Efesios - Clase 3
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Introducción
Introducción
UNIDAD, DIVERSIDAD Y CRECIMIENTO
Ye hemos visto los capítulos del 1 al 3 de la carta de Pablo a los Efesios, donde se presenta a la iglesia como una comunidad sobrenatural, que desafía toda explicación sociológica, una iglesia formada por Dios con el propósito de mostrar la gloria de Su sabiduría y el poder del evangelio.
La iglesia es una comunidad tan distinta al resto de las agrupaciones humanas, que por medio de ella Dios hace un despliegue ante los ángeles de Su sabiduría, dice Pablo en Efesios 3:10.
Somos unidos a Cristo por medio de la fe, y de ese modo venimos a ser uno con todos los que están igualmente unidos a Él. Los creyentes no tenemos que hacer absolutamente nada para PRODUCIR unidad dentro de la iglesia, porque es algo que Dios llevó a cabo a través de la muerte de Cristo en la cruz, como dice Pablo en Efesios 2.
Dios ha creado en Cristo un nuevo pueblo, una nueva humanidad, una nueva familia y un nuevo templo espiritual. Eso es un hecho, algo que ya sucedió y que nadie puede cambiar.
A partir del capítulo 4 de la carta, Pablo nos muestra que esa unidad es al mismo tiempo una meta que todos los creyentes debemos perseguir diariamente de manera intencional.
Es lo mismo que ocurre en el matrimonio. A través del vínculo matrimonial un hombre y una mujer vienen a ser una sola carne, pero ahora deben trabajar juntos para preservar y fortalecer esa unidad. Y lo mismo ocurre en la iglesia.
Somos uno en Cristo, pero debemos aprender a vivir a la luz de esa realidad. Y eso es precisamente lo que Pablo nos muestra en los primeros 16 versículos del capítulo 4,
Veremos aquí lo que significa ser miembro de una iglesia local. Hay por lo menos 3 cosas que podemos aprender acerca de la unidad, la diversidad y el crecimiento.
I. LA UNIDAD DE LA IGLESIA: Ef. 4:1-3
Recordemos que los cristianos no tenemos que producir unidad en la iglesia, pero sí debemos preservarla y fortalecerla. ¿Cómo? Viviendo una vida que sea coherente con las doctrinas que Pablo ha venido explicando en los primeros 3 capítulos de esta carta.
Efesios 2:1 al 3 que todos nosotros merecíamos la justa ira de Dios por causa de nuestros pecados, estábamos muertos espiritualmente y éramos absolutamente impotentes para salvarnos a nosotros mismos.
Pero Dios nos escogió desde antes de la fundación del mundo, por el puro afecto de Su voluntad, no por ninguna cosa meritoria que haya en nosotros o que haya sido hecha por nosotros, sino por Su misericordia, para darnos en Cristo exactamente lo contrario de lo que todos nosotros merecíamos.
¿cómo debiera ser la relación de un grupo de personas que realmente cree eso? Si tu dices ser cristiano, estás proclamando a todo el mundo que no mereces nada, que no tienes derecho a reclamar nada, que no hay ninguna cosa en ti de la que puedas gloriarte con justicia. Da manera que si Dios decidió salvarte es porque Él decidió salvarte; porque te amó con un amor incomprensible desde antes de la fundación del mundo. Pablo cita a Dios en Romanos 9:15 diciéndole a Moisés: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y tendré compasión del que yo tenga compasión”.
Efesios 2:8-9 la salvación es un regalo que Dios nos da de pura gracia, “no por obras, para que nadie se gloríe”. No puede haber jactancia en la salvación, porque es Dios el que salva de principio a fin.
¿cómo debiera ser la relación de un grupo de personas que cree todo eso? En teoría, no debería ser difícil para ellos preservar “la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”, porque saben que no tienen nada que proteger. El problema es que el pecado todavía mora en nosotros y nos lleva a ser incoherentes con lo que decimos creer.
