Resucitó
Ilustración
Entregó a su hijo
23:39–46
Era la reunión del domingo por la noche en una iglesia cristiana evangélica. Después que cantaron, el pastor se dirigió a la congregación y presentó al orador invitado. Se trataba de uno de sus amigos de la infancia, ya entrado en años. Mientras todos lo seguían con la mirada, el anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar esta historia:
“Un hombre junto con su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la costa del Pacífico, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon a tal grado que el padre, a pesar de ser un marinero de experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, y las aguas del océano arrastraron a los tres”.
Al decir esto, el anciano se detuvo un momento y miró fijamente a dos adolescentes que por primera vez desde que comenzó la reunión estaban mostrando interés. Y siguió narrando.
“El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida. Tuvo que escoger a cuál de los dos muchachos iba a tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse. El padre sabía que su hijo era seguidor de Cristo, y también sabía que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de su decisión era mucho mayor que los embates de las olas.
“Miró en dirección a su hijo y le gritó: ‘¡Te quiero, hijo mío!’, y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le tomó halar al amigo de su hijo hasta el velero volcado en campana, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo”.
Los dos adolescentes estaban escuchando con suma atención, atentos a las próximas palabras que pronunciara el orador invitado.
“El padre—continuó el anciano—sabía que su hijo pasaría a la eternidad con Cristo, y no podía soportar el hecho de que el amigo de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrificó a su hijo. ¡Cuán grande es el amor de Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros!”.
Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo un tenso silencio.
Pocos minutos después de concluida la reunión, los dos adolescentes se acercaron al anciano. Uno de ellos le dijo cortésmente:
—Esa fue una historia muy bonita, pero a mí me cuesta trabajo creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo.
—Tienes toda la razón—contestó el anciano mientras miraba su Biblia, gastada por el uso.
Y mientras sonreía, miró fijamente a los dos jóvenes y les dijo:
—Pero esa historia me ayuda a comprender lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a su Hijo por mí. A mí también me costaría trabajo creerlo, si no fuera porque el amigo de ese hijo soy yo.
13 Ese mismo día, dos de ellos iban de camino a una aldea llamada Emaús, que distaba de Jerusalén unos diez kilómetros.
14 Iban hablando de todo lo que había sucedido,
15 y mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó y los iba acompañando.
16 Pero ellos no lo reconocieron, y es que parecían tener vendados los ojos.
17 Se veían tan tristes que Jesús les preguntó: «¿De qué tanto hablan ustedes?»
18 Uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha sucedido en estos días?»
19 «¿Y qué ha sucedido?», preguntó Jesús. Y ellos le respondieron: «Lo de Jesús de Nazaret, que ante Dios y ante todo el pueblo era un profeta poderoso en hechos y en palabra.
20 Pero los principales sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.
21 Nosotros teníamos la esperanza de que él habría de redimir a Israel. Sin embargo, ya van tres días de que todo esto pasó.
22 Aunque también nos han dejado asombrados algunas mujeres de entre nosotros, que fueron al sepulcro antes de que amaneciera.
23 Como no hallaron el cuerpo, han venido a decirnos que tuvieron una visión, en la que unos ángeles les dijeron que él vive.
24 Algunos de los nuestros fueron al sepulcro, y encontraron todo tal y como las mujeres lo dijeron, pero a él no lo vieron.»
25 Entonces Jesús les dijo: «¡Ay, insensatos! ¡Cómo es lento su corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
26 ¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, antes de entrar en su gloria?»
27 Y partiendo de Moisés, y siguiendo por todos los profetas, comenzó a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él.
28 Cuando llegaron a la aldea adonde iban, Jesús hizo como que iba a seguir adelante,
29 pero ellos lo obligaron a quedarse. Le dijeron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde, y es casi de noche.» Y Jesús entró y se quedó con ellos.
30 Mientras estaba sentado a la mesa con ellos, tomó el pan y lo bendijo; luego lo partió y les dio a ellos.
31 En ese momento se les abrieron los ojos, y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista.
32 Y se decían el uno al otro: «¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
33 En ese mismo instante se levantaron y volvieron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los once y a los que estaban con ellos,
34 los cuales decían: «¡En verdad el Señor ha resucitado, y se le ha aparecido a Simón!»
35 Los dos, por su parte, les contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo lo habían reconocido al partir el pan.