La prueba del Getzemaní
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Introducción
Introducción
Probablemente la verdadera estatura de una persona se mide en la hora de la prueba. La forma cómo afrontamos el sufrimiento ciertamente revela las profundidades de nuestra mente y de nuestra alma.
Getsemaní es el lugar donde podemos ver a Jesús alcanzar una de las cimas de su vida: sus actitudes, sus reacciones y su oración al Padre constituyen una guía para nosotros en la noche oscura de la prueba.
Aquellas largas horas de agonía cargadas de gran intensidad emocional y espiritual. El acompañamiento fallido de los apóstoles y la oración ferviente de Jesús nos permiten apreciar una situación con la cual podemos, nos identificarnos todos. Hubo un solo Getsemaní en la historia, irrepetible; pero cada creyente pasará en su vida por su “pequeño Getsemaní”, situaciones de prueba, tentación y peligro en las que se libran batallas decisivas para nuestra fe.
1. Emociones de muerte
1. Emociones de muerte
Mi alma está muy triste, hasta la muerte Marcos 14:34.
En primer lugar, el texto resalta las emociones del Señor Jesus. La noche previa a su muerte, muy larga.
Una de las presiones mas difíciles de comprender, por un lado la inevitable tragedia de la muerte, por otro la responsabilidad global de la misión encomendada y entre ambas el hijo de Dios, en la máxima expresión de humanidad.
1.1 Sangre, sudor y lágrimas: la noche oscura del alma
1.1 Sangre, sudor y lágrimas: la noche oscura del alma
Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra (Lucas 22:44).
La descripción que Jesús mismo hace de sus sentimientos es profundamente conmovedora:
Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad (Marcos 14:33-34).
El texto original (ver también Mateo 26:37-40) nos revela una intensidad emocional creciente desde la ansiedad hasta la tristeza de muerte. En palabras del erudito
Edersheim: “Con cada paso que daba, su alma se afligía cada vez más: ‘triste’, ‘muy triste’, ‘triste hasta la muerte’”
(1). Esta última palabra parece indicar una soledad extrema, abandono y desolación.
Lucas, desde su conocimiento médico, nos aporta un detalle revelador de lo ominoso del momento:
Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra (Lucas 22:44)
La medicina nos explica que, en un estado de estrés muy intenso, la sangre puede salir de los pequeños vasos, los capilares, y producir micro hemorragias como gotas. El sudor de Jesús mezclado con sangre marca el clímax de aquella noche de gran clamor y lágrimas (Hebreos 5:7) y nos revela con una crudeza conmovedora la intensidad de la lucha que estaba sosteniendo.
Una comprensión profunda de estas emociones de muerte no nos puede dejar indiferentes. Nos lleva a llorar y amar a Jesús con gratitud profunda.
2. Lecciones de vida
2. Lecciones de vida
En aquella noche de dolor, sin embargo, no hubo sólo emociones singulares, hubo también lecciones memorables. Las grandes pruebas conllevan grandes lecciones porque Dios es especialista en transformar nuestras adversidades en oportunidades.
Vemos dos lecciones que derivan de dos oraciones: la de los apóstoles, fracasada, y la de Jesús, un modelo de aceptación de la voluntad del Padre.
a) Una oración fracasada: lección de comprensión
a) Una oración fracasada: lección de comprensión
Vino a sus discípulos y los halló durmiendo... (Lucas 22:45).
Jesús necesitaba mucho la oración en aquella larga noche; era arma vital en un contexto de feroz lucha espiritual. Por ello busca el apoyo de tres discípulos queridos, que ya le habían acompañado en otras situaciones especiales, y les ruega: Quedaos aquí, y velad conmigo (Mateo 26:38).
