Gracia Asombrosa II
Gracia Asombrosa II • Sermon • Submitted
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· 10 viewsDios usa la desobediencia de Adán y Eva para crear plan de salvación para la humanidad
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Quien si no el Señor ha soñado con el plan de salvación.
¿Alguna vez has tenido que limpiar una bodega que no has metido mano por años? ¿Te explotó la olla de presión con frijoles? Ves toda la cocina manchada y no sabes dónde empezar. Te dan ganas de cerrar la cocina y poner la casa en venta. En esos casos lo mejor es empezar en alguna parte; si no lo haces, ver tanto desastre te desanima.
No podemos imaginar cómo se sintió Dios -permiso literario-, cuando vio el desastre que el pecado provocó a Su Creación. Todo se corrompió, nada quedó intacto. Un ecosistema perfecto, balanceado para suplir las necesidades de tan variada creación, fue contaminado y fue contaminado por los que fueron asignados para protegerlos. Génesis dice:
“El Señor vio la magnitud de la maldad humana en la tierra y que todo lo que la gente pensaba o imaginaba era siempre y totalmente malo. Entonces el Señor lamentó haber creado al ser humano y haberlo puesto sobre la tierra. Se le partió el corazón.” (Génesis 6:5–6, NTV)
Después del diluvio sólo quedó un pequeño grupo de creyentes: Noé y su familia. Aceptaron la invitación de Dios de ser librados del juicio que vendría en forma de diluvio. Pensaríamos que ese re inicio resolvería los problemas creados por el pecado, pero como un virus, el pecado ya había infectado a la humanidad. Eso lo podemos entender muy bien en estos tiempos de pandemia.
El nacimiento de cada persona contagiaba la infección y en pocas generaciones la tierra fue llena con hombres y mujeres rebeldes. El pecado que Dios odia y la humanidad que ama, están tan mezclados que destruir uno, implica destruir al otro. Salvar la humanidad significó que la epidemia del pecado continuaría. Así que Dios tuvo que meter sus manos en este desastre de proporciones épicas. Pudo decidir no hacer nada, cerrar la cocina y vender la casa, eligió extender Gracia a un mundo desgraciado, escogió meterse hasta la cintura y limpiar el desastre que el pecado creó.
La solución final, sería un Salvador cuyo trabajo de redención crearía un camino para que Dios erradicara el pecado, sin destruir a su pueblo. Pero ¿dónde empezar ese proceso de redención en un mundo donde el pecado está por todas partes? Sólo tuvo una oportunidad, una elección, empezar con el pecador llamado Abram.
En ese tiempo las naciones y familias adoraban dioses territoriales, deidades asociadas con una región, las naciones conquistadoras agradecían a esos dioses, los conquistados le reclamaban a sus dioses ¿qué hizo Dios? Decidió usar ese punto de vista para su ventaja, empezando una nación para demostrar su poder y bondad al resto del mundo. Esa nación recibiría su favor como parte de un pacto unilateral, en la que sólo ÉL se obligaba a sí mismo y no pedía nada a cambio. El Señor iniciaría este pacto como una expresión de SU Gracia, no como respuesta a algún mérito de las personas. Prometería cuidar, preservar su nación para siempre. Trataría a esa nación como a un hijo: recompensaría la obediencia y castigaría la rebelión. Establecería esa nación en el cruce de caminos del mundo antiguo para que los mercaderes y ejércitos de las naciones llevaran relatos de una civilización avanzada y el Dios invisible al que servían. Esa nación sería el megáfono, voceros por el cuál Dios hablaría al mundo ofreciendo salvación a todo el que creyera en ÉL y recibiría SU Gracia.