Si pudiéramos rastrear todos los problemas y conflictos que surgen en la iglesia, en algún punto del camino nos toparemos con el orgullo. Es el orgullo lo que imposibilita la solución de los conflictos personales, porque nos lleva a creer que merecemos lo que decimos no merecer en nuestra declaración doctrinal.
Existe una incoherencia entre nuestra confesión de fe y nuestra vida cristiana práctica. ¿Cuál es la solución? Pedir al Señor en oración que nos ayude a seguir estrechando la brecha que existe entre lo que decimos creer y lo que creemos realmente.
Cuando tu corazón se comience a agitar dentro de ti, porque sientes que alguien te ha ofendido o maltratado de alguna manera, recuerda quién eres realmente sin la gracia de Dios. Porque por más mal que alguien te haya tratado, y por más injusto que haya sido contigo, todavía se queda corto de lo que justamente merecemos por causa de nuestros pecados.
Un hombre humilde no va por la vida reclamando que los demás lo traten de cierto modo, porque él posee una correcta evaluación de sí mismo. Él puede soportar a los demás en amor, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, como dice Pablo en el vers. 2, porque sabe que merece el infierno y que Dios ha sido increíblemente paciente y bondadoso con él.
La unidad de la iglesia es promovida cuando la doctrina correcta nos lleva a vivir y a sentir de la forma correcta. Es por eso que los primeros tres capítulos de la carta a los Efesios son eminentemente doctrinales, mientras que los últimos tres son eminentemente prácticos. Y es que una cosa se deriva de la otra.
Debemos entender lo que Dios ha hecho por nosotros y vivir en consecuencia. Y uno de los resultados será la unidad práctica de la iglesia. Es por eso que la exhortación de Pablo a preservar la unidad no va dirigida a los líderes, sino a los miembros.
No son los pastores los que tienen la responsabilidad final de proteger la unidad; esa es una responsabilidad de todos y cada uno de los miembros que componen la iglesia.
Somos un cuerpo, dice Pablo en los versículos 4 al 6, unidos unos a otros por aquellas cosas que tenemos en común y que sobrepasan por mucho las diferencias que pudieran dividirnos (comp. vers. 4 al 6).
Todas las distinciones humanas son temporales. En el cielo nadie será visto como rico o pobre, como negro o blanco, como dominicano, norteamericano o haitiano. Por lo tanto, estas diferencias no pueden separar a los verdaderos cristianos de este lado de la eternidad.
Pero esa no es toda la historia. Si bien es cierto que somos uno en Cristo, también es importante señalar que esa unidad no significa uniformidad; o si quieren ponerlo en palabras positivas: este pasaje también nos enseña que la unidad de los creyentes es perfectamente compatible con la diversidad.
Y eso nos lleva a nuestro segundo encabezado: la diversidad de la iglesia.
II. LA DIVERSIDAD DE LA IGLESIA:
La vez pasada veíamos cómo Dios une en la iglesia lo que no habría podido uinirse de ninguna otra manera, y cómo eso exalta la sabiduría de Dios y el poder de Su evangelio. Pero esa diversidad es mucho más profunda que las diferencias sociales, generacionales o de cualquier otro tipo que pueda haber entre nosotros.
La iglesia es un cuerpo, dice Pablo, formado de miembros diversos, con diversas funciones, de acuerdo a los dones que Cristo repartió a cada uno (comp. vers. 7). Lo que Pablo está diciendo aquí es que cada miembro del cuerpo funciona de manera diferente, según la gracia o el don que cada uno ha recibido de parte del Señor.
Él ha repartido una medida de gracia a cada uno de nosotros en particular para que podamos servir en un cuerpo local de creyentes con los dones que Él nos ha dado. Y así como el ojo no puede pretender convertirse en nariz, porque no fue diseñado para respirar sino para ver, así también los creyentes deben aceptar con gozo el lugar y la función asignados por Cristo, y desde esa posición servir para el bien de todos.
Esos dones, dice Pablo, son regalos que el Cristo exaltado concede a Su iglesia (comp. vers. 8). Pablo está citando aquí el Sal. 68:18, donde se habla de la victoria de Jehová sobre Sus enemigos.
