El Espíritu, fuente de una vida nueva
Ciclo C - T. Ordinario • Sermon • Submitted
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Dos realidades: Una natural y otra sobrenatural
Dos realidades: Una natural y otra sobrenatural
Jesús nos habla de dos actitudes en dos tipos de hombre: Los que aman a todos los hombres (amigos y enemigos) y los que aman selectivamente según sea más fácil.
David y Abisay, en la primera lectura, describen estas actitudes. Abisay, hombre leal a David quien al ver a Saúl indefenso desearía tomar ventaja, matarlo y terminar con toda la persecución. Él ama a aquellos que lo aman y odia a quienes no le aman, como Saúl en aquel momento de persecución. Sin embargo David, no piensa igual. En su corazón hay un amor, un respeto que le hace respetar la vida de Saúl. David ama a aquel que desea su muerte.
San Pablo, al desarrollar el tema de la resurrección y cómo resucitan los cuerpos, presenta dos realidades también. Por un lado, el primer hombre, Adán y el último Adán, Cristo. El primero es alma viviente, posee el don de la vida. El segundo, es espíritu que da vida.
La pregunta que nos queda abierta es: si Cristo nos manda amar incondicionalmente, nos llama a ser hombres celestes, ¿Cómo vivirlo? ¿Cómo hacerlo realidad en mi vida?
Para ello primero me pregunto, ¿Qué es lo que te mueve a amar?
¿Qué es lo que mueve al amor?
¿Qué es lo que mueve al amor?
Si miramos a David, él amaba o respetaba la vida humana porque amaba y respetaba a Dios y todo aquello que él consagraba y quería. Dios había elegido a Saúl, lo había marcado con el signo de la unción. Por este detalle, David respetó la vida de Saúl según nos dice la Escritura. Yo también podría amar y respetar a alguien por ser bautizado o consagrado sacerdote pese a sus pecados y acciones.
Sin embargo, Cristo renueva y sublima esta actitud. “Amar como yo os he amado” es el mandamiento de Cristo. Amar a sus enemigos como cuando pide perdón por aquellos que lo crucifican y atormentan. Jesús nos llama a abrazar a todos los hombres por igual por el simple hecho de ser creaturas concebidas y formadas a imagen y semejanza de Dios.
Esta realidad está presente en nuestros días. Cuando no comprendemos las decisiones de un superior, cuando surgen los conflictos, los malentendidos, las faltas de comunicación, cuando te sientes herido, defraudado, traicionado. Yo lo veo cada día en donde vivo. Hay corazones que sufren y en el sufrimiento y dolor estamos llamados a amar al que incluso nos ha herido. Esta actitud del corazón requiere de una libertad interior muy grande.
Somos conscientes de esta dificultad y la sentimos cada día cuando no estamos de acuerdo con alguien más, con sus decisiones, sus acciones. Bastaría pensar en las quejas que vienen a nuestro corazón para reconocer aquello que me molesta o quien me molesta o incomoda.
¿Cómo alcanzar este estado? ¿Cómo ser libre interiormente? Solo en la santidad es posible y todos estamos llamados a la santidad. Ustedes saben mejor que yo que la santidad es la vida en Dios, la inhabitación de Dios en nosotros. Es un camino construido no con nuestras fuerzas sino con la gracia y con la fuerza del Espíritu Santo
Se trata de la acción de Dios en el propio corazón, del Espíritu presente en nuestras almas. Cuando el Espíritu gobierna, el amor brota. Cuando Dios actúa en nuestro corazón hay una nueva realidad, un nuevo corazón como diría Ezequiel o Jeremías. Un corazón que mira con misericordia, que no condena.
En el hombre celeste hay un corazón que ama y este es el sendero a recorrer cada día. Buscamos amar más y mejor, amar con un corazón de niño, de hijo, de padre. Dios va moldeando el corazón y lo vivifica, lo mantiene joven, vibrante, radiante. Es la experiencia de acoger este nuevo corazón el cual nos está esperando.
Desear una vida en Dios
Desear una vida en Dios
Dios conoce nuestros corazones y hace de nuestro deseo, una profunda oración.
Vivir en a libertad de Dios. Ser Su instrumento, ser Su presencia. Estar para Dios y Dios está para tí.