Discutiendo con Dios
Sermon • Submitted
0 ratings
· 16 viewsNotes
Transcript
¿Alguna vez te sentiste inadecuado?
¿Alguna vez te sentiste inadecuado?
Muchas veces sentimos la carga de tener que enfrentar una situación. La injusticia, dolor y sufrimiento, la pérdida de valores, la falta de fe, etc. del mundo que nos rodea nos mueve al deseo de “querer hacer algo”. Sin embargo, tan pronto como queremos comenzar a movernos, vienen el miedo y la duda y nos congelan en nuestro lugar.
Escuchamos frases mentales como: “hay muchas otras personas mejores que tú para esto”; “quién te crees que eres”; “nadie te hará caso”; “estás dispuesto a pagar el precio”; “piensa en tu… (familia, futuro, carrera, etc.)”.
Entonces, procedemos a descalificarnos y seguir con la rutina del día a día. Hacemos oídos sordos al llamado de Dios y dejamos de lado esa carga que nos incomoda. Pero, ¿realmente logramos apagar por completo ese fuego? Sucede que por mucho que tratamos de distraernos en otras cosas, la carga del llamado de Dios para nuestras vidas sigue quemando nuestro interior, dejándonos incómodos, recordándonos que hemos sido creados para mucho más.
Moisés, un héroe poco probable
Moisés, un héroe poco probable
Cuando escuchamos hablar de Moisés, por lo general pensamos en el héroe Bíblico que todos hemos llegado a amar y admirar.
Al fin de cuentas, ¿no fue Moisés el que propició las plagas de Egipto, partió el mar, procuró el maná, etc.?
Sin embargo, la historia de Moisés no comienza con el éxito y la fama. ¡No! la historia de Moisés comienza con el absoluto fracaso y la completa inseguridad.
La vida de Moisés es rescatada por la fe y astucia de su madre y hermana.
Luego, ya de grande, Moisés saca a flor su carácter y termina por asesinar a un Egipcio.
Como resultado de esta hazaña, nuestro héroe huye a esconderse al desierto donde pasa una gran parte de su juventud.
Es a este fugitivo fracasado al que Dios mismo se le aparece con una misión sin precedentes.
La charla con Dios
La charla con Dios
La primera conversación entre Dios y Moisés se extiende a lo largo del capítulo 3 y la primera parte del capítulo 4 de Éxodo.
Vamos a leer estos pasajes, y vamos a reflexionar en algunos de los detalles importantes.
La orden de Dios
La orden de Dios
Un día en que Moisés estaba cuidando el rebaño de Jetro, su suegro, que era sacerdote de Madián, llevó las ovejas hasta el otro extremo del desierto y llegó a Horeb, la montaña de Dios. Estando allí, el ángel del Señor se le apareció entre las llamas de una zarza ardiente. Moisés notó que la zarza estaba envuelta en llamas, pero que no se consumía, así que pensó: «¡Qué increíble! Voy a ver por qué no se consume la zarza.»
Cuando el Señor vio que Moisés se acercaba a mirar, lo llamó desde la zarza:
—¡Moisés, Moisés!
—Aquí me tienes—respondió.
—No te acerques más—le dijo Dios—. Quítate las sandalias, porque estás pisando tierra santa. Yo soy el Dios de tu padre. Soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Al oír esto, Moisés se cubrió el rostro, pues tuvo miedo de mirar a Dios. Pero el Señor siguió diciendo:
—Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de ese país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel. Me refiero al país de los cananeos, hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. Han llegado a mis oídos los gritos desesperados de los israelitas, y he visto también cómo los oprimen los egipcios. Así que dispónte a partir. Voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a los israelitas, que son mi pueblo.
Imagina la escena. Dios mismo se aparece de manera milagrosa a Moisés y lo comisiona a salvar a los Israelitas de su opresión. Tal vez dirías, esto es suficiente, un milagro más la voz audible de Dios, ¿qué más necesito para obedecer?
Pero, Moisés cargaba sobre sí la angustia del fracaso, Moisés no se sentía capaz de ser el elegido.
La respuesta de Moisés
La respuesta de Moisés
Pero Moisés le dijo a Dios:
—¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?
