El Evangelio

DESCRIPCIÓN DEL EVANGELIO

Romanos lo llama el Evangelio de Dios (el Padre), primera persona de la triunidad, iniciando con el Mesías que proviene del linaje de David, por lo tanto es un ser humano, una criatura, pero no cualquiera criatura, ya que es igualmente Dios encarnado, y este demuestra su divinidad a través de la resurrección de los muertos, lo cual ninguna otra especie o criatura puede realizar. Revela que es la segunda persona de este Dios, llamado Hijo de Dios, confirmando que contiene la misma sustancia, esencia del Padre. Solo Dios puede crear ex-nihilo, solo Dios puede resucitar porque es la vida, ninguna criatura tiene este poder.

2. Es la promesa entregada a los profetas del A.T

Pablo lo va a definir como la Justicia de Dios :

Romanos 3:21 LBLA

21 Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, atestiguada por la ley y los profetas;

Este Evangelio que en Romanos es llamado como el evangelio de Dios, el evangelio de su Hijo, en las demás cartas el evangelio de Cristo, y el Señor lo presentó como el evangelio del Reino de Dios. Pablo definirá en que consiste y lo primero que enseñara es que:

Romanos 2:16 LBLA

16 en el día en que, según mi evangelio, Dios juzgará los secretos de los hombres mediante Cristo Jesús.

Es un juicio, un dictamen, se desarrolla en un tribunal donde se dictamina la inocencia o la culpabilidad

El Apóstol Pedro lo definirá como la palabra del Señor que permanece para siempre, y esta palabra es el evangelio, por la tanto de esencia divina, eterna, inmutable

1 Pedro 1:25 RVR60

25 Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.

y este juicio:

1 Pedro 4:17–18 LBLA

17 Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si comienza por nosotros primero, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios? 18 Y si el justo con dificultad se salva, ¿qué será del impío y del pecador?

la descripción de Apocalipsis:

Apocalipsis 14:6–7 LBLA

6 Y vi volar en medio del cielo a otro ángel que tenía un evangelio eterno para anunciarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación, tribu, lengua y pueblo, 7 diciendo a gran voz: Temed a Dios y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.

Los mandamientos del Señor

Debemos resumir brevemente lo que Dios nos manda hacer. Para este propósito, los Diez Mandamientos (Éxodo 20:1-17; Deut. 5:1-21)son parte del documento del pacto que Dios hizo con Israel bajo Moisés', y otros pasajes de las Escrituras se refieren a ellos. El Sermón del Monte de Jesús (Mateo 5-7) es en gran medida una exposición de los significados más profundos de estos mandamientos. En Mateo 19:17-20 Jesús le dice a un joven rico la esencia de su obligación con Dios, usando los mandamientos del Decálogo. (Véase también Romanos 13:8-10 y Santiago 2:10-11.)

Como dice Jesús (Mateo 22:36-40), los mandamientos más grandes son los de amar a Dios con todo nuestro corazón (Deut. 6:4-5) y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Lev. 19:18). Estos resumen la ley y los profetas, enfatizando el tema frecuente del Nuevo Testamento de que el amor cumple la ley (Romanos 13:8, 10; Col. 3:14). Por lo tanto, el Decálogo habla de amar a Dios (mandamientos 1-4) y amar a nuestro prójimo (mandamientos 5-10).

Amamos a Dios adorándolo solo y renunciando a todos los demás dioses y señores (primer mandamiento); adorándolo como él desea y no de acuerdo con nuestros propios dispositivos idólatras (segundo); usando su nombre sólo con una comprensión completa de su santidad (tercero); y reconociendo el sábado como un día para descansar y adorarlo, no para llevar a cabo nuestros propios asuntos (cuarto)

Amamos a nuestro prójimo honrando a nuestros padres y a todos los demás en autoridad sobre nosotros (quinto) ; al reverenciar la vida humana como sagrada en la obra de Dios. vista (sexto); respetando el lecho matrimonial (séptimo), los bienes de los demás (octavo) y la verdad (noveno); y protegiendo nuestro corazón contra los deseos que conducen a quebrantar otros mandamientos (décimo)