la plena satisfacción por el pecado son la única base sobre la cual Dios declara justo al pecador ( Romanos 5: 18-19 ; Gálatas 3:13 ; Efesios 1: 7 ; Filipenses 2: 8 ).
No somos justificados por nuestras propias obras; somos justificados únicamente sobre la base de la obra de Cristo en nuestro favor. Esta justicia se le imputa al pecador.
En otras palabras, en la justificación, Dios pone la justicia de Su Hijo en la cuenta del pecador. Así como mis pecados fueron transferidos o cargados con Cristo en la cruz, así también se me cuenta su justicia (2 Cor. 5:21 ).
Podemos suponer varias razones para que Pablo escogiera a Abraham como el ejemplo supremo de salvación por fe.
En primer lugar, Abraham vivió cerca de 2.000 años antes de que Pablo escribiera su carta, demostrando así que el principio de salvación por fe y no por obras no era algo nuevo en el judaísmo. Abraham era el primer y más importante patriarca hebreo, vivió más de seiscientos años antes de que el antiguo pacto fuera establecido a través de Moisés. Por lo tanto, él vivió mucho antes de que la ley fuera dada y obviamente no se pudo haber salvado por obedecerla.
En segundo lugar, Pablo utilizó a Abraham como un ejemplo de salvación por fe por el simple hecho de que él era un ser humano. Hasta este punto en Romanos, Pablo ha estado hablando básicamente acerca de verdades teológicas en términos abstractos. Con Abraham él introduce una ilustración de carne y hueso sobre la justificación por fe.
La tercera y sin duda la más importante razón para que Pablo usara a Abraham como el ejemplo de la justificación por fe era que, a pesar de que la enseñanza rabínica y la creencia popular judía eran contrarias a las Escrituras en lo referente a la base de la justicia de Abraham, estaban de acuerdo en que Abraham era el ejemplo supremo de un hombre piadoso y recto en el Antiguo Testamento, quien había sido aceptable para el Señor. Él es el modelo bíblico de fe y piedad genuinas.
La mayoría de los judíos en el tiempo de Pablo creían que Abraham había sido hecho justo delante de Dios a causa de su propio carácter justo. Creían que Dios escogió a Abraham para que fuera el padre de su pueblo Israel debido a que Abraham era el hombre más recto en la tierra durante su tiempo. Al igual que muchas sectas en la actualidad, ellos tomaban ciertos pasajes de las Escrituras y los distorsionaban o interpretaban fuera de contexto con el fin de respaldar sus ideas preconcebidas.
Los rabinos, por ejemplo, señalaban que el Señor dijo a Isaac: “Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente, por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Gn. 26:4-5). Ellos apuntaban que el Señor llamó a Abraham “mi amigo” (Is. 41:8). Habacuc 2:4 se traducía con frecuencia: “El justo por su fidelidad vivirá” y no “por su fe”. En lugar de entender la fidelidad como un fruto de la fe, tenían la noción de que la justificación podía ganarse con los esfuerzos individuales para ser fieles. De la misma manera, los rabinos interpretaban Génesis 15:6 como si hiciera referencia a la fidelidad de Abraham y no a su fe.
Algunos escritos rabínicos afirmaban que Abraham era tan bueno en sí mismo que había empezado a servir a Dios cuando tenía tres años de edad, y formó parte de un exclusivo grupo de siete hombres justos que tuvieron el privilegio de traer de nuevo la gloria Shekinah al tabernáculo.
Al demostrar que Abraham no fue justificado por obras, el apóstol demolió el fundamento de la enseñanza rabínica, que el hombre es hecho justo delante de Dios guardando la ley, esto es, sobre la base de sus propias obras y esfuerzos religiosos.
Si Abraham no fue y no pudo haber sido justificado por guardar la ley, entonces nadie podría serlo.
Por otro lado, si Abraham fue justificado única y exclusivamente sobre la base de su fe en Dios, entonces todos los demás deben ser justificados de la misma forma, puesto que Abraham representa el parámetro bíblico de un hombre justo.