Desafortunadamente las naciones y la civilización (permeadas por el pecado) ya habían sido poseídos por leyes y supersticiones que formaron su ideología. Los grupos habían forjado su reputación por medio de ceremonias paganas, llenos de valores que estaban en franca oposición a lo que Dios deseó para su creación. Así que, en lugar de reformar a una nación ya existente, decidió empezar su propia nación. Una nación totalmente nueva, en lugar de empezar con una tribu o una familia, decidió empezar ¡con una persona! Claro que no sería la ruta más rápida para construir una nación, pero es la única ruta viable, en luz de las consecuencias del pecado y el propósito de redención de Dios. Establecería su pacto con un hombre, cuya descendencia se multiplicaría y con el tiempo llegaría a ser una nación, en que cada miembro de esa nueva nación sería heredero del pacto establecido con Dios y su ancestro. Todos serían hijos de un nuevo pacto.
Escoge a Abram, lo sacó de la cuna de la civilización antigua, alguien normal, desconocido, de una sociedad idólatra. Pero además ¡un anciano! Estaba en sus 70’s y para complicar las cosas, su esposa no le había dado hijos, era estéril. No es la pareja ideal para empezar una nación. Pero así es como Dios decide empezar a limpiar el desastre que hizo el pecado. Decidió empezar una nación por medio de un hombre sin influencia, sin hijos, sin patria. Dios le dijo:
“… «Deja tu patria y a tus parientes y a la familia de tu padre, y vete a la tierra que yo te mostraré.” (Génesis 12:1, NTV)
Y sin otra razón que la de querer hacerlo, Dios le hizo a Abraham una triple promesa.
“Haré de ti una gran nación; te bendeciré y te haré famoso, y serás una bendición para otros. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te traten con desprecio. Todas las familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti».” (Génesis 12:2–3, NTV)
Cuando Dios inició esta relación con Abram, empezó con una promesa que Abram no merecía y no que no pidió. Todo fue idea de Dios, quién no le envió una serie de reglas o conductas a las que se tenía que comprometer. Los 10 mandamientos aparecen varias generaciones después. Sólo le pidió a Abram que recibiera las promesas. Esta invitación para que confiara en ÉL, fue la forma como Dios inició su relación y así es como Dios ha estado iniciando relaciones desde entonces.
Dios le pidió a Abram que lo siguiera a una nueva tierra y Abram con toda su gente lo hizo y vivieron como nómadas en tiendas. Tenían enormes rebaños que llevaban de lugar en lugar para encontrar los mejores pastizales, cultivaban su terreno, cosechaban comida suficiente para ellos y para vender a otras personas.
Abram aumentó su riqueza, se hizo poderoso a pesar de la inestabilidad y vulnerabilidad de la vida nómada, pero no dejó todas las raíces de su pasado y eso le pasó la factura más de una década después. Tuvo varios roces con la muerte que lo desconcertaron.
Abram mostró valor frente al mal y había puesto en práctica una confianza heroica en la protección del Señor más de una vez. Pero un día, después de otro encuentro con la muerte, quizá sentado en la entrada de su tienda, vio sus cortes, heridas, los pies ensangrentados llenos de ampollas por haber recorrido más de 144 km, haber luchado cuerpo a cuerpo y regresar apresurado a su tienda. Un dolor penetrante en cada músculo irradiaba a cada articulación. Su esposa Saraí y sus siervos curaron sus heridas. Abram empezó a sentir el peso de la edad y un sabor amargo llenó su boca. Estaba sin hogar en una tierra que Dios le había dado.
Una de las muchas ironías de su vida es que sus padres le pusieron Abram que quiere decir: “padre exaltado”, y ya superados los 80’s ¡no tiene un hijo! Saraí se ha resignado a su infertilidad, así que el patriarca sin hijos empezó a preguntarse ¿cómo cumpliría Dios su promesa? Quizá Dios si lo hiciera una gran nación, pero se estaba quedando sin tiempo.
