EL ROSTRO DE DIOS
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Salmo 27:1–14
En Ex. 33:15 leemos: “Si tu rostro no ha de ir … no nos saques.”
Se dice que Bunyan, al recibir la libertad, citó estas palabras.
La cárcel junto a Dios llegó a ser un cómodo santuario.
La liberación no substituiría la comunión y bendición de Dios.
Aquí Moisés está por dejar el desierto ante una tierra rica.
Pero prefiere el desierto con Dios que “leche y miel” en Canaán.
I. SU ROSTRO ES UNA NECESIDAD
Por rostro entendemos no sólo su presencia, sino también su
benevolencia, poder, bendición, espíritu, luz y salvación. (1)
Nuestra primera necesidad, no es tanto estilo, circunstancias, templo, buena acústica, famosos predicadores, armonio, coro.
Podemos carecer de todo esto, pero algo es indispensable. (8-9).
La iglesia de Laodicea poseía todo esto; y fue desechada.
Los fieles de las catacumbas certifican el gozo del rostro de Dios.
II. SU ROSTRO PRODUCE GOZO
Horas de comunión con Dios son más preciosas que todo lo humano.
Cuando Dios torna su rostro a nosotros todo se transforma.
En nuestros cultos de oración hay poder, edificación y salvación.
¡Cómo experimentamos gozo ante la presencia de un ser querido!
Es así, si realmente amamos a Dios. “Como el ciervo …” (Sal. 42:1-2).
III. SU ROSTRO NOS SANTIFICA
Dice un refrán: “Cuando el gato no está en casa los ratones se pasean.”
Ante su presencia, nos corregimos y guardamos compostura.
Nos transforma a la semejanza suya, en Cristo Jesús. (Ef. 2:10).
Así la luna sólo brilla al ser iluminada por el sol.
Todo puede fracasar si como los discípulos sólo vemos fantasmas.
IV. SU ROSTRO PRODUCE CONVERSIONES
Por obras, nunca se limpiará un pecador de sus pecados.
Decía Juan el Bautista (Jn. 3:30). “El debe crecer y yo menguar.”
Generalmente nosotros hacemos lo contrario; queremos hacernos valer.
Todos los filósofos juntos, no han podido dar vida a un pecador.
Se nos debe conocer, como los discípulos que hemos estado con Jesús.