ABRAHAM NO FUE JUSTIFICADO POR SUS OBRAS
Romanos 4:1–2 RVR60
1 ¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? 2 Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios.
Pablo empieza preguntando: ¿Qué, pues, diremos que halló Abraham, nuestro padre según la carne? En efecto, él estaba preguntando “Puesto que estamos de acuerdo en que Abraham es el ejemplo sin par de un hombre justificado ante los ojos de Dios, ¿por qué no nos detenemos a observarlo cuidadosamente a fin de determinar cuál fue la base de su justificación?” En este contexto ¿Qué, pues...? es el equivalente de por lo tanto, que cumple la función de conectar la discusión sobre Abraham con todo lo que Pablo ha dicho en el capítulo precedente.
Como fue señalado anteriormente, después de afirmar que tanto judíos como gentiles son justificados por fe Romanos 3:30, “30 Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión.” el apóstol introduce a Abraham en el cuadro porque sabía que este gran patriarca judío quien era padre de ellos según la carne, era utilizado por los rabinos como el ejemplo supremo de la manera como el hombre se justifica por obras. Pablo demostrará que por el contrario, las Escrituras enseñan claramente que Abraham fue salvado por su fe solamente.
Abraham fue el padre humano del primer pacto de Dios con su pueblo escogido. Por lo tanto él fue según la carne, el estándar humano de un judío genuino y de un hombre que es justo delante de Dios.
Toda la raza hebrea provino de sus lomos, y lo que era cierto acerca de su relación con Dios también debe aplicarse como un hecho cierto a todos sus descendientes.
Según la carne se refiere primero que todo al linaje físico, pero en este contexto también indica el esfuerzo humano con respecto a la justificación. Pablo ya ha sostenido que el judío y el gentil por igual son justificados por fe (Romanos 3:30) y en Romanos 4:2 se refiere a la idea judía tradicional de que Abraham se justificó a sí mismo por buenas obras. Por lo tanto, según la carne podría hacer referencia a la seguridad depositada en las obras humanas.
En un silogismo hipotético, Pablo dice: Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse. La premisa mayor es que, si un hombre pudiera ser justificado delante de Dios por sus propios esfuerzos humanos, entonces ese sería un argumento para gloriarse en sí mismo. La premisa menor es que Abraham, como un hombre, fue justificado por obras. La conclusión necesaria sería que Abraham por ende tiene de qué gloriarse.
La premisa mayor es verdadera: si un hombre pudiera ser justificado por las obras, sin duda tendría algo de qué gloriarse, porque habría hecho méritos para obtener su propia salvación; pero como Pablo prosigue a demostrar, la conclusión no es verdadera. Abraham no tiene en él mismo algo de qué gloriarse para con Dios.
ABRAHAM FUE JUSTIFICADO POR SU FE
Romanos 4:3–5 RVR60
3 Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. 4 Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; 5 mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.
En el lado positivo de su argumento, Pablo apela primero a la Escritura, la verdad divina e infalible sobre la cual están basados todos sus argumentos.
Citando Génesis 15:66 Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia.” él declara, Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia. Desde un comienzo en el relato sobre Abraham en el Génesis que empieza en el Genesis 12 , Moisés fue inspirado para escribir acerca del patriarca, diciendo que él había sido hecho justo delante de Dios únicamente a causa de su fe. Puesto que Creyó Abraham a Dios, y con base en ningún otro argumento, argumento, Dios tuvo en cuenta su creencia como criterio de justicia, y el hecho de haber creído le fue contado por justicia.
Pablo En su carta a las iglesias de Galacia, el apóstol cita el mismo versículo de Génesis y luego prosigue a decir: “Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gá. 3:6-7 ).