Con sus heridas y pies cubiertos con hierbas medicinales, Abram dejó caer su cuerpo cansado y se durmió; esa noche, el Señor se le apareció y le dijo:
“Tiempo después, el Señor le habló a Abram en una visión y le dijo: —No temas, Abram, porque yo te protegeré, y tu recompensa será grande.” (Génesis 15:1, NTV)
Quizá Abram pensó: te quiero creer, pero no tengo mucha evidencia para hacerlo; cuando menos no de forma tangible. Dices que seré padre de una gran nación, pero ¡estoy viejo y mi esposa también! El único heredero será Eliezer mi jefe de personal. El Señor con paciencia le vuelve a dar confianza. No lo regaña, no se burla, en lugar de eso le dijo:
“Después el Señor le dijo: —No, tu siervo no será tu heredero, porque tendrás un hijo propio, quien será tu heredero. Entonces el Señor llevó a Abram afuera y le dijo: —Mira al cielo y, si puedes, cuenta las estrellas. ¡Ese es el número de descendientes que tendrás!” (Génesis 15:4–5, NTV)
Abram mira el negro lienzo del cielo, lleno con billones de estrella y Abram tomó una decisión crítica ¡decidió creerle a Dios! A pesar de la falta de evidencia tangible, a pesar de que sabía que la edad para tener hijos ha pasado, Abram puso su confianza en el carácter de Dios. Creyó en la integridad del Señor como para seguir confiando Su promesa. Confió en el poder de Dios para cumplir lo imposible, aunque hasta ese momento no había visto nada del poder de Dios. Después pasó algo asombroso. Por esa respuesta de Abram, Dios lo declara o dice de él que es justo.
“Y Abram creyó al Señor, y el Señor lo consideró justo debido a su fe.” (Génesis 15:6, NTV)
Dios dijo: Porque has confiado en mí, te doy el regalo de la justicia o de la justificación; en tu expediente no he escrito “perdonado”, sino que por tu fe he limpiado toda tu cuenta de deuda. En ese mismo momento, el Señor estableció un precedente importante: una posición justa con Dios viene a través de la fe. Este es el aspecto más importante de la gracia de Dios.
Dios le dijo a Abram que confiara en él, a pesar de su pecado. Abram encontró paz con Dios por medio de la fe. Tan pronto como Abram creyó en Dios, el Señor formalizó su contrato unilateral con su hombre elegido. En una ceremonia familiar para Abram, Dios se compromete a sí mismo a proveer y proteger a Abram, de la forma que un rey poderoso juraría protección a sus subordinados, sólo que, en este caso, el contrato no requiere nada en retribución. En esa ceremonia Dios le revela el futuro a Abram. Le dijo:
“Después el Señor dijo a Abram: «Ten por seguro que tus descendientes serán extranjeros en una tierra ajena, donde los oprimirán como esclavos durante cuatrocientos años; pero yo castigaré a la nación que los esclavice, y al final saldrán con muchas riquezas.” (Génesis 15:13–14, NTV)
El Señor le dio a Abram y sus descendientes una gran porción de tierra y le dijo las fronteras. Aunque todo esto era asombroso, había un detalle ¡Saraí no tenía hijos! Abram creyó las promesas de Dios, pero en la práctica ¡nada ha cambiado! Con el tiempo Abram y Sarai dudan de esas promesas, sus cuerpos no se estaban haciendo más jóvenes. En algún momento analizaron las palabras de Dios preguntándose si quizá habían confundido lo que había querido decir. Después de todo, Dios le prometió a Abram un hijo.
“…porque tendrás un hijo propio, quien será tu heredero…” (Génesis 15:4–5, NTV)
Pero no dijo que Saraí sería la mamá. Quizá pensaron que el Señor necesitaba una ayudadita para que el plan se pusiera en marcha. Saraí hizo una propuesta.
“Entonces Sarai le dijo a Abram: «El Señor no me ha permitido tener hijos. Ve y acuéstate con mi sierva; quizá yo pueda tener hijos por medio de ella». Y Abram aceptó la propuesta de Sarai.” (Génesis 16:2, NTV)
Aunque esto puede sonar ofensivo en nuestros días, en esa época y forma de pensar era algo común. Así que Abram todo obligado, acepta el consejo de su esposa y tiene un hijo al que llama: Ismael. Pero las cosas, en lugar de mejorar ¡empeoran! En lugar de traer bendición, Abram y Sarai experimentaron la maldición de la envidia, rivalidad, presunción, amargura y crueldad. La sierva se burlaba porque ella sí podía tener hijos, lo que llevó a Saraí a la venganza. Para pronto, Abram corre a la mujer con su hijo del campamento a que enfrenten la vida en el desierto solos, donde ella y el muchacho, por poco mueren.
