Seamos como niños
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Introduccion
Introduccion
1 En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién es, entonces, el mayor en el reino de los cielos? 2 Y Él, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos, 3 y dijo: En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. 4 Así pues, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. 5 Y el que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe.
“¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”
Podríamos pensar en Abraham, en Moisés o en el apóstol Pablo. No obstante, cuando los discípulos le hicieron esa pregunta a Jesús, querían saber cuál de ellos sería el mayor.
Todos esperaban posiciones importantes en el reino de Jesús y cada uno hubiera querido estar a su derecha. Les pudo haber parecido que Pedro, Jacobo y Juan eran los candidatos más probables para esa posición.
Más temprano ese mismo día Jesús había elegido a Pedro para coger el pez con la moneda en la boca para pagar el impuesto del Templo que les correspondía a él y a Jesús. Había pasado muy poco tiempo desde que Jesús llevó solamente a Pedro, Jacobo y Juan con él al monte de la Transfiguración, y el resto de los discípulos también recordaba que Jesús había llevado a los mismos tres cuando entró en casa de Jairo para resucitar a su hija de 12 años. Y Pedro con frecuencia desempeñaba un papel de liderazgo al hablar en representación de todos los discípulos. Así podemos entender por qué los otros discípulos se preguntaban por su posición en el reino que Jesús iba a establecer pronto.
El problema de ellos era que no habían entendido el concepto de grandeza en el reino de Jesús. Entonces Jesús les dio una lección que nunca olvidarían sobre grandeza y humildad. Nosotros también debemos recordarla siempre.
Jesús llamó a un niño pequeño, lo puso en medio de ellos y lo señaló como ejemplo de grandeza en su reino. Les advirtió a sus discípulos que nadie podría entrar en su reino si no llega a ser como un niño.
La Biblia describe e identifica al pueblo de Dios por muchos nombres. Pero con más frecuencia que todos los demás, se nos llama hijos: hijos de la promesa, hijos del día, hijos de la luz, amados hijos, queridos hijos, e hijos de Dios.
Jesús llamó a un niño pequeño y el punto principal de comparación fue la humildad del niño, ya que esa es la virtud cristiana básica.
Ya que, no puede haber virtud ante Dios sin humildad.
La humildad significa, ante todo, reconocer el pecado y la indignidad personal y no poder hacer nada para ser digno delante de Dios y ganar la salvación total o parcialmente. La humildad depende por completo de la misericordia de Dios para el perdón y la salvación. Ve a Jesucristo como el Salvador, que se ofreció como sacrificio perfecto por todos los pecados. La humildad no es autoestima; es la estimación de Cristo. A cualquiera que se humille Dios lo exalta, y al que se exalta Dios lo humilla
La verdadera humildad cristiana se mostrará en nuestra actitud hacia los niños. Jesús dice que recibir a un niño en su nombre es servirlo a él. Recibimos a un niño en el nombre de Jesús, ante todo, reconociendo que los niños son dones de Dios, no cargas pesadas. Servimos a Jesús cuando cumplimos con las necesidades de los niños.
Eso no sólo se limita a quiere dar comida, techo, vestido y cuidado amoroso a los niños, sino sobre todo llevarlos a los pies de Jesús sino que llevándolos al bautismo y enseñarles a conocer, amar y obedecer a su Salvador
Como creyentes podemos regocijarnos en la maravillosa verdad de que a través de Cristo nos hemos convertido en los propios hijos de Dios, adoptados por medio de la gracia. En consecuencia, somos portadores de la imagen de la familia de Dios y coherederos con Jesucristo de todo lo que Dios posee. Disfrutamos el amor, el cuidado, la protección, el poder de Dios y otros recursos en abundancia por toda la eternidad.
Pero hay otro aspecto en nuestra condición de hijos, y la Biblia también hace referencia a los creyentes como hijos en el sentido de que somos incompletos, débiles, dependientes, sin desarrollar, inexpertos, vulnerables e inmaduros.
Mateo 18 se centra en esas cualidades inmaduras, sin perfeccionar, e infantiles que los creyentes demuestran a medida que se desarrollan mutuamente en conformidad a la plenitud de la estatura de Jesucristo.
Este capítulo conforma un solo discurso o sermón por parte de nuestro Señor sobre el tema específico de la condición infantil del creyente, hablando directamente a la realidad de que somos niños espirituales con todas las debilidades que la infancia implica. También es esencial ver que el capítulo enseña a la Iglesia, como a un grupo de niños espiritualmente imperfectos, cómo llevarse bien con los demás. No es exageración decir que este es el único gran discurso que nuestro Señor dio en vida entre el pueblo redimido en su Iglesia. Lo triste es que debido a que se ha malinterpretado en gran parte, a menudo se han perdido sus profundas riquezas. Debemos tratar de recuperar estas verdades que son tan vitales, poderosas y necesarias para la Iglesia en toda época y lugar.