Un par de versículos más adelante Pablo hace referencia al patriarca como “el creyente Abraham” (Gal. 3:9 ). Debido a que Abraham fue un ejemplo de un hombre de fe, él es en ese sentido “padre de todos los creyentes” (Ro. 4:11). Por medio de su fe en Dios, Abraham “se gozó de que había de ver mi día”, dijo Jesús, “y lo vio, y se gozó” (Jn. 8:56).
El escritor de Hebreos describe la fe en virtud de la cual Abraham fue declarado por Dios como justo:Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la Tierra Prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (He. 11:8-10).
Al igual que Pablo, quien escribió esta epístola dirigida a Roma, Abraham fue escogido directa y soberanamente por Dios. Ni Abraham ni Pablo estaban buscando a Dios cuando recibieron sus llamamientos y comisiones divinas. Es probable que Abraham nunca hubiese escuchado acerca del Dios verdadero, en tanto que Pablo sabía muchas cosas acerca de Él. Abraham parecía sentirse satisfecho con su estilo de vida inmerso en el paganismo idólatra, y Pablo estaba contento con su judaísmo tradicional pero falso.
Cuando Abraham fue llamado por Dios la primera vez, vivió en Ur de los caldeos (Gn. 11:31; 15:7), una ciudad completamente pagana e idólatra.
Los arqueólogos han estimado que tenía unos 300.000 habitantes durante el tiempo de Abraham. Era una ciudad comercial importante, ubicada en Mesopotamia en la parte baja del río Éufrates, a unos doscientos kilómetros al noroeste del golfo pérsico. La gente de Ur había recibido una alta educación y estaban bien entrenados en áreas diversas como las matemáticas, la agricultura, los tejidos, la escultura y la astronomía. Contrario a las afirmaciones de eruditos liberales del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, se ha demostrado que para el tiempo de Abraham los caldeos habían desarrollado un sistema de escritura.
Los caldeos eran politeístas y entre su gran multitud de dioses sobresalía uno llamado Nana, el dios luna. Puesto que su padre Taré era un idólatra (Jos. 24:2), es obvio que Abraham fuese criado en el paganismo.
Cuando Dios llamó a Abraham o Abram, que era su nombre original, no dio alguna razón especial para haber seleccionado a ese pagano de entre los millones de paganos que había en el mundo. Esa razón no se encuentra en ningún lugar de las Escrituras. Dios escogió a Abraham porque esa fue su voluntad divina, la cual no requiere de justificación o explicación.
Tras mandar a Abraham que saliera de su país dejando atrás su parentela, y que fuera a la tierra que se le mostraría, Dios en su soberanía le hizo esta promesa incondicional:Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:2-3).
Con la única garantía de la palabra de Dios, Abraham dejó sus ocupaciones, su patria, sus amigos, la mayoría de sus parientes, y probablemente muchas de sus posesiones. Abandonó su seguridad temporal por una incertidumbre futura, conforme a lo que podían ver sus ojos humanos o lo que podía comprender su mente humana.
Cuando Abraham, Sara y Lot llegaron a Siquem en Canaán, Abraham recibió otra promesa soberana e incondicional de parte de Dios: “Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido” (Gn. 12:7). Al continuar Abraham su viaje a través de Canaán, edificó otro altar “a Jehová, e invocó el nombre de Jehová” (Gn. 12:8) .
Sin embargo, la fe de Abraham no era perfecta, así como la fe de ningún creyente es perfecta. La primera prueba que él tuvo que enfrentar fue la del hambre en la tierra de Canaán, y Abraham bajó a Egipto para obtener ayuda en lugar de acudir a Dios. Esa desobediencia lo llevó a estar en una situación comprometedora con el faraón. Él afirmó que su bella esposa era su hermana, temiendo que el faraón le matara a fin de quedarse con ella. Al hacer esto, Abraham deshonró al Señor y ocasionó que vinieran plagas sobre la familia del faraón (Gn. 12:10-17).
