Ni común ni corriente

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I. La revelación de la identidad de Jesús

Trato de imaginar aquel momento en que Felipe pidió lo que él consideraba que sería lo máximo:
1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. 2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. 3 Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. 4 Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino. 5 Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? 6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. 7 Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.
8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. 9 Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? 10 ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. 11 Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. (Juan 14:1-11)
Seguro que Tomás y Felipe se miraron el uno al otro con esa mirada que decía “¿Estuchaste tú también lo que yo acabo de escuchar?”. ¡Jesús les estaba diciendo que todo aquel tiempo habían tenido la presencia del propio Dios frente a ellos!
Imagínalo por un momento. Has conocido a esta persona que es bastante especial. Todos pueden notar que es diferente, y su personalidad afecta la vida de cada persona con la que trata. ¡Qué bueno! Uno se siente a veces privilegiado al conocer a personas así. Esa fue la experiencia de los discípulos durante el ministerio de Jesús. Había quedado más que evidente que el Maestro no era simplemente “uno más”, sin importar cual fuera la categoría en la que intentaran colocarlo. Pero de repente esta “persona especial” les revela sin filtros que es Dios, el propio Dios. El pasaje de Juan no revela más intervenciones de Felipe en la conversación. Probablemente se haya desmayado. Si hubiera sido yo mi mandíbula hubiera caído en una exspresión de asombro de la que no hubiera sabido cómo recuperarme.
Cuando hablamos de nuestro Salvador, hablamos de esto, de la irrupción del propio Dios en persona en la historia de la humanidad. Eso era lo que Pablo procuraba enseñarle a los colosenses en este pasaje.
Colosenses 1:15–20 RVR60
15 El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.16 Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten;18 y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia;19 por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud,20 y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.
Colosenses 1:15–20 NVI
15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, 16 porque por medio de él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él. 17 Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente. 18 Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero. 19 Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud 20 y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz.
Colosenses 1:15–20 NTV
15 Cristo es la imagen visible del Dios invisible. Él ya existía antes de que las cosas fueran creadas y es supremo sobre toda la creación 16 porque, por medio de él, Dios creó todo lo que existe en los lugares celestiales y en la tierra. Hizo las cosas que podemos ver y las que no podemos ver, tales como tronos, reinos, gobernantes y autoridades del mundo invisible. Todo fue creado por medio de él y para él. 17 Él ya existía antes de todas las cosas y mantiene unida toda la creación. 18 Cristo también es la cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo. Él es el principio, es supremo sobre todos los que se levantan de los muertos. Así que él es el primero en todo. 19 Pues a Dios, en toda su plenitud, le agradó vivir en Cristo, 20 y por medio de él, Dios reconcilió consigo todas las cosas. Hizo la paz con todo lo que existe en el cielo y en la tierra, por medio de la sangre de Cristo en la cruz.
Colosenses 1:15–20 NBLA
15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él. 17 Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen. 18 Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, a fin de que Él tenga en todo la primacía. 19 Porque agradó al Padre que en Él habitara toda la plenitud, 20 y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo, habiendo hecho la paz por medio de la sangre de Su cruz, por medio de Él, repito, ya sean las que están en la tierra o las que están en los cielos.
Jesús es:
La imagen del Dios invisible. No, Jesús no fue alguien que vino solamente a mostrar dónde estaba Dios o cómo encontrarlo. Jesús es Dios. Punto. El que lo ha visto a Él, ha visto al Padre, tal como le dijo a Felipe. Y no, la frase primogénito de toda creación no se refiere a que fuera creado, sino a que precede a todo lo creado. El inmenso y poderoso Dios, el Dueño de todo lo que existe, el Orígen de todas las cosas, se dignó a filtrarse en su propia creación para salvarnos, a ti y a mí. Jesús es Dios.
En él fueron creadas todas las cosas. La participación de Jesús en la creación no es un asunto menor. No solamente creó lo que vemos, tocamos y percibimos con nuestros sentidos, sino que creó también todo lo que no somos capaces de captar. La magnitud del poder y la autoridad contenidos en la persona de nuestro Señor y Salvador no tiene límites. Todos los que se creen grandes, ricos y poderosos son solo sus criaturas, sin comparación ante Él. Todo fue creado por medio de él y para él. Tú fuiste creado por medio de Él y para Él.
Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten. Pensar que los fariseos se asombraban de que Jesús hubiera conocido a Abraham… (Juan 8:56-59). Los humanos hemos tratado de establecer un calendario de la historia, su desarrollo, inclusive hemos procurado determinar el orden en que surgieron las diferentes especies y cuáles surgieron de cuáles. La Palabra nos revela claramente que TODO PROCEDE DE JESÚS Y ENCUENTRA EN ÉL SU EQUILIBRIO. Jesús es tan grande que todo está en Él, y siendo eterno es antes y después de todo lo que existe. Esta es una declaración absoluta, referida a todas las cosas, con insistencia. Todo lo que seamos capaces de concebir en nuestra imaginación, lo que podamos conocer o experimentar, todo está en Jesús. De esto nadie ni nada se escapa.
Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia. ¡Qué interesante que Pablo sintiera la necesidad de referirse a la iglesia al señalar la supereminencia de Jesús. Él está por sobre todas las cosas, y por supuesto, eso incluye a la iglesia. Pero aquí hay un concepto que podríamos dejar escapar y que habla a gritos acerca de la importancia de la iglesia. Jesús es lo máximo, quien está por sobre todo, quien gobierna todo, quien sustenta todo. ¡Y la iglesia es su cuerpo! No es un detalle menor. Los que creemos en Jesús somos la iglesia, la iglesia está unida inseparablemente a Jesús siendo su cuerpo. Eso nos coloca en una posición estratégica muy especial en relación con la creación, con todo lo creado. Digiere, por favor, esta realidad: Jesús les da a sus redimidos el privilegio de unirse a Él, de participar con Él de la tarea de sustentarlo todo y regir por sobre todo. Claro que esto no nos cabe en la imaginación, pero toda la revelación apunta al lugar de privilegio que Dios le concede a los suyos, a quienes desde el principio les concedió dominio sobre la creación. Seamos llenos de Jesús por obra y gracia de su Espíritu Santo y participemos con Él en su poderosa obra.
Él es el principio. No solamente estuvo en el principio (lo cual ya sería de tremenda importancia) sino que Él es el principio. Jesús no es solo un hombre más de los cientos de millones que han vivido a lo largo de nuestra historia. Él es el principio, el que da origen a todo, el que pone en movimiento la maquinaria de la creación. La belleza y perfección de todo lo que existe tiene que ver con Él, es su diseño, su labor, su idea. La próxima vez que te detengas asombrado a contemplar un hermoso atardecer o tengas en tus brazos un tierno bebé considera esta realidad. Él es el principio, el que puso todo esto en movimiento, el que hasta el día tiene un plan para todas las cosas y quien le da sentido a cada situación que enfrentas en la vida.
Él es el primogénito de entre los muertos. Aquí aparece una realidad que no estuvo en el principio (la muerte no existía cuando Dios creó a Adán y Eva) sino que surgió con la entrada del pecado en la existencia humana. Los seres humanos no fuimos creados para una vida transitoria sino para una eterna, y la muerte no era el plan original de Dios para nosotros. Sin embargo, el pecado nos distanció de aquel plan perfecto de Dios, y es Jesús quien nos da la oportunidad de regresar a él. Es por eso mismo que Jesús es el primogénito de entre los muertos. Jesús no es el primer resucitado de la historia. La Biblia nos relata varias resurrecciones: el hijo de la pareja que recibía al profeta Eliseo (2 Reyes 4:18-37), el hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11-17), Lázaro (Juan 11:1-44). ¿Cómo es, entonces, que Jesús es el primogénito de entre los muertos? No se trata de que sea el primero ni el único en la hisotria, pero la resurrección de Jesús abre la puerta a algo más importante. Al hacer referencia al primogénito, la Palabra está señalando la realidad de que hay otros (los muertos). Jesús es el primero y más importante entre los muchos que se levantarán, superada la muerte y dejada atrás, para vivir la eternidad con Dios, en su lugar y conforme a su plan eterno. Los que creemos en Jesús, para quienes Él es nuestro Salvador y Señor, los que comprometemos con Él nuestras vidas somos sus hermanos menores (Romanos 8:29). ¿Entiendes esto? Así como Jesús se levantó de entre los muertos aquel primer día de la semana, así nos levantaremos para vida eterna en el día de su venida. No es una fábula sino una poderosa promesa y una realidad en Cristo Jesús.
Él es el autor de la reconciliación. Vivimos en un mundo caído, y se nota. El caos afecta cada hogar, cada vida, cada rincón del planeta. 18 Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. 19 Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. 20 Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; 21 porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. 22 Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; 23 y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo (Romanos 8:18-23). Dios y su creación, incluyéndonos, esperan el reencuentro, el regreso al plan original del que nunca tendríamos que habernos apartado. Al pensarlo, sí, como dice este pasaje, siento despertarse en mi interior ese gemido que expresa el anhelo del retorno al compañerismo sin fronteras con nuestro Dios, Señor y Creador. Entretanto, somos agentes de reconociliación, para que otros lleguen a participar del privilegio que Dios ya nos ha dado (2 Corintios 5:18-20).
¿Quién es Jesús en tu vida? ¿Podrías otorgarle a Jesús un lugar secundario, relegándolo a que sea “una de las tantas cosas” que ocupan un lugar en tu corazón? ¡No lo hagas! No cierres tus ojos para no ver que Jesús es la razón misma de nuestra existencia, nuestra meta, el sentido y el placer de todo lo que vivimos.
¡Gracias, Dios nuestro, por concedernos estar en Jesús!

