RESTAURADOS EN EL AMOREN

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Texto: Jeremías 31:3-4
Introducción
En 1988 el compositor y cantor Bobby McFerrin se hizo mundialmente famoso al grabar una música con el título “Don’t worry, be happy”. Esa pequeña canción atrajo la atención del mundo ese año, alcanzando el tope de las presentaciones, vendiendo dieciocho millones de copias y ganando dos premios Grammy. El mundo entero tocaba esa canción. La letra de la música es la siguiente:
Aquí está una pequeña música que escribí.
Usted podrá querer cantar nota por nota.
No se preocupe, sea feliz.
En la vida tenemos algunos problemas, pero cuando usted se preocupa, aumentan el doble.
No se preocupe, sea feliz...
Porque cuando usted se preocupa, su rostro está fruncido, y eso derribará a todo el mundo. Por lo tanto, no se preocupe, ¡sea feliz!
El problema es que nosotros sí nos preocupamos, ¿no es así? No importa cuán cautivante sea la amonestación melódica para no hacerlo. Basta con mirar a la realidad del mundo en el que vivimos, lleno de desesperación, enfermedad, divorcios, muerte, corrupción, etc.
No basta con tararear: “No se preocupe, sea feliz”. Pero en realidad, como seres humanos, nos preocupamos y no estamos felices.
El sitio web de la Organización Panamericana de Salud informa que cerca de 800 mil personas se suicidan todos los años. El suicidio es la segunda causa principal de muerte entre jóvenes con edad entre 15 y 29 años1.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que los impactos de la pandemia de COVID-19 pusieron a 108 millones de trabajadores en la pobreza en todo el mundo. La OIT estima que, en 2022, 205 millones de personas estarán desempleadas en todo el mundo.
I – La destrucción inminente
Vamos a verlo, la frase “no se preocupe, sea feliz” simplemente no resuelve nada, ¿verdad? Podemos cantar las palabras hasta que estemos con el rostro azul, pero en el fondo de nuestras almas, usted y yo sabemos que la preocupación y la ansiedad nunca están tan lejos.
Por toda esa realidad es que estamos viviendo en el mundo actual, y el texto del profeta Jeremías se hace tan relevante. Muchos llaman a Jeremías “el profeta llorón”. Si usted estudia con detalles el contexto de la vida de Jeremías, descubrirá que él tenía muchos motivos para lamentarse. Con su caja de pañuelos abarrotada de preocupaciones sobre lo que está por venir para su amada nación y ciudad natal Jerusalén, Jeremías hacía décadas venía alertando a sus vecinos sobre el juicio y el desastre inminentes.
El problema era que el lema del pueblo de Israel en el tiempo de Jeremías era “no se preocupe, sea feliz”, y el mensaje profético de Jeremías era “prepárense porque vendrán desastres y tristeza”. Por eso los índices de aprobación del profeta se desmoronaron. Pero entonces, un día, la situación en Jerusalén comenzó a mostrar que Jeremías tenía razón. De la noche al día, la economía se volvió andrajos; la ciudad vivía una decadencia social sombría; la sociedad estaba en una hemorragia moral incesante. Las noticias difícilmente podrían ser peores. El pueblo comenzó a preguntarse: ¿será que el profeta rezongón estaba en lo cierto todo el tiempo? ¿Estamos bajo el juicio divino por las maldades que hicimos? En Jerusalén nadie más podía silbar “No se preocupe, sea feliz”. Y como prueba de que las malas noticias pueden “empeorar”, la población se despertó una mañana para encontrase con su enemigo mortal, Babilonia, con miles de soldados armados acampados literalmente en la puerta de Jerusalén. ¡El fin estaba cerca!
II – La solución divina
Últimamente hemos vivido con nuestros propios incesantes titulares de malas noticias.
En medio de todas esas noticias terribles, el Dios del Universo interrumpe su oscuridad y desgracia con una de las más impresionantes buenas noticias ya presentadas a la humanidad. Directo del corazón del Eterno y, dada la semejanza con el tiempo en que vivimos, esas noticias son increíblemente buenas para mí y para usted también.
Vea lo que escribió Jeremías:
“Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: ‘Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel; todavía serás adornada con tus panderos, y saldrás en alegres danzas’” (Jeremías 31:3, 4).
¿Danzando de alegría con tamboriles? ¡Usted solo puede estar bromeando! Parece que Dios está diciendo: “No se preocupe, sea feliz”, pero eso en la víspera de la destrucción inminente. ¿No parece una locura?
Pero esa es precisamente la promesa de Dios. Lea esto nuevamente en el texto:
“Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: ‘Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel; todavía serás adornada con tus panderos, y saldrás en alegres danzas’” (Jeremías 31:3, 4).
