Los sentimientos de Cristo
Los sentimientos de Cristo.
Fil 2; 5
Introducción: Dijo alguien por ahí que Jesús nunca tuvo problemas pues con una palabra suya podía arreglar cualquier situación que se le presentase. Por supuesto que esto es una mentira. Cristo vivió como hombre en esta tierra y estuvo siempre expuesto a todas las adversidades de sus enemigos. Aunque nunca perdió su divinidad, en muy pocas ocasiones hizo uso de sus atributos de ser Dios y pudo haber cambiado las cosas a su manera, mas no fue así. Se sometió incluso a ser tentado en todo, mas nunca pecó.
«Haya, pues, entre nosotros los mismos sentimientos que hubo también en Cristo Jesús» (Fil.2:5). La mente de Cristo ha sido un misterio en cada época. Se espera que todos los seguidores de Cristo tengan la misma disposición que el Señor de ellos. «Les he dado ejemplo, para que como yo lo he hecho, ustedes también lo hagan así» (Jn.13:15).
I. Resignación. «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc.22:42). Éste es el fundamento del verdadero carácter cristiano. Deseoso de estar ausentes del cuerpo del propio interés, y presentes a la voluntad de Dios. Buscando no nuestra propia voluntad, sino la voluntad de nuestro Padre (Jn.5:30). «Ni aun Cristo se agradó a sí mismo» (Ro.15:3). «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado». Somete tú a Dios.
II. Consagración. ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre? (Lc.2:49). Los asuntos de Su Padre eran la cuestión más suprema e importante del mundo. Él estaba plenamente dedicado a «obrar las obras de Aquel que me envió». Su comida era hacer Su voluntad y llevar Su obra a término (Jn.4:34). ¡Qué privilegio ser partícipe en tal actividad y ser «colaboradores juntamente» con Él en el cumplimiento del propósito del Padre. Haya, pues, en vosotros los mismos sentimientos.
III. Mansedumbre. «Soy manso y humilde de corazón» (Mt.11:29). Allí donde está ausente esta semejanza a Cristo hay también terreno abonado para el crecimiento de la soberbia y de la presunción, del egoísmo, de la envidia, de la codicia, de la altanería y del amor de los placeres más que del amor a Dios. Encontramos a Pablo rogando a los creyentes por la mansedumbre y clemencia de Cristo (2Co.10:1). Él se humilló a Sí mismo, tomando forma de siervo (Fil.2:7). Haya, pues, en nosotros los mismos sentimientos. «Bienaventurados los mansos», ellos heredarán la tierra. (Mt.5:5).
Ellos serán conducidos y se les enseñará Su camino (Sal.25:9). Crecerá su gozo en el Señor (Is.29:19). Encontrarán reposo en Su servicio (Mt.11:29).
IV. Espíritu de oración. Cristo fue la persona más ocupada de la tierra, pero siempre encontró tiempo para orar, y a veces estuvo toda la noche orando (Lc.6:12). Fue, de manera enfática, «el Hombre de Oración». Oraba (Mr.1:35; Lc.5:16; Lc.6:12; Lc.9:28, Lc.9:29; Jn.11:41; Jn.17:1; Mt.26:36-39; He.5:7-9). Éstas son sólo oraciones registradas. Nunca estuvo fuera de comunión con Su Padre. Toda Su vida fue una larga e ininterrumpida intercesión. «Haya, pues, en ustedes los mismos sentimientos». «Oren sin cesar».
V. Simpatía. «Jesús lloró». Vio a María llorando. También Él lloró (Jn.11:33-35). Cuando Él contempló la ciudad, lloró sobre ella (Lc.19:41). Él, como nuestro Sumo Sacerdote, se compadece de nuestras debilidades (He.4:15).
Se nos enseña a que lloremos con los que lloran, y que nos regocijemos con los que se regocijan. La gracia de Dios nunca nos salva de nuestra fraternidad humana.
Haya, pues, en ustedes los mismos sentimientos.
VI. Dolor ante la incredulidad de otros. Contempló la multitud curiosa y escéptica, y se sintió «entristecido por la dureza de sus corazones» (Mr.3:5). Él conocía la necesidad de ellos, y también Su propia capacidad para ayudarlos, y se entristecía ante la locura de ellos al cometer suicidio espiritual. Como obreros cristianos conocemos la necesidad de los inconversos, y también conocemos el remedio. ¿Nos afecta esta incredulidad con verdadera tristeza de corazón? ¿Tenemos esta disposición en nosotros?
VII. Benevolencia. Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, y «pasó haciendo el bien» (Hch.10:38). El gran propósito de Su vida fue mostrar bondad y dar ayuda. Para llevar esto a cabo estuvo constantemente pasando en busca de oportunidades para hacer el bien, para mostrar la «bondad de Dios». ¡Qué poder tendría la Iglesia de Dios si todos los que pertenecen a ella fueran poseídos por esta mente. Haya, pues, en ustedes los mismos sentimientos, porque este es el más gran ideal en la vida cristiana.
Conclusión: Pablo lo dijo, sean imitadores de mi a como yo lo soy de Cristo. Lo que para el hombre es imposible, para Dios es posible.