—Yo estaré contigo—le respondió Dios—. Y te voy a dar una señal de que soy yo quien te envía: Cuando hayas sacado de Egipto a mi pueblo, todos ustedes me rendirán culto en esta montaña.
Pero Moisés insistió:
—Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.” ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?”
—Yo soy el que soy—respondió Dios a Moisés—. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: “Yo soy me ha enviado a ustedes.”
Además, Dios le dijo a Moisés:
—Diles esto a los israelitas: “El Señor, el Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes. Éste es mi nombre eterno; éste es mi nombre por todas las generaciones.” Y tú, anda y reúne a los ancianos de Israel, y diles: “El Señor, el Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, se me apareció y me dijo: ‘Yo he estado pendiente de ustedes. He visto cómo los han maltratado en Egipto. Por eso me propongo sacarlos de su opresión en Egipto y llevarlos al país de los cananeos, hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos. ¡Es una tierra donde abundan la leche y la miel!’ ” Los ancianos de Israel te harán caso. Entonces ellos y tú se presentarán ante el rey de Egipto y le dirán: “El Señor, Dios de los hebreos, ha venido a nuestro encuentro. Déjanos hacer un viaje de tres días al desierto, para ofrecerle sacrificios al Señor nuestro Dios.” Yo sé bien que el rey de Egipto no va a dejarlos ir, a no ser por la fuerza. Entonces manifestaré mi poder y heriré de muerte a los egipcios con todas las maravillas que realizaré entre ellos. Después de eso el faraón los dejará ir. Pero yo haré que este pueblo se gane la simpatía de los egipcios, de modo que cuando ustedes salgan de Egipto no se vayan con las manos vacías. Toda mujer israelita le pedirá a su vecina, y a cualquier otra mujer que viva en su casa, objetos de oro y de plata, y ropa para vestir a sus hijos y a sus hijas. Así despojarán ustedes a los egipcios.
Moisés responde a Dios con el típico sentimiento de inseguridad de aquel que ya ha descontado su propia vida, “¿quién soy yo?”
Dios es paciente, le responde diciendo, no irás sólo, yo te respaldo.
Moisés responde básicamente diciendo, “¿y tú quién eres?”
A lo que Dios responde dando a conocer su nombre eterno Yahweh, el Dios todopoderoso, el creador de todo, el SEÑOR. Más aún, Dios mismo asegura a Moisés que el pueblo de Israel le haría caso y que después de un poco de oposición, su misión sería exitosa.
Poniendo excusas
Poniendo excusas
Tras estas palabras aclaratorias de Dios, uno creería que Moisés esta listo y se dispone a partir. Pero no, nuestro héroe aún no ha terminado de lidiar con sus propias inseguridades. Moisés aún tiene algunas dudas.
Leamos Éxodo 4:1-9
Moisés volvió a preguntar:
—¿Y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: “El Señor no se te ha aparecido”?
—¿Qué tienes en la mano?—preguntó el Señor.
—Una vara—respondió Moisés.
—Déjala caer al suelo—ordenó el Señor.
Moisés la dejó caer al suelo, y la vara se convirtió en una serpiente. Moisés trató de huir de ella, pero el Señor le mandó que la agarrara por la cola. En cuanto Moisés agarró la serpiente, ésta se convirtió en una vara en sus propias manos.
—Esto es para que crean que yo el Señor, el Dios de sus padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me he aparecido a ti. Y ahora—ordenó el Señor—, ¡llévate la mano al pecho!
Moisés se llevó la mano al pecho y, cuando la sacó, la tenía toda cubierta de lepra y blanca como la nieve.
—¡Llévatela otra vez al pecho!—insistió el Señor.
Moisés se llevó de nuevo la mano al pecho y, cuando la sacó, la tenía tan sana como el resto de su cuerpo.
—Si con la primera señal milagrosa no te creen ni te hacen caso—dijo el Señor—, tal vez te crean con la segunda. Pero si no te creen ni te hacen caso después de estas dos señales, toma agua del Nilo y derrámala en el suelo. En cuanto el agua del río toque el suelo, se convertirá en sangre.
Nuevamente Moisés argumenta con Dios. Después de que Dios le asegura que los israelitas sí lo escucharían, Moisés vuelve a preguntar, “y si no me creen”.
