Armas Espirituales

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La victoria en nuestra vida cristiana es el resultado de la aplicación de los recursos divinos en nuestra guerra contra el enemigo, sobre la base de lo que Dios ya nos ha dado en Cristo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas.”

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Introducción:

Una vez que los israelitas cruzaron a la Tierra Prometida, se enfrentaron con la impresionante fortaleza de Jericó. Los recursos y las armas con que contaban no eran suficientes para tomar la ciudad. De ningún modo hubiesen podido salir victoriosos de haber batallado con su mejor buena voluntad, valor y armamentos. La victoria que coronó sus esfuerzos fue el resultado de la intervención del Ángel del Señor y de la provisión divina de poderosas armas espirituales
A nosotros, Dios nos concede la victoria por medio de Cristo. Pablo exclama con triunfo: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 15:57). Esta victoria definitiva sobre el pecado, la carne, el mundo y Satanás debe ser obtenida mediante la aplicación de las armas espirituales que el Señor nos ha dado.
¿Cuáles son estas armas espirituales? Estas armas espirituales, como dice Pablo, “son poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas,” y encuentran su origen, potencia y efectividad en nuestro Señor Jesucristo. Hay cinco cosas en relación con esto último.

1. El arma de su nombre es nuestra autoridad

Cuando hablamos de autoridad es necesario tener presentes que en el plano espiritual hay diversos tipos de autoridad. Por un lado, hay una autoridad representativa. Hablar o actuar en nombre de alguien es obrar en representación suya, porque se participa de su autoridad. El nombre de nuestro Señor no es cualquier nombre. Es el nombre del Señor de señores, como declara Pablo en Filipenses 2:9–10. Al invocar el nombre de Jesús tomamos su lugar y usamos su autoridad (nombre) como si Jesús mismo estuviera presente y actuando en todo su poder. Como lo expresa el apóstol, “somos embajadores de Cristo” (2 Co. 5:20).
Por otro lado, hay una autoridad delegada. La autoridad no depende de nosotros. Dios nos ha delegado su autoridad en el nombre de Jesús (Mr. 16:17–18) Es importante notar que la autoridad que el Señor nos delega es la misma autoridad que él ejerció y ejerce sobre toda realidad creada. No es una autoridad menor o de segunda, sino la misma autoridad con que él venció al maligno.

2. El arma de su palabra es nuestra espada

Jesús venció a Satanás por su palabra, la Palabra de Dios. A cada tentación del enemigo, Jesús respondió: “escrito está” (Mt. 4:4, 7, 10). Nosotros podemos vencer a Satanás por la Palabra de Dios. La Palabra, usada bajo la guía del Espíritu, es la que nos da autoridad sobre Satanás. Su Palabra es el arma más segura, porque lo que Dios dice es cierto y lo que él promete lo cumple (Nm. 23:19). Su Palabra es el arma más efectiva toda vez que salimos al campo de batalla a pelear en su nombre ( He. 4:12).

3. El arma de su fe es nuestra victoria

En 1 Pedro 5:8, 9 leemos: “Su enemigo el diablo ronda como león rugiente. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos.” Esto significa fe en el poder del nombre de Jesús, tal como lo explicamos más arriba. Pero también ésta es una fe basada en el conocimiento de la obra de Cristo y es una fe expresada en acciones concretas Hch. 16:18).

4. El arma de su sangre es nuestra protección

La sangre en cuestión es la sangre del Cordero de Dios que rompe el poder del pecado. Al derramarla en la cruz, Cristo venció a Satanás; al hacer pacto con Cristo, su victoria nos pertenece. Es por esto que Juan afirma: “Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero” (Ap. 12:11a). La sangre es la protección perfecta contra el Acusador. La sangre de Cristo nos da una posición nueva delante de Dios.

5. El arma de su Espíritu es nuestra fuerza.

En 1 Corintios 6:17, leemos: “El que se une al Señor se hace uno con él en espíritu.” La presencia plena del Espíritu Santo es la que nos llena de fortaleza y poder para confrontar cualquier embate del enemigo. El Espíritu Santo es quien nos fortalece (Ef. 3:16) y él es quien nos da poder (Hch. 1:8).

Conclusión:

Dios en Cristo nos ha dado todos los recursos necesarios para vivir una vida de victoria. Contamos con el arma de su nombre, de su palabra, de su fe, de su sangre, de su Espíritu. Este armamento tan poderoso nos da su autoridad, su espada, su victoria, su protección y su fuerza. De nuestra parte en la lucha contra el pecado, la carne, el mundo y Satanás, está el nombre de Jesús, su Palabra divinamente inspirada, su fe inquebrantable, su sangre preciosa y su Espíritu todopoderoso. Estas armas espirituales “son poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Co. 10:4). Las utilizamos toda vez que abrimos nuestros labios y las aplicamos a través de la oración, la confesión, la declaración de fe, la orden o el mandato. Cuando Israel gritó su fe, los muros de Jericó cayeron. Cuando nosotros abrimos la boca para liberar estas armas espirituales, los muros del maligno se vienen abajo.
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