A pesar de su imperfección espiritual, Abraham siempre regresaba al Señor por fe, y el Señor honraba esa fe y continuaba renovando sus promesas para Abraham. De manera milagrosa, Dios hizo que Sara tuviera un hijo en su ancianidad, el hijo que Dios había prometido darle a Abraham; y cuando vino la prueba más grande de todas, Abraham no vaciló en su confianza absoluta en el Señor. Cuando Dios le ordenó que sacrificara a Isaac, el único medio humano a través del cual podría cumplirse la promesa, Abraham respondió con obediencia inmediata, y Dios a su vez respondió con la provisión de un sacrificio substitutivo a cambio de Isaac (Gn. 22:1-18).
El escritor de Hebreos declaró que fue “por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía a su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (He. 11:17-19).
Así como Abraham confió en la palabra de Dios en el sentido de que le daría una tierra que nunca había visto, él confió en el poder de Dios para levantar a Isaac de los muertos, si llegara a ser necesario, por medio de un milagro divino que él jamás había visto. Fue en respuesta a la fe de Abraham en Dios que el hecho de haber creído le fue contado por justicia.
Fue contado se traduce a partir de logizomai, que en griego tenía el significado económico y legal de acreditar algo en la cuenta de otra persona.
La única cosa que Dios recibió de Abraham fue su fe imperfecta, pero por su gracia y misericordia divinas, Él acreditó la fe en la cuenta espiritual de Abraham como justicia. Esa acreditación por gracia refleja el corazón de la revelación redentora de Dios y es el foco tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Dios nunca ha provisto algún otro medio de justicia aparte de la fe en Él.
A pesar de que la desobediencia repetida de Abraham era pecaminosa y trajo como resultado perjuicio y dolor para él mismo y para otros, Dios utilizó inclusive esa desobediencia para glorificarse a sí mismo. Esos actos de desobediencia dan testimonio de que, contrario a las enseñanzas rabínicas, Abraham fue escogido por Dios en su soberanía y por sus propias razones y propósitos divinos, no debido a la fidelidad o la justicia de Abraham. Abraham fue escogido por la gracia soberana y selectiva de Dios, no a causa de sus obras o tan siquiera de su fe.
Su fe fue aceptable ante Dios, solamente porque Dios en su gracia la acreditó o la tuvo en cuenta como si fuera justicia. No fue la grandeza de la fe de Abraham lo que le salvó, sino la grandeza del Señor de la gracia en quien él depositó su fe.
La fe nunca es la base ni la razón de la justificación, sino únicamente el canal a través del cual Dios hace obrar su gracia redentora.
La fe es simplemente el corazón convencido de un pecador que se extiende para recibir el regalo gratuito e inmerecido de salvación de parte de Dios.
Lo que era cierto con respecto a la fe de Abraham es cierto con respecto a la fe de todo creyente. Pero al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; declara Pablo. Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.
Aunque la fe es requerida para la salvación, no tiene poder en sí misma para salvar. Es el poder de la gracia redentora de Dios solamente, obrando por medio de la obra expiatoria de su Hijo en la cruz, lo que tiene poder para salvar. La fe no es, como algunos afirman, un tipo de obra. Pablo aclara aquí rotundamente que la fe salvadora es algo totalmente aparte de cualquier clase de obras humanas.
Si el hombre fuera capaz de salvarse a sí mismo por sus propias obras, entonces la salvación podría ser una realidad aparte de la gracia de Dios, y el sacrificio de Cristo en la cruz habría sido en vano.
Si esas obras de justicia pudieran ser hechas por los hombres, entonces la salvación NO sería un don de la gracia de Dios sino un salario que se le debe al hombre como cualquier otra deuda.
No solamente la justicia por obras obviaría la gracia de Dios, también le quitaría la gloria, que es el propósito para el cual existe la creación. “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:36). El propósito primordial del evangelio no es salvar a los hombres sino glorificar a Dios. En otra bella doxología a la mitad de su carta a los efesios, Pablo declaró alborozado: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Ef. 3:20-21).
Hay muchas razones por las que el hombre pecador no se puede salvar a sí mismo con sus propias obras.
