VERDADEROS SEGUIDORES

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Verdaderos Seguidores

Juan los describió en su primera epístola: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de noso- tros” (1 Jn. 2:19). En sus filas se incluían hombres como Demas (2 Ti. 4:10), Simón el mago (Hch. 8:18-21) y, sobre todo, Judas Iscariote (Hch. 1:25).
los discípulos verdaderos, vienen a Cristo con pobreza de espíritu (Mt. 5:3), lamentando su pecado (5:4) y con hambre y sed de justicia que solo Él puede satisfacer (5:6). Nuestro Señor no dejó lugar a la duda cuando identificó los elementos del discipulado verdadero.
Los falsos discípulos no siguen a Cristo por quién Él es, lo siguen por lo que quieren de Él.

6:60. Cuando las personas empezaron a entender su enseñanza, la hallaron totalmente inaceptable. Además de los hostiles líderes judíos, muchos de los discípulos de Galilea le dieron la espalda. Había terminado ya el entusiasmo popular acerca de Jesús como Mesías político (v. 15). Se dieron cuenta de que él no iba a liberarlos de Roma. Tal vez fuera un gran sanador, pero sus palabras eran duras (i.e., ásperas). ¿Quién podría oirlas, esto es, obedecerlas? ¿Cómo podían apropiárselo a él personalmente?

6:61–62. Jesús conocía a sus oyentes (cf. 1:47; 2:24–25; 6:15). Sabiendo … que sus discípulos murmuraban (cf. v. 41), les preguntó qué les ofendía tanto. (Ofende en gr. es skandalizei). Pablo escribió que el Mesías crucificado es “tropezadero” (skandalon) para los judíos (1 Co. 1:23). La ascensión del Hijo del Hombre también fue una ofensa. Pero su glorificación fue la aprobación celestial. Fue crucificado en debilidad, pero resucitado en poder (1 Co. 15:43).

6:63. Después de la ascensión, Jesús dio el Espíritu Santo (7:38–39; Hch. 1:8–9). El Espíritu Santo derramado en el mundo, da vida (salvación) a todos los que creen. Sin el Espíritu Santo, el hombre (la carne) es completamente incapaz de entender la persona de Jesús y sus obras (Jn. 3:6; 1 Co. 2:14). Aunque las multitudes calificaran las palabras de Jesús como “duras” (Jn. 6:60), en realidad, sus palabras … son espíritu y son vida. Es decir, que por medio de la obra del Espíritu Santo en un individuo, las palabras de Jesús proveen vida espiritual.

6:64. La vida que da Jesús debe recibirse por fe. Las palabras no obran automáticamente. Jesús sabía desde el principio cuáles seguidores eran creyentes y quiénes incrédulos. Esta es otra evidencia de su conocimiento sobrenatural (cf. 1:47; 2:24–25; 6:15).

6:65. Jesús enseñó que era necesario que la gente tuviera la capacitación divina para llegar a la fe (v. 44). La apostasía (v. 66) no debería ser motivo de sorpresa. Los creyentes que permanecen con Jesús dan evidencia de la obra secreta del Padre. Las multitudes incrédulas son evidencia de que “la carne para nada aprovecha” (v. 63).

6:66. Su negativa a permitirles que lo hicieran rey político, su exigencia de una fe personal, su enseñanza acerca de la expiación, su insistencia en la incapacidad total del hombre y su énfasis en la salvación como obra de Dios, fueron las actitudes del Señor que resultaron desagradables para muchos. Renunciaron a ser sus discípulos (“discípulos” aquí se refiere a sus seguidores en general, no a los 12 apóstoles; esto es evidente en el v. 67).

6:67. ¿Queréis acaso iros también vosotros? Jesús formuló esta pregunta para animarlos en su débil fe. La apostasía de muchos afectó a los doce y Jesús aprovechó la ocasión para refinar su fe. Ellos tampoco entendieron completamente sus palabras y no lo harían sino hasta después de la resurrección (20:9).

6:68–69. Pedro, el portavoz, hizo su confesión de fe. El camino podía ser difícil, pero estaba convencido de que las palabras de Jesús conducen a la vida. Nadie más tiene el regalo de la vida eterna. “Hemos creído y hemos conocido” es una mejor traducción de los tiempos perf. en gr. Pedro tenía confianza en que también los apóstoles se habían entregado a Jesús como el Hijo del Dios viviente. Este título es poco usual (un demonio se dirigió a Jesús de esa manera; Mr. 1:24). Sugiere la trascendencia de Jesús (“el Santo”) y su representación del Padre (“de Dios”); por tanto, es otra forma de confesarlo como Mesías. Pedro supo esto por medio de una revelación especial del Padre (cf. Mt. 16:17).

6:70–71. Entonces Jesús preguntó: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce? El evangelio de Juan no registra la elección que Jesús realizó porque el autor asumió que sus lectores conocían los sinópticos o la tradición común de la iglesia (cf. Mr. 3:13–19). Esta elección no era para salvación, sino el llamado de Jesús para servirle. Sin embargo, uno de vosotros es (“un”, NVI) diablo. A la luz de Juan 13:2, 27, la obra de Satanás en Judas equivalía a que Judas era el diablo mismo. La RVR60 concuerda con el gr. al omitir el art. indefinido antes de la palabra “diablo”, v. 70. El conocimiento que Jesús tenía de Judas (a quien llamaban Judas Iscariote porque su padre era Simón Iscariote), fue una prueba más de su omnisciencia (cf. 1:47; 2:24–25; 6:15, 61). Después, en el aposento alto, Jesús dijo de nuevo que uno de los doce lo traicionaría (13:21). Juan llamó a Judas “el traidor” (18:5). Más tarde, los discípulos podrían reflexionar en esta profecía y ser fortalecidos en su fe. Judas fue una figura trágica que cayó bajo la influencia de Satanás; sin embargo, él fue responsable de sus decisiones perversas.

Finalmente, algunos responderán con fe verdadera. Este núcleo pequeño de discípulos verdaderos es la “manada pequeña” que el Padre ha escogido para entregarles el reino (Lc. 12:32), habiéndolos acercado a su Hijo (Jn. 6:37, 44). Creen para salvación que Jesús es el Hijo de Dios y el Mesías.
El tiempo perfecto de los verbos que traducen hemos creído y conocemos lleva la idea de un acto completado en el pasado pero con resultados que siguen en
el presente. La fe inicial de los verdaderos discípulos resulta en un compro- miso continuo de lealtad a Cristo. A diferencia de los falsos discípulos, quie- nes tomaron la decisión final de abandonar a Jesús, los doce (excepto Judas) habían hecho el compromiso permanente de seguirlo. De esta forma, Juan contrastó la diferencia marcada entre inconstantes y fieles.
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