Finalmente, más de 15 años después de la ceremonia del pacto, un par de casos de duda y falta de confianza, y de un gran error, el Señor se encuentra con el anciano y le da noticias: Abram a sus 99 años y Sarai cerca de los 90’s tendrán un hijo dentro de 1 año, fue entonces que Dios les dio nuevos nombres. Abram, padre exaltado se convirtió en Abraham “Padre de multitudes”; y Sarai pasó a ser “princesa”.
Poco tiempo después, antes que el vientre de Sara creciera, Abraham movió el campamento a un nuevo territorio, no lejos de la cuidad de un rey poderoso. Temiendo que alguien de la ciudad se diera cuenta de la belleza de Sara, Abraham miente. Cuando le preguntan por ella dijo que era su hermana, y otra vez, su forma de resolver, le creó problemas. El rey decidió honrar a Abraham, casándose con su “hermana” y llevó al rey a confrontar a Abraham.
“Entonces Abimelec mandó llamar a Abraham. —¿Qué nos has hecho? —preguntó—. ¿Qué delito he cometido que merezca un trato como éste, que nos haces culpables a mí y a mi reino de este gran pecado? ¡Nadie debería hacer jamás lo que tú has hecho!” (Génesis 20:9, NTV)
La ironía que un rey pagano le de lecciones al hombre elegido por Dios, sobre la integridad. Seguro que le preocupó a Abraham. Como es posible que un hombre que se le ha prometido tanto ¿confíe tan poco? ¿por qué un hombre que ha sido protegido por Dios milagrosamente tenga miedo de un rey mortal?Sin duda, en la mente de Abraham estaba el temor de que tal vez su falta de fe, le haría perder las promesas de Dios. Este incidente, junto con el intento de acelerar un heredero, sería motivos suficientes para que Dios no cumpliera su trato. Pero Abraham estaba descubriendo que en realidad no tenía un trato con Dios, sino que era el destinatario de una promesa incondicional. Unos meses después del anuncio del Señor, los ancianos dan la bienvenida a su primer y único hijo al mundo, a quien llamaron: Isaac.
No lo podemos saber, pero quizá Dios estaba esperando a cumplir su promesa hasta después que Abraham tuviera tiempo de probar, por medio de su comportamiento, que él era indigno de tal honor; si el regalo de Dios de la justificación es condicional, Abraham le dio a Dios muchos motivos para que le quitara el regalo; pero Dios no estaba buscando la forma de salirse del pacto, sino ¡todo lo contrario! Con el nacimiento de Isaac, Dios dio otro paso hacia la creación del camino de regreso para la humanidad.
A pesar de la falla de Abraham, el plan de Dios ¡continúo! Estaba construyendo una nación, una persona a la vez. Abraham tiene un heredero legítimo. El y Sara saborean cada momento con Isaac, el cumplimiento de la promesa. Por medio de él, Dios multiplicaría Su gracia, por medio de este niño todas las naciones del mundo serían bendecidas. Dios estaba en movimiento. Es cierto, se mueve lento, pero al menos Abraham y Sara tienen a su hijo, cuando menos por un tiempo.
Una vez más, Dios le habla a Abraham:
“—Toma a tu hijo, tu único hijo —sí, a Isaac, a quien tanto amas— y vete a la tierra de Moriah. Allí lo sacrificarás como ofrenda quemada sobre uno de los montes, uno que yo te mostraré.” (Génesis 22:2, NTV)
El sacrificio de un hijo no era algo fuera de lo común en la época; pero sacrificar al único hijo sí. Especialmente un hijo prometido por Dios, que fue dado en una edad avanzada. Esto no tiene sentido. Pero las Escrituras dicen que Abraham no dudó en obedecer. Se levantó temprano la mañana siguiente para obedecer la instrucción de Dios. El aire frío de la mañana debe estar en contraste con la tempestad en el corazón de Abraham. Dudas, miedo, dolor, confusión, enojo deben haber estado como un torbellino en su mente y corazón. Lleva a su único hijo al desierto a morir. El viaje los tomó 3 días al patriarca, su hijo y 2 siervos por las montañas de Canaán. 3 días para cambiar la mente de Abraham, 3 días para rogar que Dios cambiara la orden.