Primero, a causa de su pecado él es incapaz de alcanzar el estándar divino de justicia que es de perfección absoluta.
Segundo, sin importar cuán generosas, sacrificadas y beneficiosas puedan llegar a ser sus obras, nunca podrían hacer expiación por sus pecados. Aún si Dios reconociera que todas las obras de una persona son buenas, el que obraría quedaría todavía bajo el castigo divino de la muerte debido a sus pecados.
Tercero, como se indicó arriba, si los hombres fueran capaces de salvarse a sí mismos, la muerte expiatoria de Cristo habría sido inútil.
Cuarto, como también se ha señalado, si el hombre pudiera salvarse a sí mismo, la gloria de Dios quedaría eclipsada por la del hombre.
Dios salva únicamente a la persona que no confía en su obra, sino cree en aquel que justifica al impío.
Hasta que una persona confiesa que es un impío, no es un candidato para recibir la salvación, porque todavía sigue confiando en su propia bondad.
Eso es lo que quiso dar a entender Jesús cuando dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc. 5:32).
Quienes son justos en sus propios ojos NO tienen parte alguna en la obra redentora de la gracia.
En la parábola de la viña Jesús ilustró la imparcialidad de la gracia de Dios. Desde un punto de vista humano, los hombres que habían trabajado todo el día merecían más que los que trabajaron únicamente durante la última hora; pero lo que Jesús quería mostrar era que el señor de la viña, que representaba a Dios, tenía el derecho de hacer lo que quisiera con lo suyo. Él no defraudó a los que trabajaron todo el día, sino que les pagó exactamente lo que se había comprometido a pagarles y ellos estuvieron de acuerdo (Mt. 20:1-16).
Según el criterio de Dios, la obra de toda persona está muy lejos de ganar por mérito propio la redención que Él provee.
En la escala divina de justicia perfecta, hasta el cristiano más devoto y servidor que haya existido no está más cerca de ganarse su salvación que el delincuente más ruin que acepta a Cristo en su lecho de muerte.
Ni siquiera la fe genuina constituye en sí misma un mérito ni produce la justicia perfecta aparte de la cual ningún hombre puede acercarse a Dios. En lugar de esto, su fe le es contada como esa justicia requerida.
El hecho de “contar” del que Pablo habla aquí es la justificación, aquel acto jurídico de Dios por el cual imputa la justicia perfecta de Cristo en la cuenta del pecador y luego procede a declarar su veredicto en el sentido de que la persona perdonada es plenamente justa.
En su libro Redención obrada y aplicada, John Murray escribió: “Dios no puede hacer más que aceptar en su favor a quienes están investidos con la justicia de su propio Hijo. Mientras que su ira se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, su agrado y complacencia también se revela desde el cielo por la justicia de su bien amado y unigénito” ([Grand Rapids: Eerdmans, 1955], p. 124).
De esta manera Dios justifica al impío, no solo al dejar de tener en cuenta su pecado, sino tras haber imputado nuestro pecado a Cristo, quien pagó por completo el castigo debido, y ahora Dios acredita la justicia de Cristo en nuestra cuenta. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Is. 53:4-5).
Debido a que Dios acredita el pecado del creyente en la cuenta de Cristo, Él puede acreditar la justicia de Cristo en la cuenta del creyente.
Dios no pudo haber acreditado justamente a Abraham su justicia si el pecado de Abraham, como el pecado de todos los creyentes, no hubiera sido pagado con el sacrificio de la propia sangre de Cristo. Antes de la cruz, el pecado del creyente era pagado por anticipación al sacrificio expiatorio de Cristo, y a partir de la cruz el pecado del creyente ha sido pagado por adelantado.
Comentando acerca de la manera como Dios acredita justicia a los creyentes, Arthur Pink escribió:
Se denomina “la justicia de Dios” (Ro. 1:17; 3:21), porque Él es quien la establece, la aprueba y la imputa.
Se denomina “la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo” (2 P. 1:1) porque Él la forjó y la presentó a Dios.