En otras palabras, Moisés le está a diciendo a Dios, “tú dices que me van a hacer caso, pero yo como sé que lo que dices se cumplirá”.
A lo que Dios, pacientemente le responde realizando dos milagros (la vara y la mano) con los cuales podrá convencer a los demás.
Gracias pero mejor no
Gracias pero mejor no
Nuevamente, en este nivel de la charla creerías que nuestro héroe se sube al caballo y va camino a realizar su misión.
Al final de cuentas, ¿quién no desea ser reivindicado y de paso liberar a toda su nación, ganándole la batalla al ejército más poderoso del mundo?
Pero Moisés no es cualquiera, él es un hombre profundamente dañado por la inseguridad, el fracaso y el temor.
Moisés responde a Dios una vez más.
Leamos Exodo 4:10-17
—Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra—objetó Moisés—. Y esto no es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo. Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar.
—¿Y quién le puso la boca al hombre?—le respondió el Señor—. ¿Acaso no soy yo, el Señor, quien lo hace sordo o mudo, quien le da la vista o se la quita? Anda, ponte en marcha, que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir.
—Señor—insistió Moisés—, te ruego que envíes a alguna otra persona.
Entonces el Señor ardió en ira contra Moisés y le dijo:
—¿Y qué hay de tu hermano Aarón, el levita? Yo sé que él es muy elocuente. Además, ya ha salido a tu encuentro, y cuando te vea se le alegrará el corazón. Tú hablarás con él y le pondrás las palabras en la boca; yo los ayudaré a hablar, a ti y a él, y les enseñaré lo que tienen que hacer. Él hablará por ti al pueblo, como si tú mismo le hablaras, y tú le hablarás a él por mí, como si le hablara yo mismo. Pero no te olvides de llevar contigo esta vara, porque con ella harás señales milagrosas.
Moisés aún tenía un haz bajo la manga, una última excusa ante la cual seguramente Dios no tendría objeción: “Dios, tal vez tu tienes razón y eres capaz de hacer todo lo que dices, pero yo no, mejor búscate nomas otra persona”.
Dios es aun paciente y le dice, “Moisés yo te e creado, te conozco, sé de tus limitaciones y estoy dispuesto a trabajar con ellas”.
Ante el hecho de que Dios no está dispuesto a descalificar a Moisés, nuestro héroe termina por ser completamente sincero. “Dios, se que nada que yo diga te va a convencer, pero la verdad es que nada que tu digas me convence a mi. Mejor por favor búscate a otra persona”.
Ahora sí, Dios arde en ira contra Moisés. Dios esta dispuesto a trabajar con toda pregunta e inseguridad, pero Dios es el Señor y algo que él no tolera es la rebeldía.
Es aquí donde Dios le dice a Moisés, “si yo digo que vayas tu vas nomas. Si no sabes hablar y no quieres que te haga hablar, te voy a poner alguien que hable por ti, pero de que vas, vas”.
El desenlace
El desenlace
Moisés termina por ir y obedecer a Dios. Si lees el resto del Pentateuco, notarás que a medida que pasa el tiempo Moisés va adquiriendo seguridad y conociendo cada vez más a Dios.
Al principio, Aarón tiene que hablar en lugar de Moisés, y este se limita a hablar con Aarón la palabra de Dios.
Pero, más adelante en la historia tenemos registrados largos discursos de Moisés. Tenemos registrados momentos de extrema valentía. Aún momentos en los que tuvo que hacer frente a su propio hermano Aarón.
Dios no se equivocó, Él vio en Moisés lo que Moisés era incapaz de ver en sí mismo. Y Dios cumplió todo cuanto había prometido.
¿Sabes? Dios tampoco se equivocó contigo.
Cuando Dios te halló abandonado en el desierto del pecado, él también te llamó a su reino glorioso.
Cuando te halló sin un norte en la vida, él también te dio una gran comisión a llevar a cabo (Mateo 28:19-20).
Cuando pusiste excusas, él también te respondió con paciencia.
Y cuando no quisiste obedecer, también te hizo recuerdo de quién es el que manda.
Pero lo más hermoso, al igual que Moisés, cuando por fin le hagas caso, verás su gloria en tu vida y verás que su palabra siempre es verdadera.