Romanos 1:16-20
Porque no me avergüenzo del evangelio—Este lenguaje indica que era menester tener bastante coraje para llevar a Roma, “la Señora del mundo”, lo que era “a los judíos un tropiezo y a los griegos insensatez.” Pero su gloria inherente por ser el mensaje vivificador de Dios para el mundo moribundo, tanto le llenaba el alma que, como su bendito Maestro, él también “menospreció la vergüenza.” por que es potencia de Dios para salud [salvación] a todo aquel que cree—En éste y el siguiente versículo el apóstol anuncia el gran tema del argumento que sigue: LA SALVACION, la imprescindible necesidad de la perdida humanidad revelada en el mensaje evangélico; mensaje que es reconocido y honrado de tal manera por Dios que lleve en sí, al ser proclamado, el mismo poder de Dios para salvar a toda alma que lo recibe, así griego como bárbaro, así sabio como ignorante. 17. Porque en él [el evangelio] la justicia de Dios se descubre—Es decir (como lo demuestra todo el argumento de la epístola), la justicia justificadora de Dios. de fe en fe—una frase difícil. La mayoría de los intérpretes (juzgando del sentido de otras frases similares que se hallan en otras partes) la entienden como “de un grado de fe a otro.” Pero esto concuerda mal con el designio del apóstol, el que nada tiene que ver con grados progresivos de la fe, sino solamente con la fe misma como la manera ordenada para recibir la “justicia” que es de Dios. Por tanto preferimos entenderla así: “La justicia de Dios es revelada, en el mensaje evangélico de (o por) fe, a (o para) fe,” esto es, “a fin de que sea por la fe recibida,” [Así creen substancialmente, Melville, Meyer, Stuart, Bloomfield, etc.] como está escrito [Habacuc 2:4]: Mas el justo vivirá por la fe—Esta máxima del Antiguo Testamento se cita tres veces en el Nuevo Testamento: aquí, en Gálatas 3:11 y en Hebreos 10:38, lo que demuestra que el camino evangélico de “vida por la fe,” lejos de anular el método antiguo sólo era una continuación del mismo. En cuanto a los versículos anteriores, nótese (1) ¡Qué manera de personas deben ser los ministros de Cristo, según la norma aquí establecida: absolutamente sujetos y oficialmente dedicados al Señor Jesús; separados para el evangelio de Dios que contempla la subyugación de todas las naciones a la fe de Cristo: deudores a todas las clases, a los eruditos y a los rudos, para llevar el evangelio asimismo a todos, haciendo desaparecer toda vergüenza en la presencia de aquéllos, así como todo orgullo delante de éstos, por la gloria que ellos sienten en su mensaje; suspirando por todas las iglesias fieles, sin enseñorearse de ellas, sino gozándose de la prosperidad de ellas, y hallando refrigerio y fortaleza en la comunión con ellas! (2) Los rasgos peculiares del evangelio aquí destacados debieran ser estudiados fielmente por todos los que lo predican, y debieran guiar los puntos de vista y el discernimiento de todos los que tienen el privilegio de escucharlo regularmente: así entenderán que “el Evangelio de Dios” es un mensaje del cielo, pero no absolutamente nuevo, antes al contrario, sólo el cumplimiento de la promesa del Antiguo Testamento; que no sólo es Cristo el gran tema de él, sino que lo es en la misma naturaleza de Dios como Hijo suyo propio, y en la naturaleza de los hombres como participante de ellos: el Hijo de Dios que ahora ha resucitado con poder y ha sido investido de la autoridad para dispensar toda gracia a los hombres y todos los dones para el establecimiento y la edificación de la iglesia: Cristo la justicia proveída por Dios para la justificación de todos los que creen en su nombre; y que en este glorioso evangelio, cuando se predica como tal, reside el mismo poder de Dios para salvar al judío así como al gentil que lo acepte. (3) Que, mientras que Cristo ha de ser considerado como el conducto ordenado de toda gracia de Dios a los hombres (v. 8), nadie se imagine que la propia divinidad de él sea en ningún respecto comprometida por este arreglo, puesto que está él expresamente asociado con “Dios el Padre,” en la oración (v. 7) porque la “gracia y paz” (inclusive todas las bendiciones espirituales) reposen sobre esta iglesia de Roma. (4) Mientras que esta epístola enseña, de conformidad con la enseñanza de nuestro Señor mismo, que toda la salvación depende de la fe, esto es sólo una verdad a medias, y sin duda dará aliento a la autojustificación, si se desasocia con otro rasgo de la misma verdad aquí explícitamente enseñado, a saber, que esta fe es el propio don de Dios, por lo cual conformemente, en el caso de los creyentes romanos, él “da gracias a su Dios por Jesucristo” (v. 8). (5) La comunión cristiana, así como toda comunión verdadera, es un beneficio mutuo, y como no es posible que ni los más eminentes santos y siervos del Señor impartan refrigerio o provecho alguno al más indigno de sus hermanos sin experimentar una rica recompensa dentro de ellos mismos, así exactamente en proporción a su humildad y su amor sentirán ellos su necesidad de la comunión cristiana y se gozarán en ella.