Les pide algo aparentemente sencillo: compañía y oración. Jesús, como hombre, necesitaba sentir la cercanía y el apoyo de seres queridos en la hora de la prueba. Sin embargo, los discípulos, rendidos por el cansancio, se quedan dormidos y no una vez, sino ¡tres veces! (Mateo 26:44-45). Los suyos han vuelto a fallarle; Judas le había entregado horas antes, Pedro iba a negarle pronto y entremedio otra experiencia de frustración y soledad en el momento más necesario y por parte de aquellos en los que más confiaba.
¿Cómo reacciona Jesús? Todos nosotros en circunstancias parecidas nos habríamos dejado llevar por el enojo. Lejos de ello, el Maestro responde con palabras de comprensión y no de reproche: ¿No habéis podido velar conmigo una hora?... El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mateo 26:40-41).
Jesús no se fija en su propia necesidad -sentirse apoyado- sino en la debilidad y necesidad de ellos.
b) Una oración modelo: lección de sumisión
b) Una oración modelo: lección de sumisión
Se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora (Marcos 14:35).
Jesús nos deja otra lección memorable, un ejemplo de sumisión y aceptación de la voluntad del Padre.
Es una oración modélica por su contenido y por su forma. Descubrimos en ella un eco perfeccionado de nuestras propias luchas espirituales y nos estimula a imitar al Maestro en nuestros “pequeños Getsemaní”. Jesús necesitaba llegar a la aceptación de aquella tortura inminente. Aceptar sin embargo, no es algo automático; la aceptación genuina es un proceso costoso con varios pasos:
Lucha. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa (Marcos 14:36). Jesús lucha en oración porque como hombre tiene la misma reacción que cualquiera de nosotros: procura evitar aquel suplicio físico y moral, busca cambiar las cosas. Es la fase legítima y natural de lucha ante cualquier sufrimiento. El apóstol Pablo también rogó intensamente que Dios le quitara el aguijón (2 Corintios 12:7-10).
Intensidad ferviente. Con gran clamor y lágrimas. El autor de Hebreos nos describe, casi con un realismo crudo, la intensidad emocional de la lucha en oración de Jesús con el Padre: Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente (Hebreos 5:7).
Disposición plena a la obediencia. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Lucas 22:42). Es importante observar cómo termina Jesús su oración: pero no sea como yo quiero, sino como tú (Mateo 26:39). La lucha por cambiar las cosas y la oración ferviente al respecto siempre deben venir enmarcadas por la sumisión a la voluntad de Dios, por misteriosa y oscura que nos parezca al principio.
La sumisión de Cristo a la voluntad del Padre fue total desde el comienzo de su vida en la Tierra. El cántico de Filipenses 2 nos lo describe con estas palabras: ...se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2:8).
Una respuesta necesaria: provisión de nuevas fuerzas
Una respuesta necesaria: provisión de nuevas fuerzas
El clamor y las lágrimas de Jesús no quedaron sin respuesta. El Padre vio su dolor y escuchó su clamor. A prmera vista nos sorprende la afirmación de que Jesús fue oído a causa de su temor reverente (Hebreos 5:7). ¿En qué sentido fue oído? Dios no le libró de la muerte. Cristo tuvo que pasar por el trago amargo de la cruz.
Desde nuestra perspectiva humana, “ser oído” debería implicar una respuesta afirmativa a su petición, es decir, librarle de la cruz. Pero sabemos que esto no fue así. Dios le oyó en el sentido de que envió un ángel del cielo para fortalecerle. En el relato de Lucas se hace muy evidente la relación causa efecto entre la petición de Jesús –Padre, si quieres, pasa de mí esta copa- y la respuesta inmediata del Padre: Se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle (Lucas 22:42-43).
Gran lección para nosotros: Dios no siempre nos libra de la prueba, pero siempre nos dará los recursos adecuados para afrontarla en el momento adecuado (1 Corintios 10:13).
Cristo salió victorioso de la lucha en Getsemaní. Horas después triunfó en la Cruz. Su victoria nos provee de la gracia que salva y que nos fortalece en la debilidad de nuestros “pequeños Getsemaní”. Por tanto acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos (Hebreos 4:16).