II. El camino de la reconciliación

¿Qué es lo que Dios está haciendo en tu vida? ¿Qué es lo que ha hecho?
El que se acerca a Dios creyendo en Jesús tiene que saber que se enfrenta a una transformación. No te puedes acercar a Dios sin ser cambiado. Al creer en Jesús nos exponemos al imponente poder de Dios que nos renueva y transforma conforme a los planes que siempre ha tenido para nosotros. Dios nos devuelve al diseño original, para que seamos todo aquello para lo que Él nos creó desde el principio.
Observa como en este pasaje se expresa el proceso y la maravillosa transformación que se produce en la vida del que cree. Lo que Pablo dice de los creyentes en Colosas también se aplica a nuestras vidas.
Colosenses 1:21–23 RVR60
21 Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado 22 en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; 23 si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro.
Colosenses 1:21–23 NVI
21 En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. 22 Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte, 23 con tal de que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio. Éste es el evangelio que ustedes oyeron y que ha sido proclamado en toda la creación debajo del cielo, y del que yo, Pablo, he llegado a ser servidor.
Colosenses 1:21–23 NTV
21 Eso los incluye a ustedes, que antes estaban lejos de Dios. Eran sus enemigos, estaban separados de él por sus malos pensamientos y acciones; 22 pero ahora él los reconcilió consigo mediante la muerte de Cristo en su cuerpo físico. Como resultado, los ha trasladado a su propia presencia, y ahora ustedes son santos, libres de culpa y pueden presentarse delante de él sin ninguna falta. 23 Pero deben seguir creyendo esa verdad y mantenerse firmes en ella. No se alejen de la seguridad que recibieron cuando oyeron la Buena Noticia. Esa Buena Noticia ha sido predicada por todo el mundo, y yo, Pablo, fui designado servidor de Dios para proclamarla.
Colosenses 1:21–23 NBLA
21 Y aunque ustedes antes estaban alejados y eran de ánimo hostil, ocupados en malas obras, 22 sin embargo, ahora Dios los ha reconciliado en Cristo en Su cuerpo de carne, mediante Su muerte, a fin de presentarlos santos, sin mancha e irreprensibles delante de Él. 23 Esto Él hará si en verdad permanecen en la fe bien cimentados y constantes, sin moverse de la esperanza del evangelio que han oído, que fue proclamado a toda la creación debajo del cielo, y del cual yo, Pablo, fui hecho ministro.