¿Cómo puede ser que alguien dance de alegría en medio de la realidad en que vivía la sociedad en tiempo de Jeremías? La única explicación para esa alegría desenfrenada es la noticia sorprendente de que ese Dios del Universo nos ama, ¿puede creerlo? Él nos ama con un amor eterno. Piense en eso. Eterno significa exactamente eso: “que dura para siempre”, lo que significa que no importa cuántas veces los demás hayan renunciado nosotros, hay alguien que no lo hará.
Esta semana escucharemos sermones que terminarán con un llamado para que las personas entreguen sus vidas a Cristo públicamente a través del bautismo y también invitaremos a las personas que un día pasaron por la maravillosa experiencia del bautismo, pero por esas cosas de la vida se apartaron y necesitan regresar públicamente a los brazos de Cristo a través de un nuevo bautismo. Y tal vez uno de los mayores impedimentos para el regreso de algunos a la iglesia sea el pensamiento de que ya fuimos demasiado lejos como para regresar, y el amor de Dios ya no nos puede alcanzar.
Ese era el motivo por el cual Lindsey creía tan difícil regresar (esta historia es verídica, pero el nombre es ficticio para proteger su identidad). Ella dice que todos los sábados se despierta pensando: “Yo debería ir a la iglesia hoy”, pero todo lo que ya vivió y experimentó en el tiempo en el que estuvo fuera de la iglesia, la lleva a pensar que ya no puede regresar. Ella siente que ya fue mucho más allá de la posibilidad de regresar al amor de Dios.
Exactamente para responder a ese tipo de pensamiento Dios le habla a su pueblo a través del profeta Jeremías: “Con amor eterno te he amado”. Jeremías presenta la promesa de que Dios no renunciará a nosotros. No importa cuántas veces hayamos fallado, a nosotros mismos, a otros y a él, su amor no nos abandonará.
¡No es de admirar que las personas estén danzando de alegría! Porque aun cuando dejamos de confiar en Dios, él no deja de creer en nosotros. Durante cuarenta años, el profeta con llanto imploró a su ciudad natal que volviera a Dios. Pero por cuarenta años la nación decidió permanecer lejos de Dios y, cuando finalmente la consecuencia llegó y la destrucción estaba a las puertas, Dios envió un mensaje de bondad y no de venganza. Y ¿cuál es la promesa de Dios que Jeremías entregó de prisa a los condenados? “Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”. Para un pueblo que desperdició su vida y no aprovechó las oportunidades, viene esta promesa del amor eterno de Dios, y es para siempre.
La nación de Israel, así como nosotros, se volvió un pueblo “amante de sí mismo”. Nada es demasiado sagrado para ser dejado, si así lo sentimos. Salimos de la escuela si nos parece molesta y difícil; salimos de la casa de nuestros padres si no nos gusta estar ahí; dejamos nuestros empleos, nuestros matrimonios y nuestras iglesias. Y aun así Dios nos dice: “Te amo con amor eterno”.
III – El amor del Calvario
Eso es precisamente lo que Jesús estaba con muchos deseos de decirnos en la cumbre rocosa de una colina llamada Gólgota. Cuando Jesús extendió sus brazos y ellos lo clavaron en una cruz, fue el sumun de la verdad sobre el amor eterno de Dios. Porque la propia postura en que fue físicamente inmovilizado, los brazos extendidos en un abrazo abierto sujetado con clavos, su cabeza y pies perpendiculares a los brazos, Jesús estaba suspendido entre el cielo y la tierra. Cristo revelaba en la cruz su amor eterno al mundo, y siempre para agregar una vida quebrantada más para sí mismo.
¿Escuchó usted de su última oración en la cruz? “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Amor eterno, ¿también ante la muerte? El retrato de Dios nunca brilló más intensamente que en esa oración de muerte. Pues, al hacer esa oración, Jesús reveló la verdad suprema que cualquier ser humano puede descubrir sobre Dios, que por naturaleza es amoroso implacable y perdonador incondicional. Ese punto es esencial porque algunos pintan una imagen dura y severa de Dios, alegando que él necesitaba la cruz para transformarse de acusador a perdonador. Pero la verdad es que Dios no necesitaba el Calvario para cambiar de idea sobre nosotros. Él necesitaba del Calvario para cambiar nuestras mentes y pensamientos sobre él.
“Con amor eterno os he amado”, nos dijo Jesús. Amor implacable, perdón incondicional.
Y ¿notó usted que ese viernes fatídico, ese que ahora llamamos Viernes Santo, no había una sola alma en la cumbre de esa colina que pidió perdón, solo un ladrón moribundo al final del día? Ninguno de los soldados romanos burlones, ninguno de los espectadores malditos, ninguno de los clérigos arrogantes, nadie, excepto un ladrón pidió perdón. Aun así, Jesús miró a la multitud que rodeaba la cruz y murmuró su oración: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Asesinaron al Inocente, y a pesar de eso, su oración por ellos fue el silencioso “Perdónalos”.
