Recibance Unos a Otros

Sermon  •  Submitted
0 ratings
· 4 views
Notes
Transcript
Notamos que esta sección comienza y termina con esta amonestación. Pablo se estaba dirigiendo a aquellos que eran fuertes en la fe, es decir, los que entendían mejor su libertad espiritual en Cristo y que no estaban exclavizados a los ritos concernientes a comidas o días de fiesta. Los débiles en la fe eran creyentes inmaduros quienes se sentían obligados a obedecer reglas legalistas acerca de lo que comían y acerca de cuándo adorar.
v. 1-3 Porque Dios nos ha recibido, debemos recibirnos unos a otros. No debemos argüir sobre estos asuntos, ni debemos juzgarnos o despreciarnos los unos a otros. Tal vez San Agustín lo dijo mejor: “En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; en todas las cosas, amor”.
En cada iglesia hay creyentes débiles y creyentes fuertes. Los fuertes entienden la verdad espiritual y la practican, pero los débiles no han crecido a ese nivel de madurez y libertad. El débil no debe condenar al fuerte y llamarlo no espiritual. El fuerte no debe despreciar al débil y calificarlo de inmaduro. Dios ha recibido a ambos, a los débiles y a los fuertes; por lo tanto, deben recibirse el uno al otro.
1. Dios sostiene a los suyos (14:4) “¿Quién eres tú para juzgar al criado de otro? Para su propio amo está en pie o cae. En pie se mantendrá, porque poderoso es el Señor para sostenerlo en pie. Los creyentes fuertes eran juzgados por los creyentes débiles, y Pablo reprueba esta acción porque era incorrecto que éstos tomaran el lugar de Dios en la vida de sus hermanos más fuertes. Dios es el amo; el creyente es el siervo. Es incorrecto que alguien interfiera en esta relación.
2. Jesucristo es el Señor (14:5–9). La palabra “Señor” se encuentra 8 veces en estos versículos. Ningún creyente tiene derecho de hacer el papel de Dios en la vida de otro creyente. Podemos orar, aconsejar, y aun amonestar, pero no podemos tomar el lugar de Dios. ¿Qué es lo que convierte a un plato de comida en santo o a un día en santo? El hecho de relacionarlo con el Señor. La persona que considera cierto día como santo lo hace “para el Señor”. La persona que estima todos los días como sagrados, “para el Señor, lo hace”. El creyente que come carne da gracias al Señor, y el que se abstiene de carne, se abstiene “para el Señor”. Estar “plenamente convencido [o seguro] en su propia mente” (v. 5) significa que cada hombre haga lo que hace para el Señor, y no simplemente por algunos prejuicios o por capricho.
Algunas normas y prácticas en nuestras iglesias son tradiciones, pero no son necesariamente bíblicas. Puedo recordar cuando algunos creyentes consagrados se opusieron a la radio cristiana “porque Satanás es el príncipe de la potestad del aire”. Las modas cambian de año en año. Los creyentes no tienen que pelear más acerca de las películas de Hollywood, porque la televisión las lleva directamente a los hogares. Algunas personas ponen las traducciones de la Biblia como prueba de ortodoxia. La iglesia está dividida y débil porque los creyentes no permiten que Jesucristo sea el Señor.
En Juan 21:15–25 vemos una ilustración interesante sobre esto. Jesús había restaurado a Pedro a su posición de apóstol, y otra vez le dijo: “Sígueme”. Pedro comenzó a seguir a Cristo, y entonces oyó que alguien caminaba a su lado. Era el apóstol Juan.
Entonces Pedro preguntó a Jesús: “Señor, ¿y qué de éste?” Nota la respuesta del Señor: “¿Qué a ti? Sígueme tú”. En otras palabras, Pedro, asegúrate de que me has hecho el Señor de tu vida. Yo me ocuparé de Juan. Siempre que escucho a los creyentes condenar a otros creyentes por algo en lo que están en desacuerdo, algo que no es esencial o prohibido por la Palabra de Dios, siento el deseo de decir “¿Qué a ti? Sigue a Cristo. Deja que él sea el Señor”.
Pablo hizo hincapié en la unión del creyente con Cristo: “Sea que vivamos o que muramos, del Señor somos” (v. 8). Nuestra primera responsabilidad es con el Señor. Si los creyentes acuden al Señor en oración en vez de criticar a sus hermanos, habría comunión más fuerte en nuestras iglesias.
1. Jesucristo es el Juez (14:10–12). Pablo preguntó al creyente débil: “¿Por qué juzgas a tu hermano?” Luego preguntó al creyente fuerte: “¿Por qué menosprecias a tu hermano?” Ambos, el fuerte y el débil, tienen que comparecer ante el tribunal de Cristo, y no se juzgarán el uno al otro—serán juzgados por el Señor.
El tribunal de Cristo es el lugar donde las obras de los creyentes serán juzgadas por el Señor. No tiene nada que ver con nuestros pecados, ya que Cristo pagó por ellos y ya no pueden aparecer contra nosotros (Romanos 8:1) “Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne sino conforme al Espíritu.”
La palabra para el “tribunal de Cristo” en griego es bema, y se usaba para indicar el lugar donde los jueces se sentaban durante los juegos de atletismo. Si observaban a algún atleta quebrantar las reglas durante los juegos, inmediatamente lo descalificaban. Al fin de las competencias, los jueces entregaban los premios (1 Corintios 9:24–27). Primera de Corintios 3:10–15 nos presenta otro cuadro del tribunal de Cristo. Pablo compara nuestro servicio con la construcción de un templo. Si edificamos con materiales baratos, el fuego los quemará. Si usamos materiales preciosos y duraderos, nuestras obras permanecerán. Si nuestras obras resisten la prueba, recibiremos recompensa. Si se queman, perderemos la recompensa, pero aún seremos salvos, aunque “así como por fuego”.
¿Cómo se prepara el creyente para el juicio del tribunal de Cristo? Haciendo a Jesucristo el Señor de su vida y obedeciéndolo con fidelidad. En vez de juzgar a otros creyentes, haríamos mejor si juzgaramos nuestra propia vida y nos aseguráramos de que estamos preparados para presentarnos ante Cristo en el bema (ve Lucas 12:41–48; Hebreos 13:17 y 1 Juan 2:28).
El hecho de que nuestros pecados nunca más se presentarán en contra nuestra no debe animarnos a desobedecer a Dios. El pecado en nuestra vida nos impide servir a Cristo como debemos, y esto significa perder la recompensa. En la vida de Lot tenemos un buen ejemplo de esta verdad (Génesis 18–19). Lot no andaba con el Señor como su tío Abraham y, como resultado, perdió su testimonio y aun a su familia. Cuando al fin vino el juicio, Lot escapó del fuego, pero todo lo que tenía y por lo cual vivía se quemó. Fue salvo “así como por fuego”.
Pablo explicó que no tenían que dar cuenta a Dios por otros, sino por sí mismos. Así que debían estar seguros de que sus cuentas fueran buenas. Pablo estaba acentuando el principio del señorío de Cristo—hacer a Jesucristo el Señor de su vida y permitir que él sea el Señor en las vidas de otros creyentes también.
Dos de los creyentes más famosos durante la época de la Reina Victoria en Inglaterra fueron Charles Spurgeon y Joseph Parker; ambos fueron poderosos predicadores del evangelio. Al principio de sus ministerios tuvieron compañerismo e intercambiaban púlpitos. Después tuvieron un desacuerdo y aun los periódicos lo informaron. Spurgeon acusó a Parker de no ser espiritual porque éste frecuentaba el teatro. Sin embargo, Spurgeon fumaba cigarros, una práctica que muchos creyentes condenarían. ¿Quién estaba en lo correcto? ¿Quién estaba equivocado? Tal vez ambos estaban equivocados. Cuando se trata de asuntos dudosos en la vida cristiana, ¿no pueden los creyentes consagrados estar en desacuerdo sin ser desagradables? Un día un amigo me dijo: “He aprendido que Dios aun bendice a personas con las cuales estoy en desacuerdo”, y yo he aprendido lo mismo. Cuando Jesucristo es realmente el Señor en nuestra vida, le permitimos que trate con sus siervos como él quiere.
Related Media
See more
Related Sermons
See more