El propósito específico del sacrificio de un hijo variaba de cultura a cultura, pero generalmente era un intento de apaciguar a los dioses enojados. Sólo podemos imaginar qué significaba para Abraham hacer ese viaje a la montaña ¿era un castigo por sus fallas del pasado? ¿o por su falta de fe al negar a su esposa? ¿estaba Isaac pagando por la desobediencia de sus padres? ¿era una prueba? ¿tomaría Dios a este hijo y le daría otros? Para cuando eso sucedió Abraham ha caminado con Dios por varios años. Precisamente todo eso hace todo esto más confuso. Por otra parte, Dios le ha hecho una promesa, así que ¡Abraham decidió confiar en Dios!
Al acercarse al destino Abraham ordenó a los 2 siervos:
“«Quédense aquí con el burro —dijo Abraham a los siervos—. El muchacho y yo seguiremos un poco más adelante. Allí adoraremos y volveremos enseguida».” (Génesis 22:5, NTV)
Abraham pudo ver la confusión en el rostro de Isaac, cuando los 2 avanzaron llevando el fuego, el cuchillo, la leña, pero ningún animal para el sacrificio.
“Isaac se dio vuelta y le dijo a Abraham: —¿Padre? —Sí, hijo mío —contestó Abraham. —Tenemos el fuego y la leña —dijo el muchacho—, ¿pero dónde está el cordero para la ofrenda quemada?” (Génesis 22:7, NTV)
No hay forma de ver todo el rango de emociones que debieron pasar por Abraham, esperando que Dios cambiara de parecer y responde:
“—Dios proveerá un cordero para la ofrenda quemada, hijo mío —contestó Abraham. Así que ambos siguieron caminando juntos.” (Génesis 22:8, NTV)
No podía saber que lo que dijo sería exactamente lo que pasaría; no sólo en el contexto de su hijo, sino en el amplio contexto del gran plan de Dios para la redención del mundo, Dios de hecho, proveería el Cordero.
Abraham reunió piedras y construye un altar, pone la leña, después ata a su hijo, lo levanta y lo pone encima de la leña, se puede ver el terror en los ojos del joven Isaac y eso debió ser más de lo que Abraham podía soportar. Sacó el cuchillo de su estuche para terminar la vida de su hijo, así como haría con el sacrificio de un cordero; pero antes que la hoja del cuchillo toque la piel del muchacho, Dios intervino. Desde todos lados y de ninguno una voz dijo:
“En ese momento, el ángel del Señor lo llamó desde el cielo: —¡Abraham! ¡Abraham! —Sí —respondió Abraham—, ¡aquí estoy! —¡No pongas tu mano sobre el muchacho! —dijo el ángel—. No le hagas ningún daño, porque ahora sé que de verdad temes a Dios. No me has negado ni siquiera a tu hijo, tú único hijo.” (Génesis 22:11–12, NTV)
Las manos de Abraham temblaban al cortar el lazo que ataba las manos de su hijo, Isaac se para en tierra firme, un ruido en la maleza llamó su atención, a unos metros, un cordero luchaba por soltar sus cuernos de un matorral ¡Dios había provisto!
Abraham murió a los 175 años, para ese tiempo, Isaac, el primogénito del pacto ya era padre de 2 hijos; pero el nombre de Abraham aún no es grande, las familias de la tierra no han sido bendecidas por él, no ha tomado posesión completa de la tierra que se le prometió. Pero con el tiempo, a través de sus descendientes ¡todo eso se cumpliría! No por algo extraordinario que Abraham hubiera hecho, sino porque Dios hizo una promesa, una promesa que Abraham creyó.
