Sermon Tone Analysis
Overall tone of the sermon
This automated analysis scores the text on the likely presence of emotional, language, and social tones. There are no right or wrong scores; this is just an indication of tones readers or listeners may pick up from the text.
A score of 0.5 or higher indicates the tone is likely present.
Emotion Tone
Anger
0.09UNLIKELY
Disgust
0.09UNLIKELY
Fear
0.12UNLIKELY
Joy
0.48UNLIKELY
Sadness
0.17UNLIKELY
Language Tone
Analytical
0UNLIKELY
Confident
0UNLIKELY
Tentative
0UNLIKELY
Social Tone
Openness
0.14UNLIKELY
Conscientiousness
0.15UNLIKELY
Extraversion
0.47UNLIKELY
Agreeableness
0.6LIKELY
Emotional Range
0.15UNLIKELY
Tone of specific sentences
Tones
Emotion
Language
Social Tendencies
Anger
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Este es el tercer sermón de la serie “Los Caminos a la Felicidad”.
En los anteriores, hablé sobre cómo ser feliz por medio de servir y cómo ser feliz por medio de ser agradecidos.
Después del encarcelamiento de Juan el Bautista, el Señor Jesús comenzó a anunciar la llegada del reino de Dios y les hacía un llamado al arrepentimiento:
Las multitudes que le oían solamente conocían la religión como se las habían enseñado los sacerdotes, los escribas, y los Fariseos; una religión basada en la apariencia externa que no satisfacía la necesidad espiritual, no llenaba el corazón, y que no traía felicidad; solamente traía culpabilidad porque nadie podía cumplir los 613 mandamientos de la Ley.
La pregunta lógica que las multitudes podrían haberse hecho era: ¿Quién tendrá entrada al reino entonces?
En el sermón del monte, predicado en una colina cercana a Capernaún, y conocido también como las bienaventuranzas, Jesús les enseñó que no era asunto de religión y que la felicidad no proviene de lo externo o de la abundancia de bienes materiales, sino de lo interno, de una vida que demuestra una relación con Dios, y no una vida de religión.
Leer Mat 5:1-12 (usar “felices”)
Jesús repitió nueve veces una palabra que fue traducida como “bienaventurados”; una palabra que ya no es de uso tan común en el español actual.
La palabra, en el original, es “makários” que significa “feliz”; es traducida también como “bendecido, dichoso, y afortunado”.
En esta ocasión, quiero enfocarme en el verso 9,
De allí el título del sermón, “El camino de la paz hacia la felicidad”.
Antes de proseguir, es importante hacer una aclaración linguistica: la frase “que procuran la paz” es una sola palabra en el griego (εἰρηνοποιοί) que significa “hacedores de paz”; por eso la RVR60 la traduce como “pacificadores”.
Felices los que hacen la paz con Dios.
“ellos serán llamados hijos de Dios.”
La Biblia dice que para ser hijos de Dios es necesario haber sido engendrados por Dios.
Ese es un engendramiento espiritual que sucede en el momento que ponemos nuestra fe en Jesús.
En ese mismo instante, somos justificados y recibimos la paz de Dios:
Como vimos en el sermón anterior, la paz con Dios es la fuente más grande de felicidad.
La felicidad comienza con la paz con Dios.
Saber que estamos en paz con nuestro Creador y Salvador debe llenarnos de felicidad.
Agustín de Hipona, conocido como San Agustín, fue uno de los grandes teólogos y filósofos del cuarto siglo.
Antes de conocer a Cristo, estuvo saturado de filosofías paganas como el Maniqueísmo y el Neoplatonismo, pero, en el 386 DC, sus incontrolables conscupicencias lo llevaron a un encuentro con Jesús, el Principe de Paz.
En ese momento cesó la guerra espiritual que había en su corazón.
Agustín llegó a convertirse en un gigante de la fe.
Sin la paz con Dios es imposible ser felices, es imposible conciliar el sueño, e imposible estar en paz con otros.
Felices los que hacen la paz con otros.
El Señor Jesús dijo, “si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda, ve y reconcíliate con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.”
Con esas palabras estaba dando a entender que no puedes estar bien con Dios si no estás bien con tu prójimo.
Y si no estás bien con Dios, no puedes ser feliz.
Debemos poner todo nuestro esfuerzo en buscar la paz con otros, nuestra felicidad depende de ello, en gran manera.
Por esa razón, el apóstol Pablo le escribió a los creyentes romanos:
¿Cómo puedes estar feliz si estás peleado con tu esposa, con tus padres, con tus hijos, o con tu hermano?
La paz es mucho más que la protección de ser aniquilados.
La paz es más que el cese de hostilidades.
La paz es más que un estado mental o la tranquilidad del campo.
La paz es compromiso a una manera de vivir que evita la guerra, la pobreza, la esclavitud, el prejuicio, y el temor.
La paz es acción.
La paz es el fruto del amor.
Uno de los premios Nobel de la Paz más sonados de la historia fue el que recibieron, en 1978, Anwar al-Sadat y Menachen Begin, por haber negociado paz entre sus pueblos, Egipto e Israel.
Desde entonces, las dos naciones no han tenido guerra entre ellos.
Felices los que hacen la paz entre otros.
Esos son los propiamente llamados “pacificadores”.
Aquellos que hacen todo lo posible para que haya reconciliación entre otros, ya sea entre pueblos, entre familiares, entre amigos, o entre desconocidos.
¡Hacer la labor de pacificador es imitar a Cristo!
Cristo vino a ser el pacificador entre el hombre y Dios; a reconciliar al hombre con Dios, para que ya no vivieramos vidas miserables e infelices, vidas llenas de odio y temor.
Si es lindo llegar a paz entre tú y otro, más lindo y más grande la satisfacción de ser instrumento para que otros se pongan en paz entre ellos.
En esta categoría de pacificadores entra un hermano en Cristo llamado Jimmy Carter.
Carter recibió el premio Nobel del Paz, en el 2002, debido “a sus décadas de incansable esfuerzo para hallar soluciones pacíficas a conflictos internacionales, para avanzar la democracia y los derechos humanos, y por promover el desarrollo económico y social”.
¿Qué padre es feliz sabiendo que sus hijos están peleados?
¿Qué hijo puede ser feliz sabiendo que sus padres están peleados?
¿Qué hombre o mujer puede ser feliz sabiendo que sus amigos están peleados entre ellos?
¡Tú puedes hacer la diferencia!
Comienza con asegurarte que has hecho la paz con Dios.
Luego haz la paz con tus semejantes (búscalos, reconoce tu falta, y pide perdón).
Busca reconciliar a aquellos que amas o aprecias y que sabes que están peleados.
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