1. El desolado desierto de donde procedemos.

¿Cómo éramos antes de Jesús?
...erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras...
Sin Jesús éramos extraños y enemigos de Dios. Estábamos separados de Él y alejados de su Palabra, sus promesas, su plan eterno. Y, tenemos que asumirlo, esa enemistad con Dios se ponía de manifiesto por medio de nuestras malas obras.
extraños - No teníamos ninguna familiaridad con Dios. Éramos los que recibiríamos el “¡Nunca os conocí!” de Jesús. Una persona sin Cristo no tiene acceso a la presencia de Dios.
enemigos en nuestra mente - “¿Qué le he hecho yo a Dios para que me considerre su enemigo?”, podría preguntarse la persona sin Cristo, nosoros antes de creer. La respuesta es sencilla: nuestros pensamientos y acciones desconectados de Dios, ajenos a la voluntad, los principios y planes de Dios, nos enemistan con Él. Cuando vivimos “a nuestra manera”, sin tener en cuenta a Dios, de espaldas a Él, nos constituimos en sus enemigos. Hay dos opciones: vivimos con Dios y para Él o vivimos en su contra; no hay áreas grises entre esas dos alternativas.
haciendo malas obras - ¿Qué malas obras hiciste? ¿Necesitas que te hagan una lista de ellas? Las obras de quien le da la espalda a Dios son malas, contrarias a los planes y la voluntad del Padre. Sin la guía de Dios, los humanos nos hacemos daño unos a otros, todo lo corrompemos con nuestro egoísmo y nuestras malas ideas.
No podemos caminar con Dios sin reconocer nuestra procedencia, nuestras malas obras, nuestra enemistad con Dios. Es por eso que el arrepentimiento es parte de la vida de los discípulos de Jesús. Hemos hecho, dicho y pensado cosas que están mal. No nos hemos conectado ni reconciliado con Dios por merecerlo, sino por su gracia.

2. La reconciliación por el cuerpo, la sangre y la muerte de Jesús.

¿Qué pasó cuando creímos en Jesús?
...ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte...
¿Cómo te suena la palabra reconciliación? Por medio de nuestra fe en Jesús hemos sido reconciliados con Dios, pero costó un alto precio. El hecho de que para nosotros haya sido por gracia, que no hayamos tenido que pagar por ello, no quiere decir que no haya costado nada. Costó el sacrificio en la cruz de nuestro amado Salvador. La reconciliación costó la muerte de Jesús.
¡Gracias a Dios por pagar ese precio por nosotros! ¿Qué resultados produce?
...para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él.
¿Estoy leyendo bien? ¿Yo? ¿Santo y sin mancha? ¿Irreprensible?
Cada uno de nosotros conoce sus propias manchas, su falta de santidad, las razones por las que somos dignos de reprensión. Cuando Jesús entregó su cuerpo para ser herido, para morir en aquella cruz derramando su sangre, pagó el precio para que nuestras manchas, culpas y condenas nos fueran quitadas.
¿Creíste en Jesús? Vuelve a leer cómo Dios te ve, entonces. Dios te ve limpio, puro, santo, sin nada digno de ser reprendido. ¿Lo sientes? ¿Sientes el alivio que se produce en tu mente, tus emociones y todo tu ser al sentirte finalmente limpio? ¡Levanta la mirada! ¡Dios no te está rechazando ni reprendiendo! ¡Dios te recibe en su propia presencia con los brazos abiertos, con una sonrisa, y te ha estado esperando!

3. La condición: permanece, ¡persevera!

La gracia, el beneplácito y la bendición de Dios son justamente eso: regalos. Pero a los regalos hay que apreciarlos, atesorarlos, valorarlos y cuidarlos. Por eso hay una condición:
...sin en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro.
Considera la grandeza del amor de Dios al abrirnos la puerta de su Reino para que podamos encontrarle a la vida el sentido para el que Él nos creó. Es realmente conmovedor, renovador y transformador. Todo lo que vivimos es alcanzado y adquiere otra perspectiva por ese amor.
Pero no puedes tomarlo y dejarlo, aprovecharlo por un tiempo y luego alejarte de él.
Tienes que permanecer.
Permite que el peso de estas palabras alcance tu corazón:
permanecéis
fundados
firmes
sin moveros
Si has elegido a Jesús como tu piedra angular, como el punto de apoyo confiable de toda tu vida, toma la firme decisión de permanecer en Él, de quedarte. Esta es una decisión que se toma todos los días.
Dios nos declara limpios de toda mancha, culpa y error al creer en Jesús. En esa posición tenemos que perseverar hasta que nos venga a buscar.
A lo largo de la vida hay ciertas tendencias o costumbres que adquirimos por un tiempo y luego abandonamos para seguir otra moda y otro concepto. Para que seamos presentados santos, sin mancha e irreprensibles delante de Dios tenemos que permanecer firmes (en contra de todas las tendencias que nos querrán empujar y alejar de Dios) en la maravillosa esperanza que nos ha conmovido el corazón.
Decide, por hoy y para siempre - y vuelve a hacerlo mañana y cada día hasta que veas a Jesús cara a cara - renovar cada día tu compromiso con la esperanza de la salvación que Jesús pagó por nosotros.