Con eso empezó la limpieza. Empezó a lidiarse el desastre que el pecado empezó, el plan de Dios de redención se empezaba a desplegar, y el hilo común por toda la historia es: Gracia. Por la gracia Dios escogió a Abraham, por gracia lo declaro justo, por gracia Dios proveyó y protegió a Abraham y su familia, aún cuando ellos desobedecieron. Fue la gracia de Dios que los llevó y bendijo a Abraham y a Sara con un hijo. Fue la gracia de Dios que los llevaría a ver esta historia completa.
No se puede exagerar la importancia de la interacción de Dios con Abraham. En Abraham Dios estableció las reglas básicas de la relación para toda la humanidad: una posición correcta con Dios viene a través de la fe en las promesas de Dios.
Cientos de años antes que Dios diera los 10 mandamientos a Israel, Dios le dio a Abraham el regalo de la justificación. Su mensaje no puede ser más claro: La solución al pecado no es cumplir una serie de reglas, si así hubiera sido, Dios hubiera empezado el proceso de limpieza con una lista; en lugar de eso, empezó con ¡una relación! Le pidió a un hombre que no se merecía nada que confiara en ÉL y cuando ese hombre lo hizo, Dios le dio lo que él más necesitaba y lo que menos merecía: Amistad con Dios.
“Y así se cumplió lo que dicen las Escrituras: «Abraham le creyó a Dios, y Dios lo consideró justo debido a su fe». Incluso lo llamaron «amigo de Dios».” (Santiago 2:23, NTV)
Esto es Gracia Asombrosa. Lo más sorprendente aún, es que esa oferta de amistad que Dios hizo a Abraham, eventualmente se extendió a todo el mundo, esta oferta sería hecha en los mismos términos ¡confía en mí!
Pero en un mundo donde reina el pecado, la simplicidad de esta oferta se perdió; esto es entendible, el hombre y mujer en cada cultura, sabe que no cumple los estándares de Dios. Nuestra conciencia lo deja bien claro; el sentido común argumenta que, si el mal comportamiento me pone en desacuerdo con Dios, entonces, el buen comportamiento lo arregla.
Nuestra inclinación natural es querer “hacer algo” para volver a ganar la aceptación y la aprobación de Dios, así que, a lo largo de la historia de la civilización las personas han diseñado todo sistema imaginable y esquemas para agradar a sus dioses, pero cuando el Único Dios empezó su relación con la humanidad, no empezó con un mandamiento, empezó con una invitación ¿confiarías en mí?
Cientos de años después uno de los descendientes de Abraham se encontraría en un debate acalorado con otros descendientes de Abraham sobre la pregunta de cómo se obtienen la justificación con Dios. Mientras que los que debatía apelaban a la ley de Moisés como el estándar por el cual se obtiene la justificación, el apóstol Pablo se remonta más atrás en su rica historia y apelaría a la historia de Abraham:
“Obviamente, la promesa que Dios hizo de dar toda la tierra a Abraham y a sus descendientes no se basaba en la obediencia de Abraham a la ley sino en una relación correcta con Dios, la cual viene por la fe.” (Romanos 4:13, NTV)
“Así que la promesa se recibe por medio de la fe. Es un regalo inmerecido. Y, vivamos o no de acuerdo con la ley de Moisés, todos estamos seguros de recibir esta promesa si tenemos una fe como la de Abraham, quien es el padre de todos los que creen.” (Romanos 4:16, NTV)
La única forma de limpiar un desastre gigantesco es tomar una mancha y empezar. Dios empezó con un hombre ordinario, le ofreció lo que todos necesitan ¡paz con Dios! Al hacer esa oferta, Dios ofreció esperanza a la raza humana, al aceptar la fe de Abraham, la humanidad pudo ser reconciliada con Dios.
Después de todo, la separación que creó el pecado podría salvarse, pero no a través de ningún esquema creado por los hombres, sino sólo por la Gracia de Dios.
Con Abraham comenzó la historia de la reconciliación, es una historia de perdón y redención, una historia que continuaría cientos de años, una historia que eventualmente se convertiría en tu historia y en mi historia.
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