Cuando un pueblo vencía a otro, el capitán del ejército solía entrar en la ciudad en medio de una procesión triunfal, llevando consigo a todos los enemigos que habían sido tomados cautivos. Y entonces el capitán victorioso repartía el botín entre los suyos.
Esa es la figura que Pablo está usando aquí y aplicándola al Señor Jesucristo. Él es ese guerrero poderoso que en la cruz del calvario tuvo una victoria aplastante sobre las huestes del mal.
Él ascendió a los cielos, subió a lo alto, no como un capitán derrotado, sino como un glorioso Salvador que por medio de Su muerte compró una gloriosa salvación para un sinnúmero de almas que antes eran cautivas de Satanás, pero que ahora eran Sus cautivos.
El llevó cautiva una multitud de cautivos, y de ellos tomó el botín y lo repartió con los Suyos. ¿Cuál era este botín? Los dones que Él ha repartido para la edificación de Su pueblo. Los enemigos de guerra fueron transformados en siervos voluntarios y gozosos del Mesías que ahora le sirven a Él sirviendo a Su pueblo.
Y Pablo menciona de manera particular aquellos que tienen que ver con la enseñanza y la predicación de la Palabra (comp. vers. 11). De todos esos cautivos que Cristo libertó y a quienes hizo Sus cautivos, Él tomó a algunos y se los dio a la Iglesia como apóstoles, a otros se los dio como profetas, a otros como evangelistas y a otros como pastores y maestros.
El grupo de los apóstoles es el que recibió la encomienda de revelar a la Iglesia la voluntad permanente de Cristo. Luego están los profetas, que traían revelaciones del Espíritu Santo cuando el NT no estaba completo todavía y los creyentes no tenían acceso a toda la revelación apostólica.
Estos dos oficios, apóstoles y profetas, ya no tiene razón de ser porque hoy contamos con toda la Escritura. Pablo dice en Ef. 2:19-20 que los apóstoles y profetas fueron los que pusieron el fundamento de la Iglesia, y todos sabemos que el fundamento de cualquier edificación se echa una vez y para siempre.
Luego están los evangelistas, refiriéndose probablemente a aquellos que asistían a los apóstoles o que trabajaban como plantadores de iglesia; y por último, están los pastores y maestros cuyo ministerio es establecerse en una iglesia local para pastorear la grey de Dios, primariamente a través de la enseñanza de la Palabra.
Ellos son pastores y maestros porque pastorean y enseñan; o para ponerlo más sencillo, ellos pastorean enseñando y enseñan pastoreando. Su labor es pastorear eficazmente la grey de Dios enseñándoles fielmente la Palabra de Dios. Pero ahora escuchen con cuidado cuál es el propósito de este ministerio de enseñanza pastoral en la iglesia (comp. vers. 12).
La palabra “capacitar” puede ser traducida también como “restaurar”. Es la misma palabra que aparece en Mr. 1:19 donde dice que Jacobo y Juan estaban “remendando” sus redes en la barca. Ellos debía restaurar las redes, agujereadas por el uso, para que pudieran ser más efectivas en la labor de atrapar los peces.
Y eso es precisamente lo que los pastores debemos hacer: enseñar a los creyentes la Palabra de Dios, que fue revelada a través de los apóstoles, para que los hermanos puedan estar más sanos y fuertes, preparándolos así para que sean más efectivos sirviendo a los demás en la iglesia, conforme a los dones que Dios ha dado a cada uno.
Pablo comienza diciendo que cada uno de nosotros posee ciertas capacidades dadas por Cristo para el bien de Su pueblo.
Y ahora nos dice que Cristo también ha provisto a Su iglesia de oficiales que nos instruyen a través de la enseñanza de la Palabra de Dios, para que nosotros todos podamos hacer la obra del ministerio conforme al don que cada uno ha recibido del Señor.
Eso es exactamente lo mismo que nos dice Pedro en el capítulo 4 de su primera carta: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1P. 4:10).