En su libro Os girassóis [los girasoles], el fallecido Simon Wiesenthal revive la narración emocionante y sombría del día cuando fue secretamente retirado de su grupo de trabajo forzado, cuando era un joven judío prisionero en un campo de concentración nazi, y conducido por una enfermera inexpresiva por las escaleras y descendió el corredor de un hospital polaco cercano. Finalmente, se vio al lado de la cama de un soldado nazi moribundo con el rostro completamente vendado, excepto por cuatro aberturas: una para la boca, una para la nariz y dos para las orejas. Manchas amarillas corrían por los vendajes donde deberían estar los ojos. La enfermera salió y el soldado tanteó en busca de la mano del joven. Y cuando, con un susurro ronco el hombre habló, confesó que torturó y mató en un solo día cerca de 200 judíos indefensos. Atormentado por las pesadillas de su crimen terrible, el último pedido desesperado del moribundo a su enfermera fue que buscara a un judío, cualquier judío, a quien le pudiera confesar su pecado y pedirle perdón. Y entonces, usted ¿me perdonará? Fue la súplica del soldado moribundo. Wiesenthal describe la batalla violenta dentro de su propio corazón mientras él se sentaba al lado de la cama: “¿Debo perdonarlo o no? Por fin, sin decir una palabra, salió de la sala.
Veinticinco años después, todavía afectado por aquella confesión en el lecho de muerte y su decisión de no perdonar, Simon Wiesenthal, quien milagrosamente sobrevivió al Holocausto, pero perdió ochenta y seis parientes y seres queridos, termina su narración con estas palabras: “Usted, que terminó de leer este episodio triste y trágico en mi vida, puede cambiar mentalmente de lugar conmigo y hacerse la pregunta crucial: ¿Qué hubiera hecho yo?3.
¿Qué hubiera hecho yo? ¿Qué hubiera hecho usted? Sabemos lo que Jesús de Nazaret hizo, acabamos de oírlo orar: “Padre, perdónalos”. Es la oración de un amor eterno, ¿o no? Y si él oró por sus verdugos, si él oró por los ladrones entre los cuales fue clavado, si él oró esa oración por la turba que lo condenó en la cruz, ¿no haría la misma oración por el nazi moribundo, no oraría por los vivos y moribundos como yo y como usted también? ¿En verdad existe un pecado tan horrendo, un pecador tan reprensible que el amor eterno de Dios no pueda perdonar o no perdonó ese viernes fuera de Jerusalén?
Considere estas palabras profundas de El Deseado de todas las gentes, el clásico devocional sobre la vida de Jesús:
“Esa oración de Cristo por sus enemigos abarcaba al mundo. Abarcaba a todo pecador que hubiera vivido desde el principio del mundo o fuese a vivir hasta el fin del tiempo. Sobre todos recae la culpabilidad de la crucifixión del Hijo de Dios. A todos se ofrece libremente el perdón. “El que quiere” puede tener paz con Dios y heredar la vida eterna”.4
Conclusión
¿Lo comprende? Usted y yo, todos nosotros, el mundo entero, toda la raza humana, fuimos perdonados ese viernes hace mucho tiempo. “A todos se ofrece el perdón gratuitamente”. No importa cómo haya vivido usted, no importa lo que usted haya hecho. Existen solo dos palabras para describir un perdón tan completo y gratuito: “amor eterno”.
¿Comprende lo que significa eso? Cuando usted falla y cae, y su pecado llena su corazón, y está oprimido por su propia culpa, cuando ya confesó ese pecado mil veces antes, cuando su conciencia torturada lo lleva a querer renunciar a sí mismo y desistir de Dios, recuerde lo que Dios es por naturaleza, él no puede ser de otra forma y ser él mismo, un amante implacable y un perdonador incondicional. Láncese con su culpa en el abrazo extendido del Calvario. No porque Dios necesite ser persuadido, sino porque necesito recordar el precio exorbitante de mi pecado, el costo exorbitante de su amor. Amor eterno.
Escuche, Dios le dice hoy: “No se preocupe, si viene a mí, será feliz”.
Llamado
Querido hermano en Cristo, no importa cuánto tiempo estuvo lejos de los caminos de Dios, hoy usted puede decir: Yo acepto ese amor eterno demostrado por mí en la cruz del Calvario. Yo decido volver a los brazos que siempre estuvieron abiertos para recibirme.
El regreso no siempre es fácil, pero el amor de Dios puede restaurarlo y traerlo de nuevo a los brazos de amor de Dios. Me gustaría orar en este momento por dos grupos especiales de personas. En primer lugar, quiero orar por los que nunca pasaron por la maravillosa experiencia del bautismo y que hoy les gustaría tomar esa decisión. Y también quiero orar por los que les gustaría volver a la casa de Dios y públicamente confirmar ese regreso a través de un nuevo bautismo.
No pierda esta oportunidad. Yo voy a orar por usted ahora. No importa si en algún momento de su caminata espiritual usted haya dejado de experimentar ese grandioso amor de Dios. Hoy es una nueva oportunidad de recomenzar y ser restaurado por el amor de Dios.
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