Efesios 2:14-18
Estudio Efesios • Sermon • Submitted
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· 1,147 viewsLa paz obtenida por Cristo en la cruz, reconcilio al pecador con Dios, y reconcilió a los creyentes judíos y gentiles en un solo Pueblo. Material de estudio :Comentario Bíblico NVI. Snodgrass, Klyne - Efesios de John Stott - Comentario Bíblico Contemporáneo
Notes
Transcript
Paz con Dios, paz entre los pueblos porque Cristo la ha producido
Texto Biblico (Ef:2:14-18)
14 Porque él es nuestra paz. De dos pueblos hizo uno solo, al derribar la pared intermedia de separación 15 y al abolir en su propio cuerpo las enemistades. Él puso fin a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo, de los dos pueblos, una nueva humanidad, haciendo la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo mediante la cruz, sobre la cual puso fin a las enemistades. 17 Él vino y a ustedes, que estaban lejos, les anunció las buenas nuevas de paz, lo mismo que a los que estaban cerca. 18 Por medio de él, unos y otros tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu.
Análisis Textual
Las palabras «Él, es nuestra paz» sirven de encabezamiento para 2:14–18. Como señala Barth: «¡Decir Cristo, es hablar de paz, y hablar de paz es hablar de Cristo! Pablo pretende conectar a Cristo con la paz del modo más perfecto posible. Él es aquel que hace posible la paz, quien anuncia que está disponible, y en quien la paz se disfruta. La paz es un componente central y fundamental de la teología de Pablo. Prácticamente todos los temas de importancia doctrinal se relacionan con la paz. Además de las ocasiones en que aparece en saludos y bendiciones, observemos lo siguiente: Dios es un Dios de paz (Rom 15:33; 16:20; 1 Cor 14:33; 2 Cor 13:11; 1 Ts 5:23). Cristo es el Señor de la paz y quien la imparte (2 Ts 3:16). El Evangelio es un Evangelio de la paz (Ef 6:15). La mentalidad del Espíritu es vida y paz (Rom 8:6). La paz es una recompensa escatológica (Rom 2:10). La paz equivale a la salvación y describe la relación con Dios (Rom 5:1). El reino es justicia, paz, y gozo en el Espíritu Santo (Rom 14:17). La paz es la de las relaciones humanas (Rom 14:19; Ef 4:3; 2 Tim 2:22). La paz es esencial en la resolución de problemas (1 Cor 7:15; 14:33). El fruto del Espíritu es paz (Gál 5:17). La paz guarda nuestros corazones (Fil 4:7) y los gobierna (Col 3:15). Con tal variedad de usos no es de extrañar que Pablo resuma el Evangelio diciendo que, «Él [Cristo] es nuestra paz.» La paz no es meramente el cese de la hostilidad; es un término que abarca la totalidad de la salvación y la vida con Dios. El trasfondo de este uso es el concepto vetero o viejo testamento de Shalom, que denota vigor, bienestar físico, prosperidad, seguridad, buenas relaciones e integridad. El concepto de Shalom es mucho más positivo que la mera ausencia de conflicto. Se refiere al modo en que debería ser la vida y es un don de Dios que solo se recibe en su presencia. En varios textos Shalom se equipara a la rectitud, la justicia, la salvación, y el reinado de Dios. 24 Yahveh es paz (Jue 6:24), hace un pacto de paz con su pueblo, y promete la venida de uno que traerá paz. 25 Paz es lo que Dios desea para su pueblo, como puede observarse en las grandes profecías acerca del futuro.
De manera inesperada, en el texto leído de efesios 2:14–18 la paz se convierte en un acto tanto destructivo como constructivo. La división y la hostilidad han de ser destruidas, y la unidad y la paz establecidas. La paz y la reconciliación (v.16) se producen tanto en un nivel horizontal como vertical. Inicialmente, la mayor parte del acento se sitúa en la paz horizontal establecida entre judíos y gentiles. La expresión «los dos» (v. 14) se refiere a las dos partes que se mencionan en los versículos 11–12, judíos y gentiles, 27 y la mención de la ley (v. 15) y de los gentiles que son incorporados al pueblo de Dios (v. 19) es otra confirmación de este hecho. En Cristo, judíos y gentiles son fundidos en un nuevo ser. Por otra parte, la expresión «Él mismo es nuestra paz» describe la dimensión vertical. Tenemos paz con Dios (Rom 5:1). La hostilidad entre la Humanidad y Dios se expresa aquí al menos de manera implícita, y puede ser explícita en 2:16 con las palabras «dio muerte a la enemistad» 28 (si no es una nueva alusión a la hostilidad entre judíos y gentiles; ver Rom 5:8–10). Cristo no solo se une a judíos y gentiles en un nuevo ser, sino que les funde en un solo cuerpo en la presencia de Dios. Un Paréntesis los dispensacionalistas afirma categóricamente que este texto no dice que los gentiles sean ahora parte de Israel. Pero el texto deja claro tres hechos trascendentales: (1) Se asume que Israel está en una posición de privilegio. (2) Los gentiles participan ahora de dicha posición. (3) En Cristo, judíos y gentiles son unidos en un nuevo ser.