Dios no diseñó la iglesia para que los pastores hagan todo el trabajo, sino para que equipen a los creyentes para que todos juntos hagan la obra del ministerio. Cuando la iglesia no funciona de acuerdo al diseño de Dios, el cuerpo no puede desarrollarse y crecer, que es el tema que Pablo sigue tratando en los versículos 13 al 16: el crecimiento de la iglesia.
III. EL CRECIMIENTO DE LA IGLESIA:
¿Cuál es la meta que todos debemos perseguir como iglesia? Madurar espiritualmente para ser cada vez más semejantes a nuestro Señor Jesucristo (comp. vers. 13-14).
En Rom. 8:29 Pablo nos dice que los creyentes fuimos predestinados por Dios para ser hechos conformes a la imagen de Su Hijo; en otras palabras, para que todos manifiesten las características de Aquel que es la medida del hombre, el Hombre perfecto, nuestro bendito Señor y Salvador.
La meta no es que lleguemos a ser una iglesia con una cantidad equis de miembros, o que podamos llevar a cabo conferencias multitudinarias, o que podamos tener una súper estructura eclesiástica que mantenga a todo el mundo súper ocupados. Nuestra meta es que todos juntos podamos seguir creciendo a la imagen de Cristo.
Recientemente hablaba con uno de los pastores de nuestra iglesia, y él me comentaba de la dificultad que nos plantea perseguir esa meta, porque no es fácilmente medible y porque no todos los miembros están en la misma etapa de madurez, ni en la misma condición espiritual.
Pero esa es la meta hacia la que todos debemos dirigirnos como iglesia, trabajando juntos para el crecimiento de todo el cuerpo (comp. vers. 15-16).
Pablo vuelve de nuevo a la figura del cuerpo humano para instruirnos en cuanto al crecimiento de la Iglesia. La Iglesia es un organismo vivo en el que cada uno de sus miembros contribuye al crecimiento del resto, al recibir y traspasar a otros la vida que recibe de Cristo, quien es la Cabeza del cuerpo.
El crecimiento de la iglesia es contemplado aquí desde dos perspectivas. Por un lado lo que Cristo hace en nosotros, y por el otro lado, lo que nosotros debemos hacer a la luz de eso que Cristo está haciendo en nosotros.
Pablo dice aquí que todo el cuerpo recibe su crecimiento de Cristo. Es por causa de nuestra unión con Él que podemos crecer espiritualmente. Es en unión con Cristo que cada cristiano crece. Esa es la enseñanza del Señor en Jn. 15: Él es la Vid, nosotros somos los pámpanos; para poder producir frutos, debemos mantenernos apegados a la Vid. Todo depende de nuestra comunión e intimidad con Cristo.
Pero por el otro lado, Pablo nos dice también que el cuerpo crece como un todo, cuando cada miembro traspasa a los demás lo que recibe de Cristo. Vean una vez más el vers. 16 (leer).
La palabra que se traduce como “coyuntura” significa literalmente “punto de contacto”. La coyuntura es ese punto de conexión donde dos piezas se tocan. En este caso la coyuntura funciona como un canal a través del cual la provisión que viene de Cristo como Cabeza se traspasa a los demás miembros del cuerpo.
Cada miembro es colocado por Cristo en un lugar específico para realizar funciones específicas, bajo el liderazgo de los pastores provistos por Él, y que Pablo menciona en el vers. 11.
A través de esos pastores maestros Cristo provee el alimento de Su Palabra, equipando así a los creyentes para que estos funcionen en el lugar que Cristo los colocó y conforme a los dones que Cristo les dio. En la medida en que cada miembro traspasa a los demás lo que recibe de Cristo, según la actividad propia de cada miembro, la Iglesia crece y madura (vers. 16).
Si un miembro no está creciendo y madurando individualmente, o se aísla de los demás, o no pone sus dones y capacidades al servicio del cuerpo, o desea hacer la labor que le corresponde a otro, está afectando la salud y crecimiento de todo el cuerpo. De ahí que solo es posible que una Iglesia avance hacia la madurez en un contexto de unidad y de amor, bajo un liderazgo bíblicamente establecido.
