CANCIÓN PARA EL SÁBADO
Sermón sobre qué hacer en el día de reposo
Introducción
Desarrollo
El sábado es para anunciar
En las memorias de Hudson Taylor, primer misionero que fue a China, se cuenta el incidente que sigue: Al fin de un culto de predicación del evangelio, se levantó un chino principal y puesto de pie dijo con voz triste:
“Durante años y más años he buscado la verdad, como toda su larga vida mi pobre padre la buscó sin descanso. He viajado mucho, mucho, y he leído todos los libros de Confucio, de Buda, de Taos, y no he logrado hallar descanso. Y hoy, por lo que acabo de oir, siento que, al fin, mi espíritu puede descansar. Desde esta noche yo soy un seguidor de Cristo.”
Después, dirigiéndose al misionero, con voz solemne le preguntó lo que por años conmovió y seguirá conmoviendo a los que de veras aman a los pecadores perdidos.
—¿Por cuánto tiempo conocéis las Buenas Nuevas en Inglaterra?
—Por centenares de años —contesta Taylor.
—¡Cómo! … ¿Es posible? —exclamó el chino—, ¡por centenares de años! … ¿Es posible que hayáis conocido a Jesús el Salvador por tanto tiempo y hasta ahora no nos lo hayáis hecho conocer a nosotros? Mi pobre padre buscó la Verdad por muchos años … y murió sin hallarla. ¡Oh! ¿Por qué no vinisteis más pronto, por qué no vinisteis antes?
He aquí el grito de todos los que ignoran “las buenas nuevas de salud”.
¡Cuán triste es confesar que las tres cuartas partes de los creyentes en Cristo, salvos por su gracia, están callados y no dicen a los demás lo que otros les anuncian a ellos mismos: Que en Cristo hay salvación eterna ahora mismo!
El sábado es para contemplar
Cuéntase que recorriendo los caminos del país de Gales iba un ateo, el señor Hone; iba a pie y al caer la tarde sintióse cansado y sediento. Se detuvo a la puerta de una choza donde una niña estaba sentada leyendo un libro. Le pidió el viajero agua; la niña le contestó que si gustaba pasar su madre le daría también un vaso de leche. Entró el señor Hone en aquel humilde hogar donde descansó un rato y satisfizo su sed. Al salir vio que la niña había reasumido la lectura, y le preguntó:
—¿Estas preparando tu tarea, pequeña?
—No señor —contestó la niña—, estoy leyendo la Biblia.
—Bueno, ¿te impusieron de tarea que leyeras unos capítulos?
—Señor, para mí no es tarea leer la Biblia, es un placer.
Esta breve plática tuvo tal efecto en el ánimo del Señor Hone, que se propuso leer él también la Biblia, convirtiéndose en uno de los más ardientes defensores de las sublimes verdades que ella enseña.