La unidad del nuevo ser. La reconciliación es un acto igualmente destructivo y constructivo, y los versículos 14–16 utilizan cuatro expresiones para afirmar que ambas cosas se producen en Cristo: «en su carne», «en sí mismo», «en un cuerpo», «por la que» (lit., «en él»). No es solo que Cristo tome consigo la hostilidad y la destruya, sino que en sí mismo crea también un nuevo ser. Este lenguaje expresa implícitamente una teología de la resurrección, puesto que ésta es la fuente de la nueva creación. Obsérvese que el nuevo ser (NVI, «nueva humanidad») es una idea colectiva. Jesucristo en su muerte y resurrección se identificó con la Humanidad y la representó. Las personas son incorporadas a Cristo, y cuando éste es resucitado a una nueva vida, emerge un nuevo ser en el que los seres humanos son uno con Cristo, y el uno con el otro. La Gracia no solo nos conecta a Dios y a Cristo, sino también el uno al otro. El nuevo ser es el propio Cristo, al que los creyentes son incorporados como cuerpo suyo. El nuevo ser es Jesucristo mismo, quien como Señor resucitado incorpora consigo a judíos y gentiles. El propósito del nuevo ser es la creación de la paz y la unidad entre judíos y gentiles. La unidad es un tema fundamental de esta carta. En 2:14–18 aparecen cuatro afirmaciones de unidad: «de los dos pueblos ha hecho uno solo» (2:14) «para crear en sí mismo de los dos pueblos una nueva humanidad» (2:15) «para reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo por medio de la cruz» (2:16) «por medio de él tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu» (2:18). La paz y la unidad son el tema principal de estos versículos, ¿Ahora cómo se vive esto en nuestra realidad cotidiana?
Un mensaje para hoy.
La Iglesia debería ser un Instituto de la paz. La paz de que trata este texto no tiene que ver con buenos sentimientos interiores, sino con relaciones interpersonales. Nos olvidamos de que la relación vertical con Dios está estrechamente vinculada a las relaciones horizontales que desarrollamos con otras personas, y se expresa a través de ellas. Notemos también que el texto no dice «él es mi paz», sino «él es nuestra paz». Una iglesia es un grupo de personas que saben esto y encarnan la paz anticipando aquel día en que Dios establecerá la paz en toda su creación. Los cristianos son, por definición, un pueblo de paz. Pero en nuestras iglesias rara vez se da valor a la paz. Los cristianos se caracterizan más por la división que por la paz. Sin embargo, si la paz era uno de los criterios por los que Pablo solucionaba problemas, esta debería entonces tener también para nosotros fuerza reguladora. Debería gobernar tanto en nuestros corazones como en nuestras iglesias. La Iglesia debería ser un lugar donde se estudia y practica la paz. No obstante esto no significa que hayamos de ser pasivos o estáticos. Por el contrario, debemos ser personas de paz, que luchamos necesariamente por la justicia y la verdad.
Los muros han caído; los cristianos han sido unidos. La actitud de este mundo queda bien reflejada en la expresión: «tú eres distinto de mí, y eso me molesta.» Los seres humanos levantamos barreras entre razas, naciones, religiones, géneros, clases sociales y económicas, denominaciones, escuelas, comunidades, equipos y familias. La diferenciación es necesaria para el desarrollo de la identidad, sin embargo la tendencia humana a crear barreras es una distorsión y un pecado. Las distinciones y la singularidad no tienen por qué llevar a la división. Las barreras surgen porque, para conceder valor, despreciamos a quienes son distintos. Antes incluso de estar en Cristo, a los humanos nos unen más cosas que nos separan. Todos estamos hechos a imagen de Dios, tenemos las mismas necesidades y experimentamos la misma distorsión fruto del pecado. Pero especialmente en Cristo no hay lugar para las barreras o las divisiones de orden racial, socio económico, educacional, sexual, cultural, o cualquier otro. Recordemos que Pedro fue confrontado por Pablo por no comer con los gentiles. La iglesia ha de demostrar unidad con los cristianos de otras culturas, buscar la justicia, y evangelizar más allá de sus contornos culturales y raciales. Hemos de mostrar que las barreras han caído. Nos guste o no, somos uno con todos los demás que están en Cristo. Persistir en las divisiones significa negar lo que Cristo ha conseguido.
Oremos.