Puertas Abiertas

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Al borde de una gran llanura que se llamaba la Katakekaumenê, que quiere decir la Tierra Quemada. La Katakekaumenê era una gran llanura volcánica en la que quedaban las señales de la lava y de las cenizas de los volcanes ya extintos. Tal tierra era fértil; y Filadelfia era el centro de una gran área vitícola y de producción de vinos. Pero tal situación tenía sus peligros, que también habían dejado sus señales en Filadelfia más profundamente que en ninguna otra ciudad. El año 17 d.C. se produjo un gran terremoto que destruyó Sardes y otras diez ciudades. En Filadelfia se siguieron produciendo temblores de tierra durante otros muchos años; Estrabón la describe como «una ciudad propensa a los terremotos». Sucede a menudo que cuando se produce un gran terremoto la gente lo asume con coraje y dominio propio, pero el que se sucedan temblores de tierra menores causa un verdadero pánico. Y era lo que sucedía en Filadelfia. Estrabón describe la escena. Los temblores se habían convertido en un suceso cotidiano. Aparecían grietas amenazadoras en las paredes de las casas. Un día aparecía en ruinas una parte de la ciudad, y otro otra. La mayor parte de la población vivía fuera de la ciudad, en chalés, y tenía miedo de ir al centro por si le caía encima una pared. Se tenía por locos a los que continuaban viviendo en la ciudad; se pasaban la vida apuntalando los edificios quebradizos, y huyendo de cuando en cuando a los espacios abiertos para ponerse a salvo. Estos día terribles no se olvidaban nunca en Filadelfia, y sus habitantes siempre estaban esperando inconscientemente los terribles temblores del suelo, dispuestos a salir corriendo para salvar la vida. Los vecinos de Filadelfia sabían muy bien que su seguridad dependía de la promesa de que «ya no tendrían que salir más». Pero aún hay más reflejos de la historia de Filadelfia en esta carta. Cuando el gran terremoto la devastó, Tiberio fue tan generoso con Filadelfia como lo había sido con Sardes. En agradecimiento cambió su nombre por el de Neocesarea —la nueva ciudad del César. En tiempos de Vespasiano Filadelfia mostró su agradecimiento otra vez cambiándose de nombre por el de Flavia, porque el patronímico del emperador era Flavio. Es verdad que ninguno de estos nuevos nombres duró gran cosa, y se le restauró el de «Filadelfia». Pero los de Filadelfia sabían muy bien lo que era recibir «un nombre nuevo». De todas las ciudades, Filadelfia es la que recibe más alabanzas, lo cual es señal de que se las merecía. En días posteriores llegó a ser una ciudad muy importante. Cuando los turcos y el mahometismo inundaron Asia Menor y todas las demás ciudades habían caído, Filadelfia se mantuvo en pie. Durante siglos fue la única ciudad cristiana libre en medio de una tierra no cristiana. Fue el último baluarte del cristianismo asiático. No cayó hasta mediado el siglo XIV; y hasta este día hay un obispo y un millar de cristianos en ella. Con la excepción de Esmirna, las otras iglesias están en ruinas; pero Filadelfia sigue enarbolando la bandera de la fe cristiana.
William Barclay, Comentario Al Nuevo Testamento (Viladecavalls (Barcelona), España: Editorial CLIE, 2006), 1129.
Filadelfia era la más joven de las siete ciudades. La habían fundado unos colonizadores de Pérgamo en el reinado de Atalo II, que reinó en Pérgamo de 159 a 138 a.C. Filádelfos quiere decir en griego el que ama a su hermano. Tal era el amor que Atalo le tenía a su hermano Eumenes que se llamó Filadelfo, y de él tomó su nombre la ciudad. Fue fundada con un propósito especial. Estaba situada en la confluencia de las fronteras de Misia, Lidia y Frigia. Pero no se fundó para ser una ciudad guarnición, porque no había muchos peligros en la zona, sino con la intención deliberada de que fuera misionera de la cultura y lengua griega hacia Lidia y Frigia; y tan bien cumplió su misión que hacia el año 19 d.C. los lidios ya habían olvidado su propio lenguaje y les faltaba poco para ser griegos. Ramsay dice que Filadelfia era «el centro de difusión de la lengua y de las letras griegas en una tierra pacífica y por medios pacíficos». Eso es lo que el Cristo Resucitado quiere decir cuando habla de la puerta abierta que les presenta a los cristianos filadelfos. Tres siglos antes se le había dado a Filadelfia una puerta abierta para que extendiera las ideas griegas en las tierras de más allá, y ahora se le presentaba otra oportunidad misionera todavía más gloriosa: la de llevar el Mensaje del amor de Jesucristo a los que no lo conocían.
William Barclay, Comentario Al Nuevo Testamento (Viladecavalls (Barcelona), España: Editorial CLIE, 2006), 1129.
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