TU Y YO TE NEMOS ESTE LLAMADO
SIGAMOS EL LLAMADO DE DIOS
SIMEÓN = «que ha sido oído
Cuando se le cumplió el tiempo, Elisabet dio a luz un hijo. Sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había mostrado gran misericordia, y compartieron su alegría.
A los ocho días llevaron a circuncidar al niño. Como querían ponerle el nombre de su padre Zacarías, su madre se opuso.
-¡No! –dijo ella–. Tiene que llamarse Juan.
-Pero si nadie en tu familia tiene ese nombre –le dijeron.
Entonces le hicieron señas a su padre, para saber qué nombre quería ponerle al niño. Él pidió una tablilla, en la que escribió: “Su nombre es Juan.” Y todos quedaron asombrados. Al instante se le desató la lengua, recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Todos los vecinos se llenaron de temor, y por toda la región montañosa de Judea se comentaba lo sucedido. Quienes lo oían se preguntaban: “¿Qué llegará a ser este niño?” Porque la mano del Señor lo protegía.”
La visita de María a Elisabet fue hasta que nació Juan. Según la costumbre judía, a los ocho días era el momento de la circuncisión, circunstancia en la que se ponía el nombre al hijo que había nacido. También era costumbre general muy aceptada, que al hijo primogénito se le diera el nombre del Padre, así que llamó la atención cuando Elisabet dijo que su nombre sería Juan. Al ser consultado Zacarías, que había quedado sordo y mudo, este confirmó el nombre de Juan para sorpresa de todos, que sabían que no había habido ninguna comunicación entre ambos por asuntos del nombre.
Esto agregado a las circunstancias extraordinarias de su nacimiento, como ser la imposibilidad de Elisabet de dar a luz, por la edad y también por su esterilidad, motivó aún más a los familiares y personas que veían en este nacimiento algo tan fuera de lo común que todos se hacían la pregunta: ¿Qué llegará a ser este niño?
La pregunta sobre el nombre a Zacarías le fue hecha en una tablilla de madera, instrumento usado frecuentemente y que consistía en una tabla cubierta con cera donde se escribía con un punzón de metal.
Zacarías debió responder e inmediatamente después de escribir en la tablilla recibió el habla y el oído, como una confirmación de lo que el ángel le había dicho en el anuncio y también por su obediencia al dar al niño el nombre que le había sido dado por Gabriel.
Termina este párrafo con una confirmación de la mirada y protección de Dios sobre aquellos que han sido llamados a cumplir con una misión especial desde antes de su nacimiento. Bendición y beneficio que también está a favor de aquellos que son herederos de una salvación muy grande como dice en Hebreos capítulo 2.
Como dijimos el nombre Juan significa “el don de la gracia de Dios”
EL CANTO DE ZACARIAS
Capítulo 1:67–79
Entonces su padre Zacarías, lleno del Espíritu Santo, profetizó:
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a redimir a su pueblo.
Nos envió un poderoso salvador en la casa de David su siervo (como lo prometió por medio de sus santos los profetas), para librarnos de nuestros enemigos y del poder de todos los que nos aborrecen; para mostrar misericordia a nuestros padres al acordarse de su santo pacto. Así lo juró a Abraham nuestro padre: nos concedió que fuéramos libres del temor, al rescatarnos del poder de nuestros enemigos, para que le sirviéramos con santidad y justicia, viviendo en su presencia todos nuestros días.
Y tú, hijito mío, serás llamado profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor para prepararle el camino.
Darás a conocer a su pueblo la salvación mediante el perdón de sus pecados, gracias a la entrañable misericordia de nuestro Dios.
Así nos visitará desde el cielo el sol naciente, para dar luz a los que viven en tinieblas, en la más temible oscuridad, para guiar nuestros pasos por la senda de paz.
Zacarías, lleno del Espíritu Santo profetizó. La única manera de profetizar es en El Espíritu Santo. Cuando alguien entra en la dimensión de Dios de manera que está lleno del Espíritu Santo, entonces todo se transforma y dice cosas de otras magnitudes, de las magnitudes de Dios.
Sabemos que Dios excede el espacio y el tiempo y que no hay magnitud de ningún tipo que pueda incorporar su grandeza.
Cuando un hijo de Dios, por su vida, por el interés del Reino de Dios o por el motivo que sea es lleno del Espíritu Santo, incorpora en si mismo, por la fe, las magnitudes de Dios, que exceden el espacio y tiempo, porque Dios mismo vive en él. San Pablo llegó a decir en Gálatas 2:20 “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí.”
La vida de Dios en las personas es la maravilla más grande del evangelio. San Pablo en Colosenses 1:26–27 nos explica: “El misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este ministerio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria”.
Esta vida de Cristo en nosotros por el Espíritu Santo, produce nuevas maneras de vivir, en santidad, con las metas de Dios claras en nuestra vida, de tal manera que podría decirse que somos guiados por el Espíritu de Dios. En Romanos 8:14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios.” En 1 Juan 5:12 se nos dice con claridad: “El que tiene al Hijo, tiene la vida, el que no tiene al hijo de Dios no tiene la vida.”
Entonces, el ejercicio de los dones y el tener los frutos del Espíritu, no son algo que se consigue por alguna intención o voluntad de carne, sino por la expresión natural de quien vive en nosotros, como le sucedió a Juan, que cuando fue lleno del Espíritu Santo profirió palabras proféticas sobre la misión de su hijo y nada menos que las del Hijo de Dios.
San Pablo nos explica en 1 Corintios 3:16: “¿No sabéis que sois templos de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”. En este entendimiento nos damos cuenta que cuando profetizamos no estamos diciendo adivinanzas o acertijos espirituales, sino que estamos dando a conocer las palabras de Dios. En 1 Corintios Capítulo 14 La Biblia declara recomendando: “Seguid el amor y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis”. Rápidamente nos dice para qué debemos profetizar en 1 Corintios 14:3: “Pero el que profetiza habla a los hombres para edificarlos, animarlos y consolarlos”. Al estar llenos del Espíritu, gobernados por el mismo Espíritu que habla lo que para el ser humano puede estar encubierto, o ser pasado o futuro, pero que para Dios, quien está mas allá del espacio y el tiempo, lo que decimos es una expresión espiritual normal de una persona que está llena del Espíritu de Dios.
Volviendo al Canto de Zacarías, este es el segundo himno en el libro de Lucas, también conocido como “Benedictus” inspirado seguramente en la primera palabra: Bendito. Podemos dividirlo en tres partes: La primera es una ofrenda de alabanza a Dios por el envío de un poderoso salvador de la casa de David, la inspiración divina en Zacarías nos dice con claridad los motivos de la venida del Hijo de Dios.
La segunda parte de este himno está dirigido por Zacarías a su hijo Juan a causa de la gran tarea que tiene por delante y que detalla el objetivo de la venida de Juan, esencialmente para venir delante del Señor, para prepararle el camino y dar a conocer al pueblo la salvación.
Zacarías termina su himno volviendo a hablar de los motivos de la venida del mismo Hijo de Dios, pero en la última parte Zacarías, inspirado por el Espíritu Santo, del cual estaba lleno, nos da unas palabras poéticas difíciles de igualar por cualquier poeta común, ya que nos dice algo muy especial y sublime. En los versículos 78 y 79, que deben estar siempre en nosotros enmarcados como un tesoro poético muy valioso, la especial declaración del motivo de Dios al enviarnos a su Hijo el Señor Jesucristo: