La Perspectiva De Dios
|1. Seguimos con las tentaciones
Cuando estaba preparando la predicación leí en el periódico un relato que resumo: un niño y una niña se crían entre moscas, aguas estancadas y excrementos en un suburbio de Bombay, en la India. Alguien los escoge para trabajar en una película, “Slumdog millionaire”, que ha resultado premiada en los Oscars. Como decía la prensa: “Fueron trasladados a Hollywood… viajaron en avión… se alojaron en hoteles de cinco estrellas, sintieron el cuero de las limusinas y durmieron por primera vez en una cama. Vieron las bandejas rebosantes de comida en los buffets de los hoteles, fueron entrevistados y adulados por docenas de personas”. Ahora los niños han vuelto a la calle del suburbio de la que salieron. Y no quieren volver. Normal, ¿no os parece? No sé si tendrá mucho que ver con el texto de hoy. Vosotros diréis.
2. Jesús es el Mesías
Los saltos que estamos dando en el evangelio de Marcos nos hacen fijarnos en el personaje central, Jesús de Nazaret. Quieren ayudarnos a descubrir cuál es su “misterio”, y qué pueda tener que ver con nuestras vidas. Hoy nos situamos casi en el centro mismo del relato evangélico. Para ser más exactos, inmediatamente después del relato central.
Durante los ocho primeros capítulos, Jesús ha estado predicando el Reinado de Dios y haciendo signos de que ese Reinado ya se está haciendo presente en su persona y en sus acciones. Sin embargo, hemos de recordar que las acciones de Jesús han entrado en conflicto, casi desde el primer momento, con los grupos religiosos más influyentes de Galilea, los escribas, es decir, los especialistas en las Escrituras y en la aplicación de la ley (se entiende que era la ley de Dios), y los fariseos, un colectivo de personas que dedicaban su vida a la oración y a la alabanza, al estudio de la ley y a su cumplimiento exacto. Sin embargo, en su enseñanza y su comportamiento, Jesús ha puesto por encima de la ley a las personas, sobre todo a aquellas personas que de una manera u otra habían quedado “fuera de la ley”, y esto les había ganado la enemistad de los que se consideraban a sí mismos “guardianes de la ley”.
En el pasaje inmediatamente anterior, se ha puesto de manifiesto que la gente tiene a Jesús por un profeta, al menos por un gran hombre enviado por Dios. Pedro, sin embargo, en nombre del grupo de discípulos ha expresado a Jesús su convencimiento de que él es el Mesías, el enviado por Dios para salvar a Israel.
3. Jesús es el Mesías, luego tiene que triunfar
Por lo que dice el evangelio, no parece que Pedro, ni el resto de los discípulos, estuviera pensando (como querían los zelotes) en un Mesías guerrero, que por la fuerza de las armas fuera a expulsar del país a los invasores romanos y a todos sus colaboradores, y a destruir de modo fulminante a todos los pecadores para conseguir un Israel puro (como esperaban los esenios). Pedro y los demás discípulos ya han estado con Jesús el tiempo suficiente para haberse dado cuenta de que Jesús no va por esa línea. Ellos han visto cómo Jesús se ha acercado a los más débiles, y se ha hecho querer por los más necesitados, poniéndose de parte de los marginados social y religiosamente, y acogiendo incluso en su comunidad a personas consideradas públicamente como pecadoras (es el caso de Leví-Mateo) o, lo que era peor, como “endemoniadas” o “poseídas” (citaremos a María de Magdala).
Pedro y los demás parece que esto lo tienen claro y lo han admitido. Jesús es el Mesías, pero es un Mesías distinto. Pero es el Mesías. Y ahora precisamente Jesús está en la cresta de la ola. Enfrentado a las autoridades civiles y religiosas de Galilea, sí, pero amado y aclamado por el pueblo como un profeta de Dios. Y Pedro y los demás esperan que Jesús haga algo. Es el momento de actuar.
Lo lógico era que Jesús, rodeado por todos los que le seguían, se dirigiera a Jerusalem, donde estaba el templo de Dios y las auténticas autoridades religiosas, los verdaderos representantes de Dios en Israel y, por tanto, en toda la tierra: los jefes de los sacerdotes y el Sanedrín. Se trataba de que Jesús acudiera a Jerusalem aclamado por las multitudes como Mesías, se presentara como tal al Sumo Sacerdote, consiguiera su colaboración, y entre ambos instauraran el Reino, tal como se interpretaban entonces algunas profecías. Los dos empezarían por convocar a todos los judíos justos de todo el mundo para formar una sola comunidad religiosa cumplidora de la ley (como anhelaban los fariseos), y convertirían ese “resto de Israel”, justo y piadoso, en el reino más importante de la tierra, al que todos los demás pueblos estarían sometidos y pagarían tributos al templo de Yahveh (cosa que les vendría muy bien a los saduceos).
Es decir, para Pedro y los discípulos, si Jesús tenía que ser reconocido por todos como el Mesías, tenía que “triunfar”. Si Jesús tenía que instaurar el Reinado de Dios, era preciso que tuviera “éxito”. Era lo lógico, ¿no? El éxito del Reino, según Pedro y los discípulos, pasaba por el éxito de Jesús.
4. Jesús es el Mesías, luego tiene que ser rechazado
Pero no es eso lo que entiende Jesús. “Comenzó Jesús a enseñarles que el Hijo del hombre tenía que sufrir mucho, y que sería rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Les dijo que lo iban a matar, pero que resucitaría a los tres días” (Mc 8,31).
Los enfrentamientos que Jesús ha tenido con los escribas y los fariseos durante todo su ministerio en Galilea le han hecho comprender que su camino no pasa por el éxito humano, tal como lo entienden sus discípulos. Tal como lo entendemos todos. Sabe perfectamente que las máximas autoridades de Israel tampoco van a acogerle con los brazos abiertos. Y está convencido de que si continúa, como hasta el momento, siendo coherente con su mensaje de perdón y de misericordia absolutos de parte de Dios para cada ser humano, eso le va a llevar al enfrentamiento total. Todo el pecado del mundo, todas las fuerzas del mal que gobiernan este mundo, toda la maldad de la que son capaces los seres humanos, va a caer sobre él. Se le van a oponer. Y lo van a destrozar. Jesús sabe que su camino de fidelidad al Padre pasa por su fracaso. Y por su muerte violenta. Por su destrucción.
¿Y después? Después, estará en las manos de Dios. De su Padre. Después estará en las manos del Dios del que él ha hablado, el Dios de la misericordia y del perdón, el Dios de la bondad. Estará en las manos del Dios de la vida. Después espera la vida en la presencia de Dios su Padre. Y espera que Dios seguirá realizando su Reinado por medio de sus discípulos. Y espera estar presente en ellos y con ellos, realizando el Reino. Y espera volver algún día, cuando el Padre lo disponga, a entregarle al Padre su Reinado ya realizado.
Para Pedro aquello era demasiado. Porque lo que Pedro espera y desea es el éxito de Jesús y de su causa, que se supone que es la causa de Dios que no puede fracasar, pero Jesús le habla de sufrimientos, de rechazos, de una muerte violenta… y de no se qué de volver a la vida. ¿Y ellos, los discípulos? ¿Tendrán que volver de nuevo a sus casas, a sus familias, a sus barcas y a sus redes? Ni pensarlo. Lo han arriesgado todo. Es demasiado. A Jesús se le va la cabeza. ¿Cómo pueden fracasar, si están trabajando para Dios?
“Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderle” (Mc 8,32). “Mira, Jesús, nosotros te queremos. Te hemos oído predicar y te hemos visto actuar con poder. Has hecho mucho bien a la gente y por eso la gente te quiere. Las multitudes te siguen. Es evidente que Dios está de tu parte, y va a estar también de parte de tu iglesia. Ahora que casi toda Galilea es creyente, sólo se trata de “ganar para Cristo”, de ganar para tu causa, a Jerusalem y al resto de Judea. ¡Y ya estará todo hecho! Dios va a hacer grandes cosas por medio de ti, Jesús. Y también por medio de nosotros, que somos el nuevo pueblo de Israel escogido por Dios para hacer triunfar su Reinado. ¿De qué estás hablando estonces, Jesús, con eso de que tienes que sufrir y ser rechazado? ¿Qué es eso de que te tienen que matar? ¿Cómo puedes no querer el éxito? ¿Tienes miedo, Jesús? En cualquier caso, ¡nosotros no queremos volver a nuestra vida anterior! ¡No queremos volver a las redes!”.
5. Las tentaciones del discípulo
“Pero Jesús se volvió, miró a los discípulos y reprendió a Pedro diciéndole: – ¡Apártate de mí, Satanás! Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres” (Mc 8,33).
¿Qué cara pondríamos si Jesús nos dijera estas palabras a nosotros? A Pedro, su más cercano colaborador, su amigo íntimo, su seguidor más entusiasta, que lo acaba de confesar como Mesías, como enviado por Dios para salvar a Israel, Jesús le mete una bronca delante de todos y lo llama nada menos que Satanás, el enemigo de Dios y de sus criaturas. Jesús le dice a Pedro que sus buenos deseos son una tentación para él, que se oponen frontalmente a sus propósitos, porque se apartan de los planes de Dios y le muestran un camino equivocado.
Nuestras acciones no suelen corresponder a la voluntad de Dios porque, ordinariamente, nuestra manera de ver y de juzgar la realidad no se corresponde con la de Dios. Nuestro sistema de valores no es el sistema de valores de Dios, y por eso las valoraciones que hacemos de los demás se alejan de las que hace Dios. Hacemos nuestros planes sin tener en cuenta cuáles son los objetivos de Dios. Tampoco nuestras prioridades son las de Dios, y por eso lo que pedimos a Dios no suele coincidir con lo que Dios está dispuesto a concedernos.
Y lo que nos sucede en ocasiones, como le sucedió a Pedro en el texto que comentamos, es que nuestras acciones, nuestra manera de ver y juzgar la realidad, nuestro sistema de valores y las valoraciones que hacemos de los demás, nuestros objetivos y nuestros planes, nuestras prioridades y nuestras peticiones, no sólo no se ajustan a los de Dios, sino que se le oponen. Se le oponen frontalmente. Y lo peor es que esto nos suele suceder a las personas que teóricamente deberíamos estar totalmente de acuerdo con Dios.
No fueron los publicanos ni los pecadores los que se opusieron al Reinado de Dios predicado y realizado por Jesús. Tampoco fueron las prostitutas ni los marginados. Ni habla el evangelio de que se opusieran a Jesús los paganos ni los ateos, ni los hedonistas ni los vividores. Al contrario. Fueron las personas más religiosas, los más celosos en cumplir la voluntad de Dios, como los escribas y los fariseos. Fueron los más interesados en glorificar el nombre de Dios y rendirle culto, como los ancianos de Israel y los jefes de los sacerdotes. Fueron también, y sobre todo, los más cercanos a Jesús, como Pedro y los discípulos, los que presentaron a Jesús la peor de las tentaciones: tratar de alcanzar el Reinado de Dios de igual manera que se consigue cualquier meta humana.
Sin embargo, para el Reino, para la Buena Noticia no vale cualquier camino, no vale cualquier estrategia ni cualquier metodología. Para anunciar verdaderamente el verdadero evangelio sólo vale el método que utilizó Dios mismo para enfrentarse al mal. Dios, hecho un hombre en Jesucristo, se mezcló con los que estaban más metidos en el fango, con los que más sufrían las consecuencias del pecado del mundo que eran los mismos pecadores. Siendo inocente, Jesús se mezcló con los culpables, para que los más pecadores y las mayores víctimas del pecado pudieran encontrarse en él cara a cara con el Dios del perdón. Jesús provocó al mal en sí mismo, y arrancó las caretas religiosas que enmascaran el mal y que hacen dirigir la mirada hacia otra parte, y que acaban confundiendo el bien con el mal, a Dios con Satanás.
6. Condiciones para ser discípulos del Mesías
“Luego llamó Jesús a sus discípulos y a la gente, y dijo: –El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía y del evangelio, la salvará: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? O también, ¿cuánto podrá pagar el hombre por su vida? Pues si alguno se avergüenza de mí y de mi mensaje delante de esta gente infiel y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre y con sus santos ángeles” (Mc 8,34-38).
Tendremos ocasión de profundizar en la respuesta de Jesús a Pedro y al resto de sus discípulos. Porque lo que Jesús les está diciendo ahora va a ser una constante en los capítulos que quedan hasta el final del evangelio, y se va a cumplir en su persona en los acontecimientos finales de su vida, que vamos a recordar dentro de pocas semanas.
Pero los discípulos tienen que saber lo que les espera. Tenemos que saber en lo que nos hemos metido. Nuestras acciones sólo pueden ser las de Jesús. Nuestra manera de ver y juzgar la realidad sólo puede ser la de Dios. Nuestro sistema de valores ha de ser el de nuestro Maestro, y hemos de valorar a los demás con sus mismos criterios. Nuestros objetivos y nuestros planes habrán de ajustarse a lo que Dios nos ha revelado en Jesucristo, y consideraremos prioritario y pediremos a Dios sólo aquello que su propio Hijo le pediría. Y entonces es posible que nos ocurra lo mismo que le ocurrió a Jesús. Lo mismo que les ocurrió a los discípulos tras la Pascua, cuando por fin comprendieron a Jesús y comenzaron a vivir de verdad el mensaje de Jesús. Cuando acabaron, como Jesús, enfrentándose a los responsables religiosos, y dando su vida, como Jesús, por el Reinado de Dios.
Jesús cargó con su cruz. Perdió su vida para dar su vida. No se reservó su vida para sí mismo. Cuando acabó de dar todo lo que tenía se dio a sí mismo. Porque vivió apasionadamente el amor apasionado de Dios por los hombres y mujeres. Porque no hay otra manera de vivir humanamente.
“El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame”. ¿Alguno de vosotros quiere ser discípulo de Jesús?