Eso implica varias cosas de extrema importancia para el crecimiento de cualquier iglesia local. Por un lado, eso quiere decir que no vienes a la iglesia como un consumidor pasivo para ser instruido por los pastores. No. De acuerdo a la enseñanza del NT eres un ministro que viene a la iglesia a ser equipado para ministrar mejor a otros con el evangelio (comp. He. 10:23-25).
Alguien decía muy sabiamente que “el sermón del domingo en la mañana no es la línea final del ministerio de la Palabra, sino la línea de arranque. Ese es el comienzo de la obra en realidad, a medida que tu congregación toma la Palabra de Dios y la pone a funcionar a través de la semana”.[i]
Y otro decía que el ministerio de la Palabra comienza en el púlpito, pero luego debe continuar a través de la vida de la iglesia, mientras el eco de la Palabra rebota de un miembro a otro. En la iglesia, los corazones de los miembros absorben y proyectan la Palabra, para que pueda llegar a ser eficaz.[ii]
Eso quiere decir que los predicadores estamos supuestos a provocar una reacción en cadena cada domingo. Una buena predicación no solo te ayuda a entender la enseñanza de un pasaje en particular, sino que te ayuda a seguir estudiando la Biblia por ti mismo para que puedas ser un buen ministro de Jesucristo en el resto de la semana.
Eso implica también que la labor de la mayoría de los miembros probablemente no se va a llevar a cabo de manera formal y dentro de una estructura eclesiástica, sino más bien de manera informal por medio de las relaciones que vamos forjando con otros creyentes. Dar algunos ejemplos.
Eso significa también que tu crecimiento en gracia no solo te beneficia a ti, sino que debe beneficiar a todo el cuerpo. Esa es la imagen que Pablo nos presenta en los versículos 15 al 16.
¿Alguna vez has pensando en eso, que tu lectura diaria de la Palabra es importante para el crecimiento de tu iglesia? ¿Qué cuando lees la Biblia no la estás leyendo únicamente para ti, sino también para poder ministrarla mejor a otros?
Es posible que te sientas muy débil y muy pequeño, y pienses que no es mucho lo que puedes hacer para el Señor; pero si eres un verdadero cristiano, es la voluntad de Cristo que seas miembro de una iglesia local donde tú serás ministrado y podrás ministrar a otros.
La vida cristiana no se diseñó para el llanero solitario. Si hay algo que el NT nos enseña claramente es que la santificación del creyente es un proyecto de comunidad. Es hablando la verdad en amor, unos con otros, que el cuerpo crece y madura. Y lo que Pablo nos enseña aquí es que el Señor capacita a cada uno de los Suyos para que podamos servirle a Él sirviéndole a otros.
Parafraseando las palabras de un pastor amigo mío, todos tenemos como cristianos una responsabilidad individual y una responsabilidad colectiva: “Si no guardas tu corazón, nadie lo hará por ti; si no pones en orden tus prioridades, nadie lo hará; si no corres la carrera que tienes por delante, nadie la correrá por ti”.
Pero luego añade: “Cada miembro individual es responsable de aportar a la Iglesia aquello que él recibe de Cristo en su propia relación con Él… Lo que tu recibes de Cristo es lo que has de dar a los demás.
“Si no estás caminando individualmente con Cristo, toda la Iglesia sufrirá la pérdida de lo que Cristo de otra manera nos daría a través de ti” (Alan Dunn; op cit; pg. 10-11).
Espero de todo corazón que el Espíritu Santo aplique esta palabra con poder en cada creyente que se encuentra en este lugar; que podamos examinarnos objetivamente a la luz de estas verdades tan trascendentales, arrepentirnos donde debemos arrepentirnos, y corregir lo deficiente, para que Cristo nuestro Señor continúe siendo glorificado en nuestras iglesias locales, mientras crecemos todos juntos para ser cada vez más parecidos a Él.
[i] Mark Dever & Jamie Dunlop; The Compelling Community; pg. 90-91.
[ii] Ibíd.; pg. 96.