La primera lección en este sermón magistral es que todos los que entran al reino deben ser como niños
3 y dijo: En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. 4 Así pues, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos.
Jesús enseña después que a todos nosotros en el reino se nos debe tratar como niños
5 Y el que reciba a un niño como este en mi nombre, a mí me recibe. 6 Pero al que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar. 7 ¡Ay del mundo por sus piedras de tropiezo! Porque es inevitable que vengan piedras de tropiezo; pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! 8 Y si tu mano o tu pie te es ocasión de pecar, córtatelo y échalo de ti; te es mejor entrar en la vida manco o cojo, que teniendo dos manos y dos pies, ser echado en el fuego eterno. 9 Y si tu ojo te es ocasión de pecar, arráncatelo y échalo de ti. Te es mejor entrar en la vida con un solo ojo, que teniendo dos ojos, ser echado en el infierno de fuego.
cuidar como niños
10 Mirad que no despreciéis a uno de estos pequeñitos, porque os digo que sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos. 11 Porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que se había perdido. 12 ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se ha descarriado, ¿no deja las noventa y nueve en los montes, y va en busca de la descarriada? 13 Y si sucede que la halla, en verdad os digo que se regocija más por esta que por las noventa y nueve que no se han descarriado. 14 Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda uno de estos pequeñitos.
Disciplinar como niños
15 Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. 16 Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos. 17 Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuesto. 18 En verdad os digo: todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. 19 Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Y perdonar como Niños
21 Entonces se le acercó Pedro, y le dijo: Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces? 22 Jesús le dijo*: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. 23 Por eso, el reino de los cielos puede compararse a cierto rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. 24 Y al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. 25 Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y que se le pagara la deuda. 26 Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: «Ten paciencia conmigo y todo te lo pagaré». 27 Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, y lo soltó y le perdonó la deuda. 28 Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: «Paga lo que debes». 29 Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo y te pagaré». 30 Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31 Así que cuando vieron sus consiervos lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo lo que había sucedido. 32 Entonces, llamándolo su señor, le dijo*: «Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. 33 »¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?». 34 Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. 35 Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano.
Al igual que todos nosotros, los discípulos necesitaban lecciones reiteradas en humildad, y el Señor aquí utiliza a un niño como su ilustración. Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos.
Paidion identifica a un niño muy pequeño, a veces incluso un bebé. Este niño particular tal vez era lo suficientemente grande para correr hacia Jesús cuando Él lo llamó. Puesto que el grupo tal vez estaba en casa de Pedro, el niño pudo haber pertenecido a la familia del discípulo y conocer muy bien a Jesús. Fuera como fuera, el pequeño respondió con docilidad y permitió que el Señor lo tomara en sus brazos
36 Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos; y tomándolo en sus brazos les dijo:
Jesús amaba a los niños y estos lo amaban, y cuando se sentó delante de los discípulos sosteniendo en sus brazos a este pequeño tuvo un hermoso escenario en el cual enseñarles profundas lecciones acerca de la sencillez de los niños en los creyentes.
La esencia de la primera lección se encuentra en el versículo tres: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Este es un requisito indispensable y de gran alcance, y tiene una importancia máxima. La entrada al reino de Cristo demanda inocencia infantil. No hay otra manera de recibir la gracia de la salvación que ser como un niño
Nuestro Señor está hablando directamente de entrar al reino de Dios por fe, a través de la salvación que dará como resultado en futura bendición milenial y gloria eterna. La frase “entrar al reino de los cielos” se usa tres veces en el libro de Mateo
21 No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Jesús explicó que para convertirse era necesario que las personas se volvieran como niños. Un niño pequeño es sencillo, dependiente, indefenso, espontáneo, sin pretensiones, sin ambiciones. Los niños no son sin pecado o naturalmente desinteresados, y muestran su naturaleza caída desde la más temprana edad. Pero sin embargo son ingenuos y modestos, confían en los demás y no ambicionan esplendores ni grandezas.
Un niño pequeño no hace ninguna afirmación de mérito o grandeza. Simplemente se somete al cuidado de sus padres y de otras personas que lo aman, confiando en ellos para todo lo que necesita. Sabe que no puede suplir sus propias necesidades y que no tiene recursos para mantenerse con vida. Esa es la clase de sumisión humilde que resulta en grandeza ante los ojos de Dios y en su reino.
Conclusion
Ese es el tipo de fe humilde, sin pretensiones, sincera e infantil de la que Jesús estaba hablando. Esa clase de respuesta a su Hijo es la mayor a la vista de Dios. El mayor en el reino de los cielos es aquel que se muestra humilde, sencillo, auténticamente sincero, poco exigente, no egocéntrico, receptivo a todo lo que Dios ofrece, y ansioso por obedecer cualquier cosa que Él ordene.