Se denomina “la justicia de la fe” (Ro. 4:13) porque la fe es el medio para aprehenderla y recibirla.
Se denomina justicia del hombre (Job 33:26) porque le fue pagada e imputada al hombre.
Todas estas diversas expresiones se refieren a muchos aspectos de aquella obediencia perfecta hasta la muerte que el Salvador tuvo por amor y en favor de su pueblo. (Las doctrinas de elección y justificación [Grand Rapids: Baker, 1974], p. 188).
El hecho de que Dios cuenta la fe de un creyente como si fuera su propia justicia divina es una verdad incomprensible pero incontrovertible que conmueve el corazón de los que ponen su fe en Jesucristo como Señor y Salvador.
Cuando un pecador penitente se ve confrontado ante la majestad, el poder y la justicia de Dios, no puede hacer más que ver su propia perdición y la falta absoluta de valor de sus propias obras.
Con la iluminación divina él se da cuenta de que únicamente es digno de la condenación de Dios; pero Dios da la certidumbre divina de que, a través de la fe de un pecador en Jesucristo, Él no solamente está dispuesto a salvarle de la condenación, sino también a llenarle con su propia justicia eterna.
El verdadero pecador penitente clama al lado del profeta Miqueas, quien confesó: “¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocausto, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?” (Mi. 6:6-7).
Un sencillo acróstico, formado a partir de las letras de la palabra fe en inglés (FAITH) puede ayudar a entender los elementos de la fe salvadora.
“F” puede representar hechos [facts, en inglés]. La fe no se basa en un salto ciego hacia lo desconocido e imposible de conocer, como muchos teólogos liberales y neortodoxos quieren hacernos creer. Está basada en los hechos de la obra redentora de Dios por medio de su Hijo Jesucristo.
En su primera carta a la iglesia en Corinto, Pablo declaró: Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce. Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. (1 Co. 15:1-8).
Para demostrar con mayor énfasis la importancia del hecho de la resurrección de Jesús, Pablo prosiguió diciendo: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe ... y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (1 Co. 15:14, 17) .
La letra “A” puede corresponder a acuerdo. Una cosa es conocer la verdad del evangelio, otra muy distinta es estar de acuerdo con lo que dice. El corazón del creyente afirma la verdad que recibe de la Palabra de Dios.
La letra “I” puede representar la interiorización, aquel deseo interno de un creyente para aceptar y aplicar la verdad del evangelio a su propia vida. Hablando de Cristo, el apóstol Juan escribió: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:11-13). La interiorización también involucra un deseo genuino de obedecer a Cristo como Señor. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra”, dijo Jesús, “seréis verdaderamente mis discípulos” (Jn. 8:31).
La letra “T” puede representar la confianza [trust, en inglés]. En cierto sentido y en algunos contextos la confianza es un sinónimo de fe, pero también transmite el concepto de tener confianza sin reservas para con Dios o confiar en que Él cumple sus promesas de nunca abandonarnos como hijos suyos que somos y de proveer para todas nuestras necesidades. Las parábolas del tesoro escondido y la perla de gran precio (Mt. 13:44-46) enseñan la necesidad de que un creyente rinda todo lo que tiene por la causa de Cristo y por amor a Él, así como de que afirme y deposite toda su confianza en su señorío y en su gracia.
La confianza genuina incluye apartarse del pecado y el ego para volverse a Dios. Ese apartamiento se llama arrepentimiento, y aparte de él ninguna persona puede ser salva. El arrepentimiento es una parte tan esencial del evangelio que algunas veces se equipara con la salvación. Pedro declaró: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
La letra “H” podría representar la esperanza [hope, en inglés]. Todo creyente es salvado en la esperanza de vivir por la eternidad con Dios en el cielo, aunque nunca haya visto el cielo ni visto al Señor en quien cree. Cuando Tomás se negó a creer que Jesús se había levantado de los muertos hasta que él mismo tocara el cuerpo de su Señor, Jesús dijo: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Jn. 20:29). La vasta mayoría de todos los que han creído y confiado en Cristo durante todos estos siglos jamás le han visto, e incluso los que le vieron después de la resurrección y fueron testigos de su ascenso al cielo únicamente tenían la esperanza, y no la realidad todavía, de volverse a encontrar con Él algún día en el cielo. Hasta que cada creyente se encuentre con el Señor mediante la muerte o el arrebatamiento, cada uno debe vivir en la esperanza de lo que todavía no ha sido recibido plenamente.
LA JUSTIFICACIÓN TRAE BENDICIÓN
Romanos 4:6–8 RVR60
6 Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras, 7 diciendo: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, Y cuyos pecados son cubiertos. 8 Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.
Pablo cita aquí a David con el fin de establecer el hecho de que el rey más grande de Israel entendió y enseñó que la justificación es por fe solamente. La bienaventuranza de la que está hablando David es la salvación, la suprema bienaventuranza y bendición que Dios ofrece a la humanidad caída. Los únicos que la pueden recibir son aquellos a quienes Dios atribuye justicia sin obras.
En el Salmo 32:1-21 Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. 2 Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño.” David entendió con claridad la gracia de Dios. En su gran salmo penitencial escrito después que Natán le confrontó con su adulterio con Betsabé y el homicidio de su esposo, David se abandonó por completo a la gracia de Dios.
Pablo cita aquí a David con el fin de establecer el hecho de que el rey más grande de Israel entendió y enseñó que la justificación es por fe solamente.
Ten piedad de mí, oh Dios”, él rogó, “conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones”. Él confesó: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio”. David sabía que únicamente Dios podía purificarle, lavarlo de todos sus pecados y borrar todas sus iniquidades. Únicamente Dios podía crear en él un corazón puro y librarlo de la culpa y del pecado que la producía (Sal. 51:1-14).
Las personas de fe genuina son bienaventurados, proclama David, porque gracias a la provisión generosa de Dios sus iniquidades son perdonadas, debido a que sus muchos pecados individuales son cubiertos, y porque el Señor no inculpa al hombre de pecado y de la condición básica, pecaminosa depravada de su naturaleza caída.
Abraham fue justificado por fe únicamente, David fue justificado únicamente por fe, y todo creyente antes y después de ellos ha sido justificado únicamente por fe. La fe de un pecador es aceptada por Dios en su gracia y le es contada como justicia por causa de Cristo.
Se cuenta la historia de un granjero pobre que había ahorrado su dinero durante muchos años con el fin de comprar un buey que empujara su arado. Cuando creyó que había ahorrado lo suficiente, recorrió una gran distancia hasta el pueblo más cercano para comprar un buey. Sin embargo, pronto descubrió que los billetes que había estado ahorrando habían sido reemplazados por una nueva moneda y que la fecha para el intercambio de los anteriores a los nuevos había pasado hacía mucho tiempo. Puesto que era analfabeta, el hombre le pidió a un niño que estudiaba en una escuela cercana que escribiera una carta al presidente de su país, explicando su difícil situación y solicitando una exención. El presidente fue conmovido por la carta y escribió al granjero: “La ley debe obedecerse, porque la fecha límite para cambiar los billetes ya pasó. El gobierno ya no puede cambiar sus billetes por los nuevos. Ni siquiera el presidente es exento de esta regla. Sin embargo”, continuó el presidente, “puesto que yo creo que usted en realidad trabajó duro para ahorrar este dinero, estoy cambiando su dinero por dinero nuevo con mis propios fondos personales para que usted pueda comprar su buey”.
Delante de Dios, las buenas obras de cada persona son tan carentes de valor como el dinero vencido de aquel granjero; pero Dios mismo, en la Persona de su Hijo, ha pagado la deuda, y cuando un pecador confesado se arroja sin reservas a la misericordia de Dios y acepta por fe la obra expiatoria del Señor a su favor, puede quedar perdonado y justo